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06/09/2008 | ¿Georgia está en Europa?

Juan F. Carmona y Choussat

Creo que la política de los Estados Unidos ha de ser la de apoyar a los pueblos libres que están resistiendo intentos de dominación por parte de minorías armadas o presiones exteriores. Harry S. Truman, 1947

 

La UE necesita urgentemente una lección de geografía. O quizá se trate de que, sabiendo dónde queda la patria de Stalin, la Unión prefiera que los americanos sean los que, como es costumbre desde hace un siglo, se ocupen gratis de soportar el peso de hacer frente a las amenazas a Europa. La sutileza diplomática con la que quiere hacerse pasar esta escasamente audaz ley del mínimo esfuerzo, empieza a ser percibida como el mejor aliado para los enemigos de Occidente. Tiene la virtud de tener un antecedente no muy remoto. Hubo un tiempo en que a esto se le llamaba finlandización. Y Finlandia, también estaba en Europa.

Primera reacción

He aquí, por ejemplo, lo que dice Gerard Baker en el London Times el 15 de agosto:

Ya tenemos ensayada una actuación cada vez que se produce algún acto intolerable de agresión hacia nosotros o alguno de nuestros aliados por parte de asesinos fanáticos o regímenes autoritarios. Mientras el enemigo celebra la victoria con una vuelta al campo nos dedicamos a competir en un vergonzoso relevo de excusas, derrotismo y rendición.

Al señor Baker parece molestarle especialmente la consideración europea de que la diplomacia no va a servir de mucho:

Hay algo extraño en escuchar a los gobiernos europeos hablar de lo superfluo de la diplomacia. Se trata de los mismos que generalmente insisten en que la fuerza militar por sí sola puede lograr bien poco y que hay que dar una oportunidad a la diplomacia. Pero ahora parecen decir que, ya que no podemos parar a Rusia militarmente, no hay ninguna otra cosa que pueda hacerse.

Pasa entonces el inglés a elaborar una lista de las medidas que harían más daño a Putin que a las naciones europeas. Desde su expulsión del G8 hasta su casi completa exclusión de los beneficios de una economía mundial globalizada. Pero:

A los europeos no les gusta mucho nada de esto. Así que esta semana han demostrado tanta decisión como en los Balcanes a principios de los noventa, cuando se quedaron quietos mientras se desarrollaba un genocidio en su propio continente.

Claro que, después de no se sabe cuántos años y tras el notable éxito de la muerte natural de Milosevic en su celda con ventana a las playas de La Haya, acaba de detenerse a Karadzic gracias a la abrumadora presión de la UE para que sea juzgado. El mundo de las tiranías temblaba viendo su rostro atemorizado ante la “justicia internacional” y, según se decía en todos los medios bienpensantes de nuestra Europa, se había dado una lección a los que quisieran violar la “legalidad internacional”. Putin lee poco.

Tras comparar a Sarkozy con Chamberlain – un nombre recurrente estos días -, concluye considerando que no puede haber muestra más palpable de lo peligroso que es dar más poder a la Unión en materia internacional.

Esta, recuerden, es la misma Unión europea que quiere asumir una política exterior y de seguridad en lugar de sus estados miembros, una institución rauda en su crecimiento a expensas de instituciones democráticas en esos estados miembros, pero que se desinfla en enclenque sumisión en cuanto se la enfrenta a amenazantes autoritarismos foráneos.

Temporada olímpica obliga, Baker culmina: efectivamente, lo que quiere Europa no es ganar, sólo participar. No obstante, el tono casi humorístico del diario inglés, contrasta con la gravedad de la situación y con las consecuencias inmediatas para la Unión.

El 11 de agosto, William Kristol, en el New York Times preguntándose lo que habría de suceder si los Estados Unidos no respaldaban a un aliado tan firme como Georgia – tercero en número de soldados enviados a Irak - , escribía:

¿No deberíamos acaso insistir en que las relaciones normales con Rusia son imposibles mientras continúa la agresión, reiterar firmemente nuestro compromiso con la integridad territorial de Georgia y Ucrania, y ofrecer ayuda militar de emergencia a Georgia?

