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24/04/2007 | El Papa, Europa, hoy y mañana

Juan F. Carmona y Choussat

Es bien sabida la anécdota de Stalin preguntando a uno de sus consejeros por el número de divisiones que tenía el Papa, burlándose de su poder temporal real. No llegó a ver cómo Polonia dejaba de ser soviética, pero es de suponer que le hubiera sorprendido que lo hiciera sin la fuerza de ningún carro de combate.

 

Hoy, sigue siendo Europa lo que está en juego y, sí, el Papa sigue sin contar con división militar alguna.

Esta primavera, cuando aún resuenan en nuestros oídos las campanas de la Pascua, se van a publicar dos libros del Papa. Uno de ellos, “Jesús de Nazaret”, tiene un título que se explica por sí mismo. El otro, “Europa, hoy y mañana”, escrito en el año 2004 poco antes de su elección, se refiere a la Unión europea y a la elaboración de la llamada “constitución”, así como a los asuntos de fondo que afectan a nuestro continente.

Como es notorio, Benedicto XVI es el Papa europeo por excelencia. Desde la elección de su nombre, pues San Benito de Nursia es uno de los fundadores de Europa, como ha tenido a bien recordarnos hace poco Luis Suárez, hasta su lugar de nacimiento, pasando por su más famoso discurso, dictado en una Universidad – palabra europea donde las haya – en territorio alemán.

Si nos remontamos a enero de 2004 podremos apreciar toda una serie de intervenciones en las que se ha referido a Europa.

Tuvo lugar entonces un encuentro, publicado posteriormente en forma de libro entre el filósofo de la posmodernidad, Jürgen Habermas, y el aún cardenal Joseph Ratzinger. Se atribuye a Habermas, además de su teoría sobre la comunicación, una elaborada construcción acerca del concepto de la esfera pública. Para este alemán, las discusiones burguesas de la sociedad francesa del XVIII forman la base de una democracia ilustrada en la que la relevancia del argumento se eleva por encima de la identidad de quien lo profiere, y se sobrepone al argumento de autoridad, permitiendo la eclosión del parlamentarismo democrático. Según defiende, llegó un momento en que las publicaciones que recogían estas disputas intelectuales se convirtieron en medios de comunicación de masas y en un bien consumible más, regido por fuerzas poco acordes con la razón como las meramente económicas y las estructuras administrativas. El resultado ha sido una devaluación del debate público y por tanto de la esfera pública, que no tolera la discusión inteligente. La situación del “discurso ideal” en la que las partes se reconocen igualdad mutua, capacidad equivalente, y se admite la posibilidad de persuasión sin pertenencias ideológicas preconcebidas ha ido diluyéndose hasta convertirse en algo extremadamente difícil de lograr. No obstante, esta teoría discursiva de la democracia siempre puede resurgir y obtenerse, siempre que se recobren las condiciones que la hacen posible. Es además imprescindible para el mantenimiento de la democracia y de la relevancia de la opinión pública. 

Aquella entrevista de 2004 estaba destinada a discutir sobre las fundaciones morales pre-políticas del Estado liberal. El filósofo izquierdista, si se admite la expresión, mostró un gran respeto por los grupos religiosos. Al parecer mantienen o protegen algo que se ha ido perdiendo fuera de este ámbito. Sin embargo, para Habermas, el Estado liberal, especialmente el germano, existe idealmente y se funda, no sobre la historia o sobre una realidad preexistente que haya ido evolucionando, sino sobre lo que se denomina – y aquí el lector español atento a los acontecimientos de los años recientes dará un respingo – “patriotismo constitucional”. No existe una comunidad étnica, ni una solidaridad religiosa, ni una historia, un presente y un futuro como en Renan, ni siquiera un sugerente proyecto de vida en común como en nuestro germanizado Ortega, sino un “patriotismo constitucional” de construcción ideal. 

Hasta ahí un par de los conceptos de Habermas, que, por cierto, han sido difundidos con cierto éxito por los medios de comunicación de masas y han llegado, en manera diluida o no, a millones de personas que los usan como si fueran suyos. Cosas de las fuerzas estructurales y económicas, qué se le va a hacer.

Frente a ello, con humildad, cuidado, delicadeza e incluso, si no es irreverencia, con la sutileza diplomática de un cardenal vaticano, el actual Papa comenzó a edificar la respuesta que sobre Europa ha venido anunciando y proclamando desde entonces.

La democracia es esencial al Estado liberal. No lo es menos el hecho de que la regla de la mayoría debe ser moderada por parámetros de justicia, pues se han conocido mayorías ciegas o malvadas. De hecho la incorporación a las constituciones, todas ellas muy patrióticas, posteriores a la segunda guerra mundial de una serie de derechos humanos con garantías frente a los tribunales, se funda en las barbaridades nazis, todas ellas perpetradas por una persona democráticamente elegida y con su apoyo parlamentario. Pero, volviendo al Papa, nos dice que ese criterio de justicia procede de aquello que se llamaba en las facultades de Derecho en la Edad Media, y es de esperar que en las actuales, Derecho natural. Se dirá que entonces eso se basaba en la doctrina cristiana y en un mundo creado por Dios con seres a su imagen y semejanza, pero se dirá mal, porque el Derecho natural existe desde que el mundo es mundo, o más bien, en nuestro Occidente al menos desde los griegos, y desde luego desde Pericles y su famosa Oración Fúnebre. Por ejemplo: "Se nos impide hacer el mal por respeto a las autoridades y a las leyes, y tenemos especial respeto por las leyes dedicadas a la protección de los agraviados, y por aquellas leyes no escritas cuya transgresión genera un sentimiento general de reprobación".

