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16/08/2009 | México - Crimen organizado: Generación Zeta

Diego Osorno

Las bandas juveniles de Monterrey han sido absorbidas por el crimen organizado, forman ejércitos invisibles a los que el abandono, la pobreza, el rencor, han convertido en poderosas estructuras sociales al servicio del narco.Nada los impresiona, sólo el dinero. Quieren la Hummer porque la Hummer da vieja. Son batos que no todos son buenos y no todos son malos. Tienen un caló con términos como “dar piso”, que significa “matar a alguien”, u otros como “florecitas”, que es como se refieren a las mujeres de su banda. Cuando acaba un noviazgo, a la tragedia amorosa le dicen: “Aquí murió la flor”.

 

Platico con ellos, son diez. Algunos casi no hablan, dos son tan enigmáticos que pareciera que podrían apuñalarte en cualquier momento y recitar un poema después. El líder, un quinceañero de bigote, me dice que las balaceras en este cerro de la colonia Independencia, una de las más antiguas de Monterrey, han sido frecuentes desde Semana Santa, aunque allá abajo nadie las oiga. Cuando trascienden a la prensa, la policía dice que son guerras de pandillas. Y lo son, pero también son guerras del narco. El problema con la realidad es que a veces no tiene nada que ver con lo que dicen los periódicos.

Casi todas las bandas de la Independencia han sido reclutadas ya por los cárteles, sobre todo por Los Zetas, de acuerdo con un informe de la Secretaría de Seguridad Pública federal. A los mejores chicos los alquilan por dos mil 500 pesos semanales para que hagan de todo, no sólo matar.

Aquí el negocio de la droga se convirtió en un medio lucrativo para sobrevivir ante la falta de lo demás. “Se vive mucho mejor ahora”, se jacta uno de los chicos con los que platico. La influencia de las pandillas estadunidenses es evidente y simpática. Hace un calorón y ellos visten sudaderas como las de los raperos de la siempre invernal Denver. Hace frío en Monterrey y llevan camisas sin mangas, como los reguetoneros de Puerto Rico. “Esa vez fuimos a partirle la madre a ese del West Side”, dice uno en algún momento de su “choro”, como le llaman ellos al acto de narrar. “Chorema” le dicen a lo cursi o el intento de poetizar algo.

Se depilan parte de la ceja, se cortan el pelo como si estuviera marcado por una cazuela y usan aretes de estrella. Otra de las pocas cosas que admiran es a Celso Piña, el cantante de cumbias colombianas que nació y creció aquí, y luego bajó del cerro, atravesó el río Santa Catarina, entró al Museo de Arte Contemporáneo y puso a bailar vallenato a Gabriel García Márquez.

Ellos están contentos con Los Zetas, dice el líder. Sin embargo, es evidente que la ganancia y la oportunidad hacen que el negocio sea competido y, por ende, las disputas entre pandillas se vuelvan aún más peligrosas. Los valores activan a las bandas y éstas se arman para afianzarse en el mercado. La mariguana se vende cada vez menos, la cocaína cada vez más, y aquí lo que se consume es el crystal que, dicen los médicos, te hace ver más torcida la torcida realidad.

Esta ciudad es la sede de la rectoría general del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), la universidad privada más importante de Latinoamérica; encabeza el ranking de ciudades del mundo con mayor consumo de Coca Cola por habitante; fue la primer ciudad de México con gas natural doméstico entubado y la revista Fortune la ha considerado varias veces como la ciudad número uno de Latinoamérica para hacer negocios. Monterrey enseña el oro pero no se lo da a todos. Algunos barrios, como la Independencia, donde hay casas de madera vieja parchadas, alambre de gallinero y porches que crujen, no tienen agua potable pese a estar a menos de cinco kilómetros del palacio municipal.

La orografía montañosa de la ciudad recuerda a la de Medellín o la de Río de Janeiro, lugares donde hace ya tiempo las favelas dejaron de ser un problema social y se convirtieron en un problema de seguridad. A la favela de la Independencia los policías tratan de no venir, saben que no son bienvenidos y que no están entrenados para ganar una guerra en territorios como éste, donde la necesidad y las poderosas armas suministradas por el narco forman ejércitos casi invencibles por su temeridad y fuerza.

Hace ya tiempo que en la Independencia se gesta un resentimiento que las bandas de narcotraficantes han sabido capitalizar, según me contaron varios hombres y mujeres que trabajan en la zona atendiendo necesidades sociales con el debido permiso de las pandillas. El mundo oculto se asomó cuando Los Zetas imitaron exitosamente el acarreo que practican los partidos políticos y llevaron a centenares de vecinos de la Independencia y de otras colonias a bloquear las principales avenidas de la ciudad pidiendo la salida del ejército. Precisamente el Día del Ejército. Salieron a las calles con los rostros cubiertos y por eso los llamaron “los Tapados”.