Robert Kagan, en el Washington Post, misma fecha:

Los historiadores recordarán el 8 de agosto de 2008 como un punto de inflexión de tanta importancia como el 9 de noviembre de 1989, cuando cayó el Muro de Berlín.  El ataque de Rusia al territorio soberano de Georgia marca el oficial retorno de la historia http://www.gees.org/articulo/5731/ , hasta quizá el estilo decimonónico de competencia entre grandes poderes, a completar con violentos nacionalismos, batallas por recursos, enfrentamientos sobre esferas de influencia y territorio, e incluso, aunque choque a nuestras mentalidades del siglo XXI, el uso de la fuerza militar para lograr objetivos geopolíticos.

Si esto es así entre los autores considerados neoconservadores – escribiendo en dos diarios que no lo son -, qué dicen los progresistas:

Zbigniew Brzezinski, antiguo colaborador de Carter y analista casi tan opuesto a la guerra de Irak como los medios españoles, un progre, pues:

Por desgracia, Putin ha puesto a Rusia en una senda particularmente ominosa, similar a la emprendida por Stalin y Hitler a finales de la década de 1930. El ministro sueco de exteriores Carl Bildt ha hecho una comparación correcta a mi juicio al decir que la “justificación” de Putin para desmembrar a Georgia – los rusos de Osetia del Sur - se parece a las tácticas de Hitler respecto a Checoslovaquia, para “liberar” a los alemanes de los Sudetes.

Ronald Asmus, ex asesor de Clinton, escribiendo en la revista izquierdista The New Republic:

Hay también una línea directa entre (la actual crisis y) la incapacidad de la OTAN para mandar un mensaje unido a Georgia y Ucrania en la cumbre de Bucarest a primeros de marzo (fue abril). Tras una discusión espectacular sobre si debía otorgar a Georgia y Ucrania un Plan de Acción para la Adhesión, la Alianza acordó abandonar esta opción pero ofreció una “relación intensiva” junto con una vaga promesa de adhesión en el futuro. En aquel momento, los diplomáticos trataron de darle un giro positivo a este resultado, alegando que se trataba de una ambigüedad creativa. Pues bien, esa ambigüedad acabó por ser más destructiva que creativa. En lugar de asegurar a Georgia y desanimar a Rusia, la decisión de la OTAN puede haber provocado a los rusos y probablemente aceleró el camino a la guerra.

(…) La respuesta de Europa ha sido, por supuesto, incluso peor.

Concluye:

El gran debate comenzará ahora. Estarán aquellos que insistirán que Occidente hizo demasiado y envalentonó o incluso incitó a los georgianos. Y estarán aquellos que argumentarán que no hicimos lo suficiente para prevenir esta guerra y salvar a Georgia. Pónganme firmemente entre estos últimos. Si Occidente hubiese tomado estas crecientes tensiones más seriamente, esta guerra podía haberse evitado. Entonces parecía demasiado difícil. Ahora hay muchos que desearían haber actuado antes de que fuera demasiado tarde.

Pero estos son, según se interpreta hoy corrientemente, “imperialistas” americanos al fin y al cabo. He aquí a Nathalie Nougaryède escribiendo en Le Monde, ese órgano del anti-imperialismo:

El domingo 10 de agosto, Washington ha denunciado una “agresión” de Rusia contra un Estado soberano (…). La UE no ha usado el mismo lenguaje.

Pero hay más, Jean-Marie Colombani, ex director de Le Monde, en El País, 15 de agosto:

Recordemos la frase clave que explica el comportamiento de Putin en el escenario internacional: la de que la caída del imperio soviético fue "la mayor catástrofe estratégica de la historia". Un poco después, en febrero de 2007, durante la conferencia de seguridad en Múnich, agitó la amenaza de la vuelta de la guerra fría.

La obsesión de Putin, formado en la escuela del KGB, es el regreso de la potencia rusa; no una potencia que contribuya al equilibrio mundial, sino una potencia con objetivos estrictamente nacionalistas.

