Vas al Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) a plantear que el origen de todos los males es la corrupción, generada por la doctrina y la práctica neoliberales. “Sería hipócrita ignorar que el principal problema del planeta es la corrupción en todas sus dimensiones: la política, la moral, la económica, la legal, la fiscal y la financiera; sería insensato omitir que la corrupción es la causa principal de la desigualdad, de la pobreza, de la frustración, de la violencia, de la migración y de graves conflictos sociales”.
Repito, vas a la ONU en modo Gandhi, pero te apropias —te
robas— de las propuestas que diversos foros de la ONU han generado para
combatir la pobreza y la desigualdad. Pides a tus escribanos que mal plagien
las ideas y propuestas que han generado pensadores que han desarrollado teorías
sobre la desigualdad como Amartya Sen, economistas que la han documentado como
Thomas Piketty o como Gabriel Zucman, que han refinado las propuestas del
gobierno de Biden en torno a impuestos contra la riqueza excesiva. O técnicos
de la OCDE, del Banco Mundial, de la Cepal y activistas de la Red por el
Ingreso Básico Universal, que han desarrollado sólidas propuestas para
disminuir la desigualdad. Pero dices que son tuyas.
Pero el plagio es pecata minuta y ya este gobierno ha
demostrado qué tan cómodo se siente con esta forma de robo. Como es bien
sabido, la titular de Conacyt, Elena Álvarez-Buylla, maniobró para otorgar el
máximo nivel del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) al actual fiscal
general, Gertz Manero, y reconoció como “obras notables” dos libros que plagian
copiosamente a otros autores.
En realidad, el problema principal del discurso es la
tesis que encuentra en la corrupción la fuente de la desigualdad y de
prácticamente todos los males. Y es un problema porque varios de los
experimentos sociales del siglo XX con resultados catastróficos comparten ese
diagnóstico. Ya he mencionado en artículos anteriores que el actual gobierno me
recuerda mucho a la Revolución Cultural china. Ésta también encontraba en la
corrupción de quienes habían asistido a la universidad o habían sido pequeños
propietarios o habían viajado al extranjero, la causa de la pobreza en China.
Había que acabar con la corrupción de la innata sabiduría popular causada por
el conocimiento, los viajes al extranjero o el “aspiracionismo” mediante medios
radicales. Por ello, cuando escucho que Morena ya creó Comités de Defensa de su
gobierno, un frío me recorre la columna vertebral. Sería inútil citar las
innumerables fuentes que documentan la corrupción como un fenómeno que
atraviesa todos las culturas y sistemas sociales, antiquísimos o presentes, en
unos y otros con mayor o menos intensidad. Tanto en sistemas igualitaristas o
jerárquicos u oligárquicos. Como el delito, la corrupción florece ahí donde hay
oportunidad e impunidad. ¿Por qué?
Sobre esto, me gusta mucho el ejemplo bíblico de Caín y
Abel. Se piensa que el Antiguo Testamento fue escrito hace unos tres mil años y
vamos a suponer que en ese entonces no había un antecedente del neoliberalismo
que justificara grandes desigualdades. Recordará el lector que Caín y Abel eran
hijos de Adán y Eva. Caín era agricultor y Abel, pastor. El Génesis relata que
Caín mató a Abel por envidia, pues la ofrenda de las primicias de las ovejas de
Abel resultó más grata a Jehová que la ofrenda de frutos y plantas presentada
por Caín (no se enojen, veganos). La desigualdad percibida como preferencia
divina causó el primer asesinato, quizá la peor forma de corrupción. Y no al
revés.
La corrupción rampante empeora y agudiza la desigualdad,
pero no es su causa original. Las distintas formas de propiedad son, sin duda,
una de las causas originales de la desigualdad. La riqueza heredada, otra.
Intentar enfocar los esfuerzos gubernamentales nacionales (¡y mundiales!) en
erradicar la corrupción como causa originaria sólo puede llevar al fracaso más
rotundo, pues se trata de un blanco equivocado. Nada es tan simple. La
corrupción debe combatirse como parte de una batalla más compleja. Si no se
terminará pensando en el Mahatma Gandhi, pero imitando a Madame Mao.
https://www.excelsior.com.mx/opinion/cecilia-soto/de-gandhi-a-madame-mao/1482587