La inseguridad va camino de fijar la agenda política en el país. ¿Cómo lo hace? Encadenando un incidente con otro, en una secuencia que no está dejando espacio para otro tipo de temas.
Un mecanismo de noticias sangrientas se retroalimenta
y produce el efecto de una criminalidad proliferante e indetenible, con un
obvio costo político para el gobierno.
Conocemos
la avalancha: el soldado muerto al pie del helicóptero, los niños envenenados,
el hincha defenestrado, las víctimas de varios choques con fuga y asesinatos
domésticos varios, todo en el curso de una semana larga. El saldo es una
opinión pública aturdida que empieza a buscar culpables y castigos donde pueda
encontrarlos.
No es
algo del todo nuevo. El helicóptero es el tercero bajo ataque en pocos años.
Envenenamiento de niños y violencia en el deporte ya hemos visto antes, varios
casos. Asesinos al volante son pan de cada día en las comisarías. Lo mismo
mujeres y niños muertos a manos del macho del hogar. Pero algo ha cambiado para
mal en el ritmo de los acontecimientos.
Al mismo tiempo la mirada pública sobre este
tipo de hechos está evolucionando. Cada vez menos gente los ve como hechos
aislados. Cada vez más gente los ve como argumentos para un endurecimiento de
la sociedad. La siniestra pena de muerte y los escuadrones del vigilantismo a
la trujillana otra vez parecen a la vuelta de la esquina.
Un
primer elemento es que existía la expectativa de que con el nuevo gobierno la
cosa cambiara, lo cual produjo un público más atento al tema. Que la cosa más
bien haya empeorado se puede deber a circunstancias fortuitas, pero igual el
efecto de estos es descorazonador, y a renglón seguido enfurecedor.
Un
segundo elemento es que los medios han entendido que las noticias de inseguridad,
sobre todo las de violencia, han empezado a cobrar una nueva importancia, y por
tanto se han convertido en material a ser indiscutiblemente destacado. Lo cual
echa más leña al fuego del sentimiento colectivo de inseguridad ciudadana.
El
gobierno ha anunciado o hecho algunas cosas concretas: Ollanta Humala a la
cabeza de la lucha por la seguridad, más policías en las calles, tecnificación
de la custodia en los barrios o leyes más duras. Pero los efectos del esfuerzo
toman tiempo, y no siempre es seguro que funcione. La inseguridad no es
algo que espere pasivamente.
En otras
palabras, estamos ante un problema que angustia a una ciudadanía que espera
resultados oportunos y que el gobierno (este o cualquier otro) no tiene cómo
resolver, y menos en un plazo satisfactorio. Esto tiene el peligro de
convertirse en pérdida de autoridad estatal, incluso en algunas áreas todavía
no imaginadas.