Para estos fines entenderemos por teocracia un ordenamiento político según el cual, el gobierno es ejercido por ciudadanos que se suponen directamente vinculados en una relación privilegiada con Dios.

Como ejemplos pueden citarse algunos países islámicos y, en el mundo cristiano, la Ginebra de Calvino o los Estados Pontificios. Al usar el argumento de que las verdades reveladas no se pueden cambiar por mayorías democráticas permite que el poder se mantenga bajo el control de ciertas castas o minorías sacerdotales, místicas.

También se le denomina a la teocracia el gobierno de Dios y el occidente cristiano se beneficio de el durante la Edad Media, pero eso fracaso a pesar de que algunas teocracias perduraron durante cientos de años, la idea nunca funcionó bien del todo, por el simple motivo de que la voluntad de Dios siempre necesita que la interpreten seres humanos mortales que pueden equivocarse.

La teocracia, en último término, no puede ser mejor que los hombres que la gobiernan en nombre de Dios. Como regla general, esos hombres no son mejores que otros go­bernantes, y a menudo son peores.

El Islam nunca ha abandonado del todo el ideal teocrático, el cristianismo si. La mayoría de las naciones cristianas de hoy han colocado una defensa legal que separa la re­ligión del Estado. Puede que se siga creyendo que Dios guía el destino de los pueblos, pero no se permite a sus sacerdotes intervenir en los asuntos del Estado.

Algunas naciones islámicas, aun­que no todas, se han negado a construir barreras de este tipo que impidan la intervención directa de los sacerdotes de Dios y de los intérpretes de su voluntad.

Irán, bajo los ayatolás, es el ejemplo más conocido. El Sha de Irán, Mohammad Reza Pahiavi (1919-1980), fue derrocado en 1979 por una revolución dirigida desde el exilio por el ayatolá Ruhollah Jomeini (1900-1989).

Jomeini regresó a Irán en febre­ro de 1979 e inmediatamente tomó las riendas del nuevo gobier­no, que siguió dirigiendo y dominando hasta su muerte. Le sucedió otro ayatolá, pero no parece probable que ninguno de sus sucesores en Irán tenga tanto poder como tuvo él.

Una persona que convenza a sus seguidores de que su palabra es la palabra de Dios puede alcanzar un gran poder, el más ab­soluto que cualquier otro tipo de dirigente.

En el siglo XX tenemos ejemplos de personas que han gobernado con un poder y una autoridad absoluta pequeñas comunidades reli­giosas. Recordemos a Jim Jones (1931-1978) quien le ordenó a más de novecientos de sus seguidores que se suicidaran en Jonestown, Guyana, el 18 de noviembre de 1978. La mayoría de ellos lo hicieron, pasiva­mente y sin protestar. El propio Jones murió a consecuencia de una herida de bala, quizá no auto infligido. Otras comunidades han tenido experiencias similares.

Como nación, Irán vivió una experiencia suicida similar en su guerra contra Iraq (1980-1988). El número de bajas, muchas de ellas jóvenes, se ha estimado en más de un millón de personas. Es­tos chicos morían por Dios, decía el ayatolá, y su pueblo le creía.

La democracia es un sermón y una especie de penitencia permanente para la teocracia. Así nos podemos explicar el porque Estados Unidos, una de las principales democracia en el mundo, fue y es considerada una nación mal­vada por Jomeini y los imanes iraníes.

Un tirano religioso no puede permitirse que sus seguidores sean tentados por la democracia. Debe proclamar, entonces, que la democracia es un invento del anti dios o de satanás. Para Jomeini, Estados Unidos era el gran Satán.

Mientras sus seguidores lo crean, no puede haber ningún diálogo entre la democracia y la teocracia. Y si ese diálogo comienza, la teocracia inevitablemente retrocede. La teocracia no puede sobrevivir a la libertad que, como la democracia, también es un enemigo para ella.

El ayatolá Jomeini impuso una tiranía a sus seguidores. Quien tratase de introducir el menor espacio de libertad en la forma de actuar del gobierno era eliminado en nombre Dios.

Históricamente ha quedado en evidencia lo imposible que le ha resultado a una serie de sucesivos teócratas imponer y disfrutar un poder tan absoluto.

En el actual estado del mundo, en el que la mayoría de los seres humanos posee o exige libertades democráticas, la teocracia tiene muy pocas posibilidades de progresar por mas tiempo, excepto en circunstancias excepcionales como las que ocurrieron en Irán en 1979. Actualmente la teocracia no parece constituir una amenaza a largo plazo para la democracia.

Tampoco es como para olvidar que una teocracia sobrevivió en Egipto durante tres mil años y todavía se pueden oír murmullos teocráticos en la voz de algunos déspotas de variados matices.

Recordemos que el socialismo comunismo expulso a Dios no sólo del gobierno sino también de la sociedad. No se permitía a los hombres y mujeres ser religiosos ni adorar a Dios a título particular y, por supuesto, no se consentía ni a los ciudadanos, sirvientes, esclavos, ni a los sacerdotes de Dios desempeñar nin­gún papel en el gobierno.

Tal vez eso creó una especie de vacío en las vidas de muchas personas que sólo pudo ser llenado por el propio gobierno y por la abrumadora idea de la Revolución.

Tengamos en cuenta, además, que la Revolución es muy distinta a la revolución. La Revolución tal vez era o se convirtió, dentro de la mente de algunos, en una especie dios, de deidad, tipo los griegos y sus dioses, en una especie de amos de la gente. Es por ello que muchos gobiernos comunistas, sobre todo la antigua URSS, mostraron un cariz teocrático a pesar de haber sido dictaduras antirreligiosas.

La teocracia fue, es y será siempre una amenaza, un enemigo para la democracia. Fracasó desde la edad media, pero, para muchos no es un fracaso definitivo.

La democracia para superar esa amenaza que es la teocracia impide la presencia de los sacerdotes en el gobierno pero permite que sigan desempeñando su papel en la sociedad. De esa forma se pretende importantizar la libertad personal y evitar los peligros inherentes a la teocracia.

Según algunos pensadores se reafirma la visión futura sobre la democracia, el sentido común que prevalece en ella y las cualidades prácticas que son inherentes a las soluciones que encuentra la experiencia democrática.

Supongo que a estas alturas del recorrido del mundo no queda la menor duda de que la democracia, en el siglo XX, ha triunfado sobre sus tres prin­cipales enemigos y competidores, el socialismo comunismo, el totalitarismo y la teo­cracia.

Vale, sin embargo, preguntarse si este triunfo está des­tinado a ser definitivo y si, además, existen otros tipos de amenazas contra la democracia. Pero será para otra ocasión.

“La democracia no es el silencio, es la claridad con que se exponen los problemas y la existencia de medios para resolverlos”.