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27/11/2007 | Lo que hay que aprender de Sarkozy, o porqué no ser conservador

Juan F. Carmona y Choussat

“Si los franceses que hicieron la Revolución eran más descreídos que nosotros en materia de religión, les quedaba una creencia admirable que nos falta, creían en sí mismos”. Alexis de Tocqueville

 

Entre lágrimas, El País del 6 de mayo de 2007 titulaba: “El conservador Nicolas Sarkozy, nuevo presidente de Francia”. La expresión recuerda incluso, aunque en otro sentido, a la manera de hablar que tenían los periodistas en los últimos años de la Unión Soviética cuando decían que tal o cual secretario general pertenecían al sector conservador. Eran comunistas, claro, pero se suponía que pretendían conservar las cosas como estaban frente a aquellos otros que Occidente imaginaba, o en su defecto inventaba, como los que deseaban sacar a Rusia del comunismo, ya fuera paulatinamente. Sobre este uso extraño de los términos, Pablo Kleinman ha escrito aquí mismo con perspicacia http://www.gees.org/articulo/4700/.

Decía Orwell que la libertad consiste en poder decir que dos más dos son cuatro, el resto viene inexorablemente. A ver si es posible.

Sarkozy es pues, ¿conservador? Muy al contrario. Se trata del primer presidente no conservador de Francia desde la fundación de la Vª República en 1958, con la parcial excepción, breve además, de Pompidou. Se ha dicho que en Francia se había hecho la experiencia del socialismo real en democracia y que es lo más cerca que se ha estado en Occidente del modelo soviético. Excluyendo el Gulag, que es excluir bastante, no hay duda que se ha estado cerca. Incluso a día de hoy, el peso del poder público en el PIB galo es prácticamente el 50%.

La historia es conocida, pero conviene recordarla. Tras la segunda Guerra Mundial, el general De Gaulle toma el poder de manera temporal y pone las bases de una economía de reconstrucción nacional dirigida por el Estado. Con el apoyo del Plan Marshall el progreso francés es considerable. Por desavenencias con el papel de los partidos, De Gaulle abandona la escena mientras predice dramáticamente – tenía un don para la representación – que los franceses volverían a llamarle. Esto sucede en 1958, cuando el presidente René Coty hace un llamamiento “au plus illustre des Français” para que arregle la debacle nacional manifestada en la crisis de Argelia.

Tras hacer de la necesidad virtud, es un decir, y olvidarse de lo que les dijo a los franceses de Argelia – “Je vous ai compris!” – el ya presidente De Gaulle se encamina fascinado hacia el sistema de planificación. ¿Por qué lo que ha funcionado en la emergencia de la posguerra no va a seguir sirviendo? Durante quince años, el modelo, mezcla de planificación y regulación, refractario a todo liberalismo, sigue durando y se alcanzan cotas de progreso económico indudables. En Francia se llama a este periodo el de las “Trente glorieuses”. Desde que Francia rompió con los feudalismos – y esto remonta a Carlomagno y a los reyes capetos que se enfrentaban con los normandos y la dinastía de los Plantagenêt, entre el primer y segundo milenio – lo ha esperado todo del Estado. Entonces, seguía haciéndolo. Sarkozy viene a romper, parcialmente, con esa tradición. ¿Conservador?

La quiebra del modelo se produce no sólo por las sucesivas crisis del petróleo, sino por la llegada de Mitterand al poder. Su idea original era gobernar con los comunistas a través de lo que se llamaba el “programa común de la izquierda”, rebautizado y más aguado en los años de Jospin, con el nombre más abstruso de “izquierda plural”. Tras unos meses de catástrofes económicas inimaginables, Mitterand vira para volver a la situación anterior: planificación y regulación, pero mantenimiento de una posición más occidental y tolerante con el derecho a la propiedad. Cesan las estatalizaciones masivas. Desde entonces, 1981, el sistema se ha mantenido con escasas modificaciones - exigidas por la pertenencia a la comunidad europea - fundándose en la aparentemente inagotable riqueza natural de Francia, su posición geográfica privilegiada, y una demografía envidiable.

Sin embargo, tras los intentos fracasados de reforma de Juppé, bajo la presidencia de Chirac en 1995, el fin del espejismo llega en el año 2002. Le Pen llega a la segunda vuelta de las presidenciales. En ese momento, a pesar de cinco años fantasmagóricos de un Chirac hierático y envuelto en escándalos de corrupción, los franceses despiertan de un largo sueño y advierten la necesidad del cambio. No sólo económico, sino político.

Será verdad aquello que repetía Ortega de que, citando a Fichte, “el secreto de la gran política es dar expresión a lo que es”, y Nicolas Sarkozy empieza a leer en la actitud de sus compatriotas qué puede llevarle al Elíseo, que no será otra cosa que la “ruptura”. ¿Conservador?

