Nada asombra en este abominable escenario de las nuevas guerras. Resoluciones de la ONU habilitaron que sobre Libia se impusiera –entre otras medidas coercitivas previstas en la Carta fundacional– un bloqueo aéreo para evitar que los aviones leales al gobierno de Kadafi atacaran a civiles, sean éstos alzados en armas o simples habitantes del territorio norteafricano. Francia inició, con llamativa presteza, su participación: bombardeos a la carte. Los rebeldes alzados contra el régimen libio (Trípoli) se atrincheraban en la zona este del país (Bengasi).

Se trataba de la “protección humanitaria de civiles”, fundamento de la ONU. Una organización que no actúa con mano propia esta vez: cedió los “derechos de acción guerrera” a la OTAN, devenida por ello en “mercenaria” de la ONU.

El Consejo Nacional de Transición, organizado por los rebeldes contra el régimen de Kadafi, ha sido reconocido por Londres, cuyo ministro de Asuntos Exteriores, William Hague, expresó en una rueda de prensa recientemente que el gobierno inglés reconoce al Consejo como “única autoridad gubernamental libia” y su relación será “como si fuera cualquier otro gobierno del mundo”. Se contrapone a la posición de Rusia cuyo ministro de Relaciones Exteriores, Serguéi Lavrov, rotundamente, expresaba: “Si se trata del reconocimiento del Consejo Nacional de Transición como único representante del pueblo libio, como hace poco ha declarado el así llamado Grupo de Contacto sobre Libia durante su reunión en Estambul, no compartimos este juicio. Esto una vez más significa que quien declare su reconocimiento está apoyando plenamente a una de las fuerzas políticas en la guerra civil en marcha en Libia”.

Los bombardeos siguen, la información es variada y hasta contrapuesta. Desde el gobierno de Libia se informa que los ataques causaron más de 1000 víctimas entre civiles. Y aquí viene una advertencia que más tiene de impía y sanguinaria que de legitimidad: la OTAN advirtió a las fuerzas leales a Kadafi que si se refugian en construcciones civiles, éstas serán consideradas automáticamente “blancos militares legítimos”. Entonces, los efectos colaterales (víctimas civiles, no combatientes), serán víctimas a sabiendas.

Así las cosas, es poco probable que se llegue por esta vía –la de emplear semejante cóctel asaz peligroso de “diplomacia” y “bombardeos”– a una resolución satisfactoria y consensuada del caso Libia, sin más víctimas y destrucción.

Periodista argentino.