Representa, pues, una amenaza para países como Georgia, Ucrania y los países bálticos, a los que Moscú considera parte de su cinturón de seguridad, de las marcas del Imperio. Ya se sabe que, para Moscú, la adhesión de Ucrania y Georgia sería un casus belli. A ello hay que añadir el chantaje permanente que la condición de productor de gas y petróleo de Rusia le permite ejercer sobre los países europeos, que cometen el error de presentarse ante ella de forma dispersa. Ésa es la gran pregunta estratégica que debe hacerse la UE: cómo comportarse ante una Rusia que ya no duda en pasar de la amenaza a la ejecución.

Diagnosticada la situación, con el acuerdo de algún sector relevante de la izquierda, quedan por determinar los medios para hacerle frente y es aquí donde es previsible que algunos no deseen llevar el argumento hasta su conclusión.

Ya el 12 de agosto Gary Schmitt y Mauro de Lorenzo proponían lo siguiente en el Wall Street Journal:

El primer paso es que los Estados Unidos y sus aliados envíen ayuda militar y médica a Tbilisi. Si queremos que la democracia sobreviva allá, los georgianos deben creer que los sostenemos. (…) Además, los Estados Unidos deben dirigir el esfuerzo en la puesta en marcha de una lista de sanciones económicas y diplomáticas a Rusia que supongan un coste real por lo que Moscú ha hecho.

Hasta el momento la ayuda médica, no digamos la militar, de la UE ha brillado por su ausencia. A pesar de los pesares, cuando los americanos dicen aliados, quieren decir sustancialmente, los europeos. Su actuación hasta ahora ha oscilado entre hacer firmar un alto el fuego a la víctima negociado en la casa del agresor (Sarkozy) o permanecer impasible en una rueda de prensa mientras el presidente ruso niega la integridad territorial de Georgia (Merkel).

A largo plazo, es esencial romper la estrangulación de Rusia sobre las aportaciones energéticas a Europa. La impotencia de Europa para poner orden en casa a través de la diversificación energética mientras se insiste en la apertura, a cambio, por parte de Rusia de su propio mercado, ha creado una situación en la que Moscú piensa con razón que tiene un elemento de presión determinante sobre las políticas de países clave como Alemania.

Fue Alemania la que llevó la voz cantante en la oposición en la más reciente de las cumbres de la OTAN en abril, en contra del Plan de Acción para la Adhesión de Georgia, poniendo el acento en que un país que tiene conflictos sin resolver no debería ser admitido en la OTAN. Probablemente no sepamos durante un tiempo cuáles fueron los cálculos concretos en el Kremlin para decidir el envío de tropas a Georgia, pero se puede asumir que la posición germana hizo poco por disuadir los planes de Rusia.

Segunda reacción

En el periodo en que se suponía que se estaba verificando el alto el fuego y la retirada de las tropas rusas sucedieron dos cosas. La OTAN, reunida en sesión especial el 19 de agosto, decidió suspender las relaciones normales con Rusia – sustancialmente el llamado comité OTAN-Rusia establecido en el 2002 precisamente para no humillar a la anterior gran potencia y evitar actos como su reciente invasión de Georgia. En segundo lugar, el ministro de exteriores ruso, probablemente azorado por tan grave e irrevocable decisión, escribía en un artículo de opinión para el Wall Street Journal  - 20 de agosto - lo que las autoridades de su país llevan una semana repitiendo: que los Estados Unidos han de elegir entre Georgia y Rusia. Entretanto, Polonia – un miembro de la UE y de la OTAN – firmaba un acuerdo bilateral con Estados Unidos para desplegar un escudo antimisiles cuyas negociaciones venían retrasándose. Sin duda la audacia de la OTAN y la decisión francesa de negociar una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU nacida muerta al encontrarse con la negativa rusa, ayudaron a impulsar el ánimo polaco.