Pero hete aquí que los ataques terroristas del 11 de septiembre llevaron a Habermas a hablar de "una modernidad que llevaba  a una acelerada y rápida pérdida de las raíces". Eso era decir mucho sobre algo acerca de lo que el Papa tenía alguna idea. 

Uno de los problemas que se achaca a Europa, en esta época de relativismo y equivalencia cultural, es su incapacidad comunicativa. Este problema para el Santo Padre puede resolverse, y este es igualmente el núcleo del discurso de Ratisbona, “sólo si la razón y la fe se juntan de una manera nueva, si superamos la autoimpuesta limitación de la razón a lo empíricamente demostrable, y si una vez más descubrimos sus vastos horizontes”. Lo que recuerda la famosa frase de Marías: “Eso de que solamente es demostrable lo empíricamente demostrable, ¿es empíricamente demostrable?”.

Seguimos en 2004. Se publica un libro en el que participa el entonces cardenal con el título “Sin raíces”. El fundamento de lo dicho allí se resume en lo siguiente: “Europa está infectada por una extraña falta de deseo por su futuro”. En esta obra escribe también de manera destacada el antiguo presidente del Senado italiano, el increyente Marcello Pera, que además de coincidir con el Papa en el diagnóstico europeo, es una persona que denomina la creciente inmigración islámica con el término “invasión”.

Ya en el 2005, antes de su elección, Ratzinger escribía: “Mientras Europa fue en su momento el continente cristiano, también fue el lugar de nacimiento de esa nueva racionalidad científica que nos ha traído tanto enormes posibilidades como enormes amenazas…En el despertar de esta nueva forma de racionalidad, Europa ha desarrollado una cultura que, de manera hasta hoy desconocida para la humanidad excluye a Dios de la manifestación pública…Se ha desarrollado una cultura en Europa que es la mayor contradicción, no sólo del cristianismo, sino de todas las tradiciones religiosas y morales de la humanidad”. 

También en 2005 pone el dedo en la llaga de las relaciones con el Islam y en “El cristianismo y la crisis de las culturas”, afirma: “Los musulmanes… se sienten amenazados, no por los fundamentos de nuestra moralidad cristiana, sino por el cinismo de una cultura secularizada, que reniega de sus propios fundamentos”.

Se llega así al discurso de Ratisbona, de septiembre de 2006. Lo que el Papa declara allí, además de la relevancia simbólica para Europa de ser un teólogo quien lo dice, en su Universidad, es que la razón existe en la fe. Es la vieja tradición de los Padres, desde su venerado San Agustín a San Anselmo. "Credo ut intelligam", creo para poder entender. A pesar de que lo único que quisieron ver algunos era una ofensa al Islam, el mensaje era para los europeos. Se trataba de conciliar razón y fe dando a la razón un concepto menos encorsetado que el secular postmoderno. Así: “Deben reconocerse sin reservas los aspectos positivos de la modernidad: todos agradecemos las maravillosas posibilidades que ha abierto para la humanidad y su progreso. La intención no es de retraimiento ni de crítica, sino la de ampliar nuestro concepto de razón y de su aplicación”.

El momento más reciente de este resumen de actuaciones relevantes para la reflexión sobre Europa, es el discurso dado con ocasión de la celebración del cincuentenario de la Unión europea. Ante los cardenales y obispos, y tras resaltar el progreso económico europeo, Benedicto XVI afirmó: “Desafortunadamente es de notar que Europa parece haber tomado un camino que podría llevarle a desaparecer de la historia”. No se trataba de recordar la discrepancia sobre la mención o no en el preámbulo del tratado constitucional fallido de la herencia cristiana de Europa, sino de dar el definitivo toque de atención sobre una realidad que nadie quiere reconocer. Por ser políticamente incorrecto, aunque espiritualmente imprescindible. Una piedra más en la catedral que está forjando para detener la “dictadura del relativismo”, de la que le oímos hablar por primera vez en el funeral por Juan Pablo II.

Ahora vienen dos libros más. Mientras tanto, para muchos es la oportunidad histórica de que la Iglesia vuelva a ser la levadura que transforme Europa. Para otros, las arcaicas estructuras de esa oscura institución jamás lograrán renacimiento alguno. Por fin, quizá alguno se pregunte qué relevancia estratégica tiene todo ello. Siempre  puede enviar un correo al Vaticano preguntando cuántas divisiones tiene el Papa. No será la primera vez.

Juan F. Carmona Choussat es Licenciado y Doctor en Derecho cum laude por la UCM, Diplomado en Derecho comunitario por el CEU-San Pablo, Administrador civil del Estado, y correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Su libro más reciente es "Constituciones: interpretación histórica y sentimiento constitucional", Thomson-Civitas, 2005.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 


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