La situación con EEUU no está nada bien y estamos en eso de dar una de cal y una de arena; una cosa dice el Vicepresidente y otro discurso el Jefe de Estado. Con Brasil tampoco podemos ufanarnos de una amistad muy íntima luego de la gestión de Soliz. Y con España, desgraciadamente, las cosas van tan malas como con las anteriores naciones citadas. A esto se agregan impertinencias nuestras que nos han alejado de Perú, México y Paraguay. Pero, en fin, esperemos que esto se componga cuando se asiente, si se asienta, el Gobierno.

Chile ha sido una misteriosa excepción en las relaciones de Bolivia. Algo muy inteligente dijo el presidente Morales hace pocos días a propósito, y es que las negociaciones con Chile no pueden ser públicas, que debe existir discreción. Es más, manifestó que no se podría avanzar en esa materia con Chile informando a los medios de prensa, y, que, por tanto, no diría nada hasta que Bolivia se encamine hacia un arreglo sobre el tema portuario.

Existe la impresión de que con estas declaraciones el Presidente ha querido eliminar del escenario político un asunto que siempre ha sido incómodo, que para todos los mandatarios ha resultado la piedrita metida en el zapato. El canciller Choquehuanca, fiel a lo que ha manifestado S.E., ha estado parco también y sólo ha dicho que es un gran logro que Chile haya admitido, luego de tanto tiempo, ´incorporar el tema marítimo en la agenda bilateral´ y ha machacado con lo de la agenda sin exclusiones —que ya suena a cuento— y se ha referido al Silala y al ferrocarril Arica-La Paz.

La impresión que se tiene es que el Gobierno está demasiado complicado con los problemas internos del país como para incluir en la baraja otros tan peliagudos como el de Chile. Una prueba de lo anterior es que, seguramente, por primera vez en la historia, un Presidente de Bolivia ha hablado en las Naciones Unidas sin mencionar, ni por el forro, el reclamo marítimo. Esto nos ha sorprendido a los bolivianos, pero, mucho más a Chile, sin duda. Salvo que existiera un acuerdo previo entre ambos países de no abrir fuego, lo que no ha pasado con otras naciones amigas.

Pero aquí aparecen las contradicciones del propio Presidente, que no hace mucho hablaba de la ´diplomacia de los pueblos´, dando a entender que nada tenía que estar al margen del conocimiento popular y de su aprobación previa. Si el Primer Mandatario ha cambiado de criterio no queda sino aplaudirlo, porque ya se le había dicho que no es posible hacer una diplomacia popular, porque para eso la ciudadanía elige un Gobierno y ese Gobierno constituye un equipo de ministros que administra el Estado. Es decir que ahora la ´diplomacia de los pueblos´ ha sido borrada, y, por el contrario, el pueblo se va a enterar de lo que sucede con Chile cuando todo esté hecho. Ése es un exceso que tampoco es bueno.

¿Qué sucede con Chile entre tanto? ¿Se percibe el interés de hace algunos meses? Al parecer pasa muy poco. Señales de cordialidad entre la presidente Bachelet y su colega boliviano que pueden ser muy útiles algún día, aunque el nuevo Cónsul General en La Paz dice que en la materia portuaria no hay consenso en Chile. Existe, asimismo, un hermetismo absoluto en cuanto al ´corredor´ del norte, con el que en cierto momento nos esperanzó el ex presidente Lagos. Y, claro, sigue pendiente la Agenda de Algarbe que ya huele a moho.

Mientras tanto las prioridades de Evo Morales y su gobierno están en cómo obtener el poder pleno en la Asamblea Constituyente estancada en Sucre; en sus enredos con el gas; en sus acusaciones de racismo y amenazas contra Santa Cruz; y últimamente en sus broncas con la prensa.

*Manfredo Kempff Suárez es escritor y diplomático.