En el año 2003, el economista Baverez, una de las mentes más preclaras del país vecino escribe un libro que hace época: “La France qui tombe” en donde explica que el espíritu de cuerpo y clientelismo, los egoísmos de casta, y el rechazo al liberalismo económico están llevando a la nación a la ruina. Advierte además que la ruina económica no será la única y que la política está ahí mismo, identificada en la amenaza de Le Pen, tan cercano al poder máximo.

Tras una ruda travesía del desierto, por su preferencia por el distinguido Balladur, frente a Chirac, Sarkozy resurge como ministro de economía bajo la presidencia de Chirac y su primer ministro Raffarin. Tras innumerables batallas florentinas que incluyen la intención de Chirac y su nuevo primer ministro Villepin de implicar penalmente a Sarkozy por el cobro de comisiones ilegales, el tenaz Nicolas sale adelante y se proclama candidato de la formación de la derecha. Desde el primer momento, manifiesta su intención de cambiar el rumbo radicalmente, no sólo en economía, también en ideología, declarando la defunción del espíritu del 68. ¿Conservador?

Sin esconder la ambición de poder ni de cambio, presenta un programa detallado de lo necesario para sacar a Francia de ese cauce inveterado de ineficacia. Vence en la primera vuelta holgadamente y, frente a la derrota cataclísmica de los extremos, aparece un tercer candidato en liza: el centrista Bayrou, hoy olvidado. Su ascenso inmoderado en las encuestas había hecho creer a muchos que podría llegar incluso a la segunda vuelta. En España especialmente, pero también en Francia, multitud de comentaristas consideraron que estaba claro que la gente quería a Sarkozy pero deseaban que se moderara. ¿No es eso el centro? “Sarkozy, fait peur”, decían, y como daba miedo, había que centrarlo.

Como político de raza, tan cerca del objetivo, no hizo ni caso. Fustigó con dureza a Bayrou, al que le robó a los miembros de su propio partido, y a los que decían que daba miedo los descalificó con dureza, describiéndolos como una alianza de radicales que cometían la audacia impertinente e intolerable de pretender deslegitimar a la derecha. Con cuánta razón. Una semana más tarde era presidente de la República con una mayoría muy notable. El Partido socialista flagrantemente derrotado, y el centro, desparecido en combate.

Ahora dicen muchos que ha dulcificado sus reformas y que se dispone a hacerlo más para transitar por el piélago de las huelgas – más bien para que los franceses puedan transitar por los medios de transporte. Es posible. Con todo, Francia no ha visto cosa igual desde hace medio siglo. ¿Conservador?

Ante una situación insostenible y en el país que pasa por ser – de entre los grandes - el más esclerotizado de Europa, Sarkozy ha dicho cuatro cosas claras y ha encandilado al electorado, que le sigue respaldando mayoritariamente.

Siempre, en todo lugar, hay muchas fuerzas que quieren conservar. Desde los poderosos que no quieren perder sus privilegios o que no quieren trabajar por merecer su posición, hasta los miedosos que temen perder lo poco que les queda, o los cobardes y pesimistas que, desconfiados en que nada bueno pueda pasar, se conforman con su menguante libertad a cambio de que no los molesten. O los que, por no creer en sí mismos, imaginan que los demás son iguales.

Esa tendencia, humana, termina siempre igual y aquí el argumento clásico al respecto no es otro que el de Hayek en “Porqué no soy conservador”: “…los conservadores han tendido a seguir la línea socialista antes que la liberal y han adoptado a intervalos apropiados aquellas ideas transformadas en respetables por la propaganda radical. Han sido regularmente los conservadores los que han llegado a compromisos con el socialismo para robarle su fuerza. Los que abogan por un camino intermedio sin objetivo propio, esos conservadores, han sido guiados por la creencia de que la verdad debe andar por algún lugar entre los extremos – con el resultado  de que han cambiado su posición cada vez que un movimiento más extremo ha aparecido a un lado u otro”.

Sarkozy no ha sido así y ha proporcionado una esperanza a millones de franceses. La ha fundado en un espíritu de rechazo a conservar lo que no merece la pena y lleva a la decadencia. No es, pues, un conservador. Ahora, conservadores de todos los partidos, ofrecednos una esperanza, nos la hemos merecido.

Juan F. Carmona Choussat es Licenciado y Doctor en Derecho cum laude por la UCM, Diplomado en Derecho comunitario por el CEU-San Pablo, Administrador civil del Estado, y correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Su libro más reciente es "Constituciones: interpretación histórica y sentimiento constitucional", Thomson-Civitas, 2005.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 


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