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El Universal (Mexico)

 

13/09/2007 | México - ¿Al diablo los partidos?

Jorge Chabat

En las últimas semanas se ha desatado una intensa discusión en los medios acerca del papel de los partidos políticos en la democracia mexicana. El eje de esta discusión ha sido la reforma electoral que viene discutiéndose en el Congreso desde el inicio de este periodo de sesiones.

 

Una buena parte de la “comentocracia” se ha lanzado contra los partidos políticos. De hecho, el término favorito para descalificarlos es la “partidocracia”. Con motivo del cambio constitucional que implicaría reemplazar a algunos consejeros electorales, se ha desarrollado el argumento de que el Instituto Federal Electoral es de los ciudadanos (¿de veras?) y que la partidocracia quiere adueñarse del IFE para luego adueñarse del país. Pero la verdad es que los partidos políticos, representados en el Congreso, no se quieren apoderar del IFE. Ya son dueños del IFE.

Son ellos (o dos de ellos, el PRI y el PAN) los que nombraron a los actuales consejeros que ahora quieren remover. Pero este poder de los partidos no deriva de una actitud de agandalle, sino de la propia Constitución que les otorga esa facultad. Son los partidos, representados en el Congreso, los que hacen las leyes y las quitan. Eso pasa en todos los países democráticos. La base de este poder proviene, en principio, del voto popular. Esto es, se supone que los diputados y senadores representan a los ciudadanos. Por ello, contraponer un “IFE ciudadano” al poder de la partidocracia es un contrasentido. Se supone que el Congreso representa a los ciudadanos.

Ahora bien, es cierto que en muchos países los partidos y los congresos no siempre representan los intereses ciudadanos. De hecho, por diversos motivos, las clases políticas en general no siempre son fieles representantes de la población. Ello ha ocurrido en varios países latinoamericanos, en los cuales el sistema de partidos ha entrado en crisis. Y es en estos países en los que la “partidocracia” es el blanco principal de los políticos que están fuera del sistema. El discurso antipartidos es el de Hugo Chávez y el de Fujimori. Por ejemplo, Hugo Chávez, en una carta dirigida a la Corte Suprema en 1999, señaló que había que “rescatar el estado de derecho de manos de la criminal partidocracia para estructurarlo en la nación como ordenador esencial de las instituciones”.

Ese es el discurso de los regímenes totalitarios: los partidos políticos dividen a la sociedad. Y esa es también la práctica de los totalitarismos: desparecer los partidos políticos, como lo hicieron Hitler y Stalin. Como lo hizo Fidel Castro en Cuba. Y ese es también el discurso de la izquierda radical. Andrés Manuel López Obrador mandó al diablo a las instituciones del “gobierno ilegítimo”. Y, por cierto, AMLO también declaró al Congreso mexicano un peligro para el país, porque no aprobaba las leyes que a él le gustaban.

¿Vamos ahora a mandar al diablo al Congreso y a los partidos, porque quieren aprobar leyes que no nos gustan? ¿Queremos abolir la “partidocracia”, como en Cuba, como en la Unión Soviética estalinista o como en la Alemania de Hitler? Es obvio que eso no resuelve nada. Entonces ¿a qué lleva destruir a la “partidocracia”? Al surgimiento de líderes “ciudadanos” que no tienen partido y que llegan al poder sin partido y que gobiernan sin controles. A líderes carismáticos que hablan con el pueblo sin intermediarios, esto es, sin partidos.

No obstante lo anterior, es obvio que los partidos políticos mexicanos son todavía profundamente irresponsables. Sin embargo, estas conductas derivan del esquema de incentivos. El sistema político propicia que los partidos busquen su propio beneficio sin que ello tenga un costo electoral, dado que no hay reelección inmediata en el Congreso. Ese es el origen de la conducta gandallesca de los partidos: no les cuesta. Para resolver ello, de nada sirve apelar al patriotismo de la clase política ni desgarrarse las vestiduras trinando contra la “partidocracia”.

El nudo gordiano que hay que romper es la imposibilidad de la reelección inmediata de los legisladores. Ahí es donde hay que enfocar las baterías. No hay que acabar con los partidos políticos, pues ello sólo abre la puerta a los caudillos y dictadores. Lo que hay que hacer es volver responsables a los partidos representados en el Congreso. Y para ello la llave es la posibilidad de reelegir o no reelegir a los legisladores: de castigarlos o premiarlos. Así pues, no hay que mandar al diablo los partidos, hay que mandar al diablo la no reelección.

jorge.chabat@cide.edu

Analista político e investigador del CIDE.


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