Ciertamente, el incremento en el número de asesinatos ocurridos en torno al fenómeno del crimen organizado es muy preocupante. Negarlo sería absurdo. Sin embargo, cuando uno busca las estrategias alternativas al combate directo al narco, la cosa se complica. En teoría suenan muy bien, pero en la práctica tienen limitaciones. Entre estas alternativas se menciona con frecuencia el combate a la pobreza y la desigualdad. El silogismo es muy simple: hay criminales porque no hay oportunidades económicas. Si se generan condiciones de vida apropiadas, la gente no tendrá por qué delinquir. El diagnóstico suena bien, pero tiene dos problemas: la pobreza explica parte de la delincuencia, pero no toda. Hay criminales que lo son aunque no sean pobres. El segundo problema es que sacar de la pobreza a 50 millones de mexicanos, no puede, lamentablemente, ocurrir de la noche a la mañana. Se necesita generar inversión y empleos suficientes y bien remunerados, lo cual puede tomar años si no es que décadas. El problema es qué hacemos ahora, cuando las bandas criminales operan libremente en el territorio.
Otras opciones sugeridas suenan también muy bien en teoría, pero en la práctica han mostrado tener alcances limitados, como el combate al lavado de dinero. Y la evidencia se puede ver en los países desarrollados, los cuales tienen leyes más estrictas contra el dinero producto de la delincuencia y más instrumentos para aplicarlas, pero a pesar de eso, este sigue fluyendo en grandes cantidades hacia las manos de los criminales. Otra opción ha sido negociar con el narco, bajo el supuesto de que es un actor político. Lo que no está claro es qué se les va a ofrecer y qué van a ceder los criminales, cuando lo que buscan es simplemente exprimir a la sociedad de sus recursos, sin importar los métodos. ¿O es que en aras de disminuir la violencia se les va a entregar el patrimonio de todos los mexicanos? Eso es simplemente absurdo, pues la labor fundamental del Estado es proteger la vida y la propiedad de cada uno de sus ciudadanos. Eso, simplemente, no es negociable.
Es natural que frente a un problema de la magnitud del narcotráfico, la sociedad se desespere frente a la estrategia del gobierno y busque remedios milagrosos bajo el supuesto de que todos los problemas tienen una solución inmediata. Lamentablemente, eso no es cierto. Las medidas preventivas funcionan cuando se toman antes de que el problema crezca. Como decía Maquiavelo en El Príncipe: “Si se conocen anticipadamente los males que pueden después manifestarse, lo que no concede el cielo más que a un hombre sabio y bien prevenido, quedan curados muy pronto. Pero cuando, por no haberlos conocido, se les deja tomar un incremento tal que llega a noticia de todo el mundo, no hay ya arbitrio que los remedie. Por eso, previendo los romanos de lejos los inconvenientes, les aplicaron siempre el remedio en su origen, y el temor de una guerra jamás les indujo a dejarles seguir su curso. Sabían que la guerra no se evita, y que el diferirla redunda en provecho ajeno.”
La mala noticia es que el narcotráfico no se combatió a tiempo, con la idea, precisamente, de que era un actor político con el que se podía negociar. Actualmente, la solución ya no reside en cambiar la estrategia. De hecho, no existe ninguna estrategia que vaya a resolver el problema de manera inmediata. La solución —al menos mientras las drogas sigan siendo ilegales— es crear los instrumentos para que el Estado, en algún momento, pueda controlar el problema en el futuro. Y eso va a llevar muchos años. En otras palabras, creer que el problema del narco se va a solucionar en quince minutos, es creer que se pueden perder 10 kilos de peso en una semana con alguna pastilla milagrosa anunciada a la una de la mañana en la televisión.
jorge.chabat@cide.edu
*Analista político e investigador del CIDE.