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26/05/2005 | El 'Tsunami' VendrÁ: Reformas Pendientes en EspaÑa

Lorenzo Bernaldo de Quirós

La principal característica de la política económica de ZP se condensa en el reclamo publicitario: “¡Mejor imposible!” Esa exclamación encierra un triunfalismo a prueba de bombas y un significado etéreo que nos remite a una situación ideal, sin precisar demasiado sus contornos.

 

Es la ausencia de radicalismo retórico y real aplicado por el Gabinete ZP en otras áreas de la vida pública lo que más gusta de la política económica socialista. En otras palabras, las familias y las empresas “aman” a Solbes porque no hace nada. Cada triunfo real o imaginario sobre su partido es celebrado con entusiasmo por los mercados y, a la inversa, cada victoria de aquél sobre el vicepresidente se contempla como un pequeño o gran desastre. En el plano económico, el Ejecutivo tiene dentro el Gobierno y la oposición al mismo tiempo. Vive en una permanente esquizofrenia.

Las cosas son así por la propia personalidad de Solbes. Es un alto funcionario, con vocación de tal, a quien las circunstancias han hecho acampar en la orilla izquierda de la escena española. Si las cosas hubiesen transcurrido de otra manera, don Pedro hubiese sido un excelente ministro de la extinta UCD o del propio PP. De igual modo, por temperamento, a Solbes no le gusta tomar decisiones ingratas que lleven implícito un enfrentamiento. Por añadidura, carece de peso específico político, a diferencia de lo que sucedía con Boyer, Solchaga o Rato. Ese conjunto de elementos convierten al bueno de Solbes en un hombre con más disposición a parar goles a sus más osados compañeros de Gobierno, en corregir entuertos, que en impulsar un programa económico concreto. Ésa es su fuerza y también su debilidad.

En Solbes, los empresarios ven un freno a la “revolución”, una garantía de sentido común. Junto al servilismo tradicional del “glorioso” capitalismo hispano frente al poder, cualquiera que sea su signo ideológico, la gran empresa española confía en que el vicepresidente segundo los salve a ellos y al país del aventurerismo de otros miembros del Ejecutivo, de los aliados parlamentarios, de las fuerzas sociales, etcétera. Sin embargo, ese apoyo acrítico al equipo económico del Gobierno es un tónico letal, ya que crea una perversa relación entre débiles. Los grandes empresarios apoyan a Solbes para evitar males mayores y éste no hace nada para no provocar a los sectores más impacientes de su partido y de su Gobierno.

En este marco, el gran descubrimiento del socialismo reinante es la magnífica herencia del PP. Atrás han quedado las descalificaciones del modelo de crecimiento basado en el “ladrillo”, la injusticia de las reformas fiscales populares y un sinfín de lemas más de la propaganda del PSOE en la oposición. Los socialistas están tan encantados que no quieren hacer nada por si se estropean las cosas. Su actitud constituye de facto el mayor homenaje a la estrategia económica del PP.

El problema para España es que la ausencia de política económica terminará por dilapidar la herencia del PP. La parálisis reformista, las contrarreformas aplicadas (por ejemplo, la restricción a los horarios comerciales) o previstas se traducirá antes o después en un freno al ciclo expansivo comenzado en 1996. Quien escribe estas líneas tiene menos fe que Solbes en el legado económico de los populares y duda de su continuidad ad aeternitatem. La economía nacional está acumulando una serie de desequilibrios que necesitan profundizar en las reformas iniciadas hace ocho años. En el momento cíclico actual, con una demanda desbocada, sería necesaria una restricción presupuestaria mayor para lograr un superávit superior al previsto. La presión de costes que afectan a la competitividad de la economía exige adoptar una estrategia de liberalización radical. Los ejemplos podrían multiplicarse.

Es obvio que la opinión pública no percibe todavía la gravedad de los problemas económicos del país y que todo parece ir bien. Sin embargo, España se encamina hacia una crisis más profunda y duradera que las del pasado si no se adoptan medidas urgentes para evitarla. El diagnóstico de la economía nacional es el de una enfermedad cuyo riesgo de volverse crónica es muy elevado. Han desaparecido los elementos que nos anunciaban una crisis y forzaban a adoptar medidas (ajustes cambiarios, desplome de la balanza de pagos, subidas de tipos, etcétera) y se ha pasado a una situación en la cual los desajustes se acumulan y, como el veneno, se extienden de forma imperceptible por el organismo hasta paralizarlo.

Si el Gobierno no adopta las medidas necesarias, el futuro de la economía española no es una recesión al estilo de la de 1993, sino su instalación en tasas de crecimiento muy bajas durante un largo período de tiempo, con niveles de desempleo elevados y sin que se registre avance alguno en el proceso de convergencia real con la Unión Europea. Éste es un dibujo sombrío, pero no irreal. De hecho, Portugal vive instalado en esa coyuntura desde hace tiempo y no muestra signos de superarla. Este será el destino de España salvo un giro radical. Entre tanto, el glorioso capitalismo español levanta su copa para brindar por Solbes.

Lorenzo Bernaldo de Quirós es presidente de Freemarket International Consulting en Madrid, España y académico asociado del Cato Institute.

El Cato (Estados Unidos)

 



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