La llegada de un indígena a la Presidencia, como es Evo Morales, quien, además, venció con una mayoría abrumadora, hizo que esto se convirtiera en un fenómeno de naturaleza mundial.
Pocos saben, en el planeta, dónde está Bolivia y en Europa es habitual que la confundan con Colombia, Libia, o crean que es una provincia argentina. En Asia deben conocer Bolivia como nosotros los montes Kunlun.
Se creyó que Evo Morales era la reencarnación de Ghandi o remedo de Mandela. Que Bolivia padecía una suerte de ´apartheid´, donde los indígenas eran estropeados, segregados, privados de todos sus derechos, casi esclavizados, y, finalmente, liberados por este santón que había aparecido milagrosamente. Lo que el mundo no sabía —aunque nosotros sí— es que el nuevo Mandatario había surgido de sospechosos movimientos cocaleros; que se había hecho conocido por bloquear caminos; por provocar enfrentamientos sangrientos; por perjudicar la economía del país; que no había estudiado nada, pero que tenía un amor enfermizo por el poder. Es decir que Morales ni había sufrido los años de cárcel y tortura, ni había alcanzado la sabiduría y el respeto de Ghandi o Mandela, con quienes mentes obtusas quieren comparar.
Sin embargo, por ser un indio el que venció en unas elecciones libres, el mundo recibió a Morales con simpatía, con afecto paternal, lo que en un año ha pasado sólo a una tolerancia artificiosa. Y en Bolivia se dio la bienvenida al nuevo Gobierno en olor a multitudes, suponiendo que se había acabado la democracia tradicional, que se terminaba la corrupción, las prebendas, el nepotismo, que la era del Pachacutec había llegado para tomarse la revancha.
El gobierno del MAS acertó con algunas medidas escénicas, publicitarias, demagógicas, que cayeron muy bien en la población y que fueron aplaudidas entre algunos países de la región y de Europa. Pero, junto a las medidas populistas que prometían construir un nuevo país, asomaron las mañas de siempre, las de antes. Con la diferencia de que antaño, la gente se lanzaba iracunda a las calles en busca de la cabeza de los dignatarios repudiados, lo que ahora no sucede por lo que hemos dicho: al santón se le perdona todo. Se perdona todo hasta que el pueblo se cabrea y comienza a sacar sus cuentas.
Todavía S.E. tiene tiempo para darle un golpe de timón a su gobierno y un golpe en las verijas a muchos de sus colaboradores. Porque sube el pan y la gente no hace tumultos como antes; se presenta un pliego salarial de la COB y el Gobierno no le responde; se anuncian despidos en la administración pública para provecho del MAS y el pueblo desocupado calla; ingresan al país militares sin el permiso del Congreso y las FFAA lo ignoran; se designa por decreto a cuatro miembros de la Corte Suprema, aparentemente masistas; requieren derribar a prefectos democráticamente elegidos para ocupar sus cargos; se producen actos de corrupción cibernética y otros y son tolerados; los abusos callejeros y las agresiones amedrentan a la clase media; cunde la ineficiencia administrativa y la improvisación pero se la justifica porque, dizque, los nuevos funcionarios están aprendiendo; por tanto se procede a designaciones internas y externas que se pasan de folklóricas a ridículas; cunde el indigenismo que no es la mayoría nacional.
Se habla de restablecer relaciones con Chile, que se califica como un hito máximo, olvidando que el anti-chilenismo barrió con Sánchez de Lozada. Y ahora —¡siempre dignos!— les exigimos visa a los turistas gringos sabiendo que con eso se quita al turismo nacional varios millones de dólares. Para colmo se desecha el comercio con EEUU y se opta por Cuba y Venezuela. Los cabildos multitudinarios no rozan siquiera la soberbia del Gobierno; y se burlan de los 2/3 en la Constituyente; se mofan del referéndum sobre las autonomías; hacen trampas en el Senado mediante el soborno. Y están hinchados de soberbia y tentados de autocracia. ¡Son peores que los de antes! ¿No se agotará nuestra paciencia?