Ante la gravedad de la situación inicial y la flagrante violación rusa de todos los estándares de la legalidad internacional, desde la Carta de las Naciones Unidas hasta la pasada de moda declaración de guerra antes de emprender una, los medios y cancillerías europeos no podían aparecer defendiendo a Rusia. Tal actuación los hubiera colocado en quiebra frente a la opinión pública perdiendo su capacidad de influencia. Como las relaciones públicas son precisamente su profesión, se unieron tímidamente a la reacción original justa de cualquier observador imparcial. No obstante, una vez hecho el cálculo de la necesidad de una relación con Rusia – curiosamente favorable al libre comercio que no ha sido siempre una de las banderas de enganche de la izquierda – y la posibilidad de molestar a los Estados Unidos y su prepotencia, comenzaron a cambiar las cosas.

Podía verse así un editorial de Le Monde colocando a la diplomacia europea – refiriéndose a Sarkozy, quien no es generalmente un preferido del vespertino – en el justo medio camino entre la “desproporción”  rusa – otra palabra clave de estos días – y los siempre desmesurados americanos. Podía verse así la publicación de una tribuna de opinión en Le Figaro francamente favorable a Rusia y condenando la actitud georgiana por querer poner orden en su propio territorio – cuando el monopolio de la coacción por parte del Estado es precisamente una de las bases de Occidente. El propio Sarkozy, en el mismo diario, instaba a Rusia a retirar sus tropas o a enfrentarse a consecuencias, mientras entre líneas y en la letra pequeña se advertía que lo que desea Europa es evitar el enfrentamiento con Rusia resaltando, si se permite, “desproporcionadamente” las órdenes dadas por el presidente Shaakasvili.

Sin embargo, las cosas son bastante más complicadas de lo que parece. Para darse cuenta de ello, conviene tratar de imaginar cuál hubiera sido la situación con Schröeder y Chirac al mando, y, también con una actuación más concertada y jurídicamente apropiada de la UE. Respecto a lo primero nada más sencillo. El anterior primer ministro alemán – hoy ejecutivo a sueldo de una filial de Gazprom – publicaba en Der Spiegel una significativa entrevista defendiendo la posición rusa.

Es inimaginable por otra parte una implicación de Chirac similar a la emprendida por Sarkozy, mucho menos bajo el sombrero de presidente de la Unión, aunque Sarkozy lo hubiese hecho para incrementar su peso. Lo que nos lleva a la actuación de la UE, especialmente peculiar a la luz de sus instrumentos tradicionales para llevar a cabo la política exterior, a saber, Javier Solana. Particularmente ausente estos días, tanto como las reuniones de ministros de exteriores no presentadas ante hechos consumados, como la firma del alto el fuego, rebautizado por el ministro ruso Lavrov como Pacto Medvedev-Sarkozy. No es seguro que el francés deseara verse asociado en un pacto a un nombre ruso, teniendo en cuenta los inefables precedentes.

Ciertamente ello supone que la UE puede aprender de sus actuaciones iniciales y que, aunque haya perdido una excelente oportunidad para mostrarse como un miembro fiel de Occidente y prevenir los desafíos rusos de estos días que serán los ataques de mañana, aún guarda capacidad para moderar sus impulsos anti-proteccionistas y libre-cambistas – respecto al gas ruso – que, en cualquier otra ocasión, resultarían particularmente bienvenidos. Pocas cosas serían más gratificantes que poder comparar a Schröder con Adam Smith, pero no parece que haya llegado el día.

¿Qué hacer?

Seguidamente, unas cuantas sugerencias, en la esperanza de que el elevado grado de exigencia de la agenda logre al menos un mínimo de coincidencia entre las naciones occidentales.

En una aportación más elaborada y reposada que la necesaria reacción al inicio de las hostilidades, Robert Kagan – que editorialmente lleva poniendo el dedo en la llaga toda esta década (Of paradise and power, 2003; The return of history, 2007), sustituyendo en la esfera intelectual al supravalorado y hoy tan desmentido Fukuyama -, escribiendo en la neoconservadora Weekly Standard, se preguntaba:

A largo plazo, la creciente prosperidad bien puede generar liberalismo político, pero ¿cuán largo es el largo plazo?

Palabras que evocan el recuerdo de Revel al que, cuando le decían que la Unión Soviética llevaba a cabo un experimento insostenible, respondía que bien podía ser pero de qué le servía ello al disidente en el Gulag o al condenado a muerte para el minuto siguiente.

