A la gente que visita Ciudad Juárez le sorprende la cantidad de coches que van sin placas. Bueno, pues tan sencillo como no dejarlos circular. Digo, a mí no me viene a la cabeza conducir mi auto sin matrícula. Es ilegal y no quiero tener problemas con la policía de Tránsito.
A muchos habitantes de Juárez, sin embargo, el tema de la legalidad no les preocupa. Y, por lo visto, a las autoridades de esa ciudad tampoco les interesa demasiado resolver el asunto.
Lo repito, tan simple que sería apostar grupos de agentes en las calles para detener a los vehículos e impedirles que prosigan su camino. Pero, lo que parece fácil y lógico a cualquier observador de la realidad real resulta que es un trámite irrealizable en este país: la policía de Ciudad Juárez no ha querido (porque, de poderlo, sí lo puede hacer) aplicar las leyes y poner orden. Ni el alcalde ni el gobernador han deseado tampoco limpiar la casa. Insisto: coche sin placas, coche detenido y decomisado. Punto.
¿Estamos, acaso, hablando de una misión imposible, de la conquista de Marte o de la exploración de los yacimientos petrolíferos que la patria pudiera tener en las profundidades del Golfo de México? Pues, pareciera que sí, que una inspección de rutina realizada en un retén es una tarea inalcanzable para los señores policías de la ciudad fronteriza. Y, justamente, de ahí, de esa negligencia de las “autoridades” se deriva la pavorosa inseguridad en una localidad donde no puedes saber quién es el tipo que se detiene junto a ti en el semáforo al volante de un coche con los vidrios oscurecidos y sin ninguna señal para poder ser identificado.
Esos autos son los que tripulan los sicarios y los matones; a esos autos son subidas las mujeres cuyos cadáveres aparecen después, con huellas de espantosas torturas, en los descampados y los lotes baldíos; desde las ventanillas de esos autos apuntan las armas que matan a jóvenes inocentes y niños desprotegidos.
Tan sencillo, lo machaco una vez más, como detenerlos. ¿Y entonces?