La exposición que hace Oppenheimer tiene el estilo que le caracteriza y por el que sus notas invitan a la lectura: relato objetivo, testimonios directos (consultas a los factores de la noticia), desarrollo lógico y finalmente --lo que importa, en verdad, para el cotejo de apreciaciones-- su propia opinión al respecto.

En su artículo sobre esa escalada de reconocimientos oficiales sudamericanos a ``un estado palestino en las fronteras anteriores a la guerra de 1967'', además de citar a los que lo hicieron, cita a algunos de ellos que están a la espera de hacerlo y de diverso modo y otros indecisos todavía, menciona --¡cómo no hacerlo!-- a Israel y Estados Unidos. Al unísono --pese a las divergencias notorias entre Obama y Netanyahu-- ``dicen que el reconocimiento de los países sudamericanos de un estado palestino dentro de las fronteras anteriores a 1967 es un obstáculo para las negociaciones de paz'', conforme al articulista.

Me detengo en una expresión que pretendo valorar en su significado esencial: ``subrayando (Estados Unidos e Israel, conforme se cita) que las resoluciones de las Naciones Unidas exigen una solución negociada del conflicto palestino-israelí. Un reconocimiento sin un acuerdo de paz sería una violación de los mandatos de la ONU, señalan'' (los Estados Unidos e Israel). ¿Será así, realmente? ¿Israel, su gobierno actual, con Avigdor Liberman en la conducción de la política exterior, nada menos, se aviene a lo que dispone la ONU? Hago una acotación que estimo corresponde hacer si pretendemos que se entiendan de mejor manera los asuntos tratados: Israel debe ser uno de los países en los que su política exterior tiene tanto o más necesidades y por sus efectos en lo interno, que su propia política interior. Un país a la defensiva, una democracia en territorio acotado, sin petróleo, en medio de un gigantesco y diseminado oasis de oro negro árabe.

Volviendo a lo que señala Oppenheimer atribuyéndole a Estados Unidos e Israel: que los pronunciamientos sudamericanos pro-palestinos ``serían una violación a los mandatos de la ONU''. Acaso la inobservancia (por no ser tan incisivo en la calificación de la conducta de los distintos turnos de coaliciones gobernantes en Israel) de las resoluciones 242 (1967) y 338 (1973) --nada menos que del Consejo de Seguridad de la ONU, vinculantes-- no es en sí misma parecida a ``una violación a los mandatos''. Ordenaban la retirada de los territorios ocupados por la fuerza. Y no tomar en cuenta la resolución 181 (II) de la Asamblea General de la ONU que decidió la ``partición de Palestina'' (para judíos y árabes y preservando a Jerusalén por diez años como administrada por la ONU) ¿no es, acaso, mirada hoy a la luz de la realidad, una violación de los mandatos?''.

Haría falta que parte de lo que llamamos ``comunidad internacional'' dejara de lado esa indiferencia hacia los problemas ``ajenos'' y se involucrara en la atmósfera que rodea desde hace más de seis décadas la relación de alto riesgo y de trágicos episodios recurrentes entre israelíes y palestinos. No una sino muchas veces dijimos que la tercera guerra mundial tendría sus semillas germinando en el Medio Oriente. Esa --además de la solidaridad con un pueblo necesitado de ser nación soberana-- es razón suficiente para voltear la mirada y las acciones políticas de estado hacia ese ``caldero de Medio Oriente''.

Y a ello en gran medida contribuye --mal que se piense en sentido contrario-- que la larguísima e increíble saga de intentos de diálogos por la paz y para la conformación de dos estados con sus fronteras reconocidas internacionalmente halle, por fin, un ambiente internacional expectante y formalmente expuesto en declaraciones como las de los países sudamericanos que ya lo han hecho. A los que se sumarán otros . ¿De la Unión Europea? Sí, ¿por qué no?, integrante como es la conformación regional (UE) de ese heterogéneo ``Cuarteto para la Paz en el Medio Oriente'', junto a Estados Unidos, Rusia y la mismísima ONU.

El penúltimo párrafo del artículo de Oppenheimer habla de la necesidad de ``presionar a los palestinos para que reconozcan el derecho de Israel a existir como estado judío''. Está bien que así sea. Nos olvidamos que el 15 de noviembre de 1988, antes de esa cumbre de Madrid de 1991, el Consejo Nacional Palestino con Arafat liderando en el exilio (Argel) proclamó la independencia de Palestina, fundando su legalidad en la resolución 181 de Naciones Unidas. Era el reconocimiento tácito de Israel. Sordos oídos dejaron pasar esta oportunidad.

Cierra este columnista con una referencia concreta: desde 1993 --jardines de la Casa Blanca, Clinton, Rabin, Peres y Arafat-- cuando parecía que los acuerdos de Oslo se plasmaban en la realidad, transcurrieron 17 años con casi nada a la vista de progreso. Desde la Guerra de los Seis Días (junio de 1967)e han transcurrido 43 años de colonizaciones ilegales, sumado a la designación de Jerusalén como capital de Israel cuestionada por la ONU que sugiere a sus países miembros abstenerse de ubicar en ella sus embajadas.

Un dato no menor para el análisis de laboratorio: las organizaciones llamadas sólo terroristas son organizaciones resistentes a la ocupación y nacieron, todas, después de 1967.

En suma, ``El apoyo sudamericano a Palestina'', es por lo menos, un aporte a la causa de dos pueblos: del palestino y del israelí, necesitado de paz y sana convivencia con sus vecinos.