Añade Kagan:

Desafortunadamente Europa está mal equipada para responder a un problema que nunca anticipó. La UE está profundamente dividida respecto a Rusia, con naciones en la línea fronteriza temerosas y en búsqueda de seguridades, mientras otras como Francia o Alemania buscan un acomodamiento con Moscú. (…) Esta gran entidad del siglo XXI (opina Kagan) ahora se enfrenta a un poder del XIX y los instrumentos posmodernos europeos de política exterior no fueron designados para hacer frente a retos geopolíticos más tradicionales. Se plantea una cuestión bien real acerca de si Europa es institucional o temperamentalmente capaz para desempeñar el tipo de papel geopolítico que Rusia está decidida a emprender.

No obstante, al autor americano mantiene el optimismo, puesto que:

Con todo, los aliados tradicionales de los Estados Unidos (…), aunque sus opiniones públicas sean más anti-americanas que en el pasado, siguen dedicándose a políticas que reflejan mayor preocupación hacia los estados poderosos y autocráticos entre ellos, que hacia los Estados Unidos.

Sin embargo, no puede dejarse de subrayar que las dos revoluciones democráticas que surgieron en Ucrania y Georgia a principios de la década estuvieron marcadas por la decisión americana, principalmente de Bush, de que la democracia en el extranjero era un beneficio para los Estados Unidos. No está claro, como se ha visto, con la reacción europea a Irak, que esta expansión democrática cuente con el consenso a este lado del Atlántico. Lo que obliga a repasar el contenido de esta doctrina, sin circunscribirlo al éxito innegable de Irak, a ver si los europeos prefieren que gane Occidente o sienten celos por el poder expansivo de la democracia liberal al modo americano. Dicho de otro modo, hasta qué punto están dispuestos o no, a quedarse tuertos con tal de que los americanos se queden ciegos. Actitud, dicho sea de paso, compartida por la casi totalidad de los medios europeos hasta hoy mismo en que la victoria iraquí recomendaría un examen de conciencia algo dilatado en el tiempo. Padre, confieso que he pecado. ¿Cuántas veces, hijo? Ya que no es lo mismo haberse empeñado en que Rusia, por ejemplo, diera su visto bueno al derrocamiento de Sadam un día y haber reconocido el éxito de un Irak democrático después, que no haber defendido un solo instante el noble esfuerzo del ejército americano en Mesopotamia, contra un enemigo, se supone, común.

A este respecto, el de la comparación con la liberación de Irak, sirva una línea del  escritor inglés activista del ateísmo, Christopher Hitchens, escribiendo para la revista progresista Slate:

Leo los editoriales de los periódicos todos los días esperando a ver cuál es el primero en usar la palabra unilateral en la misma frase que el nombre Rusia. Hasta ahora, nada. Sin embargo, la resolución 1441, que advertía a Sadam Husein de serias consecuencias, fue el resultado de años de infructuosa diplomacia y fue aprobada sin un solo voto en contra.

Pues bien, para recordar el contenido de esta Doctrina Bush, cuya similitud hoy con Truman parece ser más extraordinaria de lo que ya parecía, conviene simplemente traer de nuevo a colación los cuatro puntos y examinar con algún detenimiento la puesta al día, retóricamente inigualable, a la que se dedicó el presidente americano en su segunda inauguración, tras haber derrotado al candidato privilegiado por los europeos, John Kerry, cuyo vicepresidente hubiera sido John Edwards hoy ocupado en explicar porqué le ha sido infiel a su mujer que está muriendo de cáncer.

La doctrina Bush consiste en:

1º. La adopción de criterios morales como guía de la política internacional, en contraposición a la idea realista vigente de pactar salidas coyunturales con aliados indeseables. En la inigualable formulación de Roosevelt: un hijodeputa, pero nuestro hijodeputa.

2º. Es el interés de los Estados Unidos promover la libertad y la democracia fuera de sus fronteras, pues, de tal manera, se reducen los conflictos a los que ha de enfrentarse.

