El presidente López Obrador es un populista de manual al que frecuentemente se le compara esquemáticamente con Chávez y Maduro, pero uno tenÃa el prurito de no compararlo con Jair Bolsonaro, el presidente brasileño, quien se sitúa a la derecha de la ultraderecha. Pero esta semana, el Presidente mexicano nos pide que tiremos ese prurito a la basura y sÃ, lo hermanemos con Bolsonaro. Aunque llegan por vÃas diferentes —el mandatario brasileño por la ultraderecha y el mexicano por el nacionalismo desarrollista—, arriban a las mismas conclusiones: abrazar y empoderar el militarismo como única alternativa para mantener el orden, atacar a los periodistas y medios crÃticos porque son enemigos de sus proyectos; no reconocen la legitimidad de la oposición polÃtica porque sólo puede haber una verdad y quien se oponga a ésta es enemigo; atacan y critican la división de poderes y a la Suprema Corte de Justicia cuando muestra algún signo de independencia; en la práctica, rechazan el Estado laico; denuncian el ambientalismo como una conspiración contra sus proyectos.
Como Bolsonaro, López Obrador sospecha y rechaza la lucha
por el respeto a los derechos humanos. Cito al Presidente en sus dichos del 29
de octubre: “Una de las cosas que (los neoliberales) promovieron en el mundo
para poder saquear a sus anchas fue crear o impulsar los llamados nuevos
derechos. Entonces, se alentó mucho, incluso por ellos mismos, el feminismo, el
ecologismo, la defensa de los derechos humanos, la protección de los animales.
Muy nobles todas estas causas, muy nobles, pero el propósito era crear o
impulsar, desarrollar todas estas nuevas causas para que no reparáramos, para
que no volteáramos a ver que estaban saqueando al mundo y que el tema de la
desigualdad en lo económico y en lo social quedara afuera del centro del
debate. Por eso no se hablaba de corrupción, se dejó de hablar de explotación,
de opresión, de clasismo, de racismo”.
No vale la pena mencionar que la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, promulgada en 1948, es la base para esos “nuevos
derechos”, quizá con la excepción del animalismo; más bien, lo relevante es
demostrar cómo la manía de decir faltar a la verdad, de mentir
sistemáticamente, con falsedades entre más grandes y bombásticas mejor, es
parte sustancial del guion populista. Como lo mencioné en mi artículo de la
semana pasada, Un producto llamado López Obrador, la simulación de
autenticidad, uno de los elementos claves de cualquier líder populista que se
respete, identificado por la académica Catherine Fieschi en su libro
Populocracy, es pieza fundamental de la puesta en escena. Como es auténtico, el
populista no puede guardar sus emociones (“su pecho no es bodega”), las tiene
que expresar sin filtro alguno. No importa que no sean creíbles para los que
han corrompido sus mentes estudiando carreras y posgrados. Sus seguidores
tampoco las creen a pie juntillas. Se lo perdonan como un pecadillo, un exceso
de su “autenticidad”, de su “enojo sincero” contra las élites depredadoras. Lo
importante para sus seguidores, como dicen varios autores, es que por fin
alguien habla por ellos.
Me extiendo citando a Fieschi porque lo expresa mejor que
yo:
“La autenticidad es, antes que nada, un concepto que
favorece un ejercicio político basado en el instinto y no en la razón. Por
tanto, resulta útil (1) acusar a todos los demás de hipócritas; (2) como una
excusa para expresarse sin filtro en las formas más disruptivas posibles, sin
verse limitado por las normas políticas y sociales aceptadas, y (3) hacer valer
la afirmación populista de que el instinto y el sentido común triunfan sobre la
razón y la estrategia. En este sentido, es una vía para la disrupción que busca
el populista […]. El argumento de ser auténtico la da el comportamiento más
inverosímil una pátina de sinceridad (y de ahí viene un vínculo interesante
entre mentir y autenticidad, uno que el populismo explota incesantemente) […],
este tipo de autenticidad bombástica conseguida a través de la mentira también
se usa a menudo como una marca de atrevimiento de desafío al sistema[…].”
Y sigue Fieschi:
“A diferencia del populismo de izquierda que
—generalmente— está basado en la concepción que reconoce en todo ciudadano
derechos humanos inalienables que deben ser protegidos colectivamente, el
populismo de derecha carece de una comprensión metafísica de la transformación de
ciudadanos únicos en un colectivo que decide regirse colectivamente por un
conjunto de leyes. Sólo cree en una masa real que está ligada orgánicamente. De
ahí, el rechazo abrumador de los populistas de derechas al concepto de derechos
humanos”. Ya lo había dicho, de manual.
ceciliasotog@gmail.com
https://www.excelsior.com.mx/opinion/cecilia-soto/amlo-el-populista-de-derecha/1480127