3º. La acción preventiva antes de que se consume la agresión. El elemento, y no es necesario resumen de esto, más controvertido. Se trataba de superar las doctrinas de disuasión y contención vigentes durante la Guerra Fría, y que hoy, pueden volver a ser de actualidad; siempre que se siga contando con los medios diplomáticos, de sanciones, o de cualquier otro orden que se hagan exigibles destinados a prevenir actos como la invasión de Georgia.

4º. La convivencia de dos estados pacíficos en Israel, sin que pueda considerarse tal un poder público controlado por terroristas.

Dada la decadencia que sufren todas las presidencias americanas en los últimos años de mandato no se sabe bien qué parte de lo expuesto es hoy plenamente válida, pero nadie en Washington haría bien en olvidarlo por completo.

Y para no hacerlo, nada mejor que recordar los mensajes más relevantes de Bush en aquél frío pero prometedor 20 de enero de 2005, y para empezar, con el más significativo:

Los intereses vitales de América y nuestras creencias más profundas son hoy una y la misma cosa. Desde el día de nuestra fundación, hemos proclamado que todo hombre en esta tierra tiene derechos, y dignidad, y un valor incomparable, por estar hecho a la imagen del Hacedor del cielo y de la tierra. A través de las generaciones hemos proclamado el imperativo del gobierno de cada uno por sí mismo, porque a nadie se la ha concedido el ser un dueño, y nadie merece ser un esclavo. La promoción de estos ideales es la misión que creó nuestra nación, es el honorable logro de nuestros padres. Es hoy una urgente necesidad para la seguridad de nuestra nación, y la vocación de nuestro tiempo.

Así que es política de los Estados Unidos buscar y apoyar el crecimiento de movimientos e instituciones democráticas en cada nación y cultura, con el objetivo último de acabar con la tiranía en este mundo. 

(…) Dejaremos persistentemente clara la elección a cada gobernante y a cada nación: la decisión moral entre la opresión, que está siempre mal, y la libertad, que está eternamente bien. América no actuará como si los disidentes encarcelados prefirieran las cadenas, o como si las mujeres prefiriesen la humillación y la servidumbre, o como si cualquier ser humano aspirase a vivir a la merced de los matones.

(…) Los gobernantes de regímenes fuera de la ley han de saber que seguimos creyendo como Abraham Lincoln que: “Aquellos que niegan la libertad a los demás no la merecen para sí y, bajo el poder de un Dios justo, no pueden apropiársela durante mucho tiempo”.

Quizá quieran poner el oído atento los europeos, en estas horas bajas en que valoran más los metros cúbicos de gas que otras aspiraciones, a lo siguiente:

Todos los aliados de los Estados Unidos han de saber que nos honramos con su amistad, nos apoyamos en sus consejos, y dependemos de su ayuda. La división entre las naciones libres es el objetivo principal de los enemigos de la libertad. El esfuerzo concertado de las naciones para promover la democracia es el preludio de la derrota de nuestros enemigos.

Por fin:

América, en este siglo joven, proclama la libertad a través de todo el mundo, y a todos sus habitantes. Renovados en nuestra fuerza – probados, pero no cansados -, estamos preparados para los más grandes logros en la historia de la libertad.

En otro tiempo en que Occidente era más débil al menos en lo material de lo que hoy es y en que las amenazas que le acechaban eran más peligrosas, supo hacerles frente de manera unida. La doctrina Truman se combinó con el Plan Marshall, padre económico de organizaciones como la OCDE, y con la Alianza Atlántica. Este Plan hizo además de precursor de la Unión europea, la misma que hoy puede erigirse en digno miembro de Occidente o vender su herencia por un plato de lentejas. ¿Qué es lo que va a ser?

Juan F. Carmona Choussat es Licenciado y Doctor en Derecho cum laude por la UCM, Diplomado en Derecho comunitario por el CEU-San Pablo, Administrador civil del Estado, y correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Su libro más reciente es "Constituciones: interpretación histórica y sentimiento constitucional", Thomson-Civitas, 2005.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 


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