Para ser “los Tapados”, da la impresión de que están a la vista de todos.

Sobre este cerro de la Independencia te puedes encontrar algunas buenas casas, construidas con techos altos y paredes firmes, o también restos de automóviles carcomidos por la herrumbre, acomodados con esmero en patios amarillentos o techos cuarteados, rutas de polvo que doblan de imprevisto para cualquier lado, calles sin banqueta que eran senderos de chivos cuando el hombre llegó por primera vez a la luna. El contraste regio es tal que Lorenzo Zambrano, un empresario global, vive a escasos 10 kilómetros, en San Pedro Garza García.


En San Pedro Garza García, la ciudad más rica del país en ingreso per cápita, también vive Guillermo Martínez Berlanga, ecologista reconocido y crítico. “Una urbe que vende sus espacios públicos y deja a sus jóvenes abandonados y en la miseria, y sin oportunidades de estudiar y educarse, y que además les quita sus canchas gratuitas de futbol y los arrincona en guetos, es una sociedad que tarde o temprano va al fracaso. Estos cambios los advertí cuando privatizaron el río Santa Catarina y el Parque Fundidora. ¡No me jodan! Imagínate: nos faltan más de siete mil hectáreas de espacios públicos gratuitos en la zona metropolitana de Monterrey. ¿A poco estos chavos no están viviendo en el infierno?”.

Uno de estos chicos con los que platico es más feliz y hace más felices a sus padres cuando está en la calle que cuando está en casa. La casa, aquí, suele significar un cuarto hacinado con habitaciones tamaño celda. Ya afuera, en especial en las esquinas de las calles, si llega alguien con un balón y les dice “vamos a jugar futbol”, se van. Si llega alguien con una caguama y dice “vamos a pistear”, se van. Si llegan con piedras y dicen “vamos a risquear”, se van.
Por eso Los Zetas no batallaron nada. Las mejores opciones de la vida casi no pasan por estas esquinas.

Al narco en México se le analiza de manera limitada en los diarios. Se cuentan sus muertes, los cuernos de chivo decomisados, los kilos de mariguana incinerados, sus policías detenidos... Casi no existen otras miradas sobre este problema que la mera estadística. Pero otra forma de mirar el narco podría ser la económica. Narcotráfico, su nombre lo indica, es un problema de comercio ilegal. ¿Qué tipo de andamiaje financiero se requiere para importar cocaína de un país de Sudámerica a México?, ¿cuánto dinero es necesario para enviar a Ibiza las tachas fabricadas en Tierra Caliente, Michoacán?, ¿qué tipo de logística implica trasladar la mariguana sembrada en la sierra de Oaxaca a la ciudad de México?, ¿en qué gastan sus salarios Los Zetas?, ¿cuánto cuesta tener una sucursal de venta de crystal en Monterrey?

El narco, se sospecha, tiene algo que ver lo mismo en el origen de grandes fortunas de empresarios que con carreras legislativas, con el desarrollo económico de algún poblado o de tal o cual serranía. Si mañana el ejército detiene a un empresario reconocido, a un gobernador o a un senador por vínculos con el narco, o a un famoso presentador de televisión, la sorpresa no sería tan grande como debería. Después de las detenciones masivas de alcaldes y funcionarios de Michoacán comenzaron a mencionarse nombres y nombres de gobernadores sospechosos que deberían ser detenidos.

La excelente idea de Milenio Televisión de preguntar sobre cuál debería ser la siguiente entidad en la ruta de los operativos de narcopolítica, exhibió no sólo informes pormenorizados sobre complicidades oficiales proporcionados por ciudadanos televidentes, sino que permitió darnos una idea de que la sombra de duda sobre la relación del narco y la política cubre desde Mérida hasta Tijuana.

Mauricio Fernández Garza, el próximo alcalde de San Pedro Garza García, protagonizó un escándalo reciente tras la revelación que hizo Reporte Índigo de grabaciones privadas donde habla del narco en el estado. Fernández reconocía en esas grabaciones que la comunidad de San Pedro Garza había negociado con el capo del narco, Beltrán Leyva, para que pudiera vivir en esa colonia de ricos a cambio de garantizar la seguridad de los vecinos. Fernández Garza me dio una larga entrevista hace unos meses, la cual formará parte de un libro de próxima aparición. Este polémico y carismático empresario, consejero de Grupo Alfa e hijo de Alberto Fernández Ruiloba, el fundador del PAN en Nuevo León, piensa que la forma de acabar con Los Zetas es legalizando la droga.

“Es que no es nada más ya el grupo al que le puedes llamar Los Zetas, sino un ambiente mafioso. Acuérdate de Al Capone, chingado, en Chicago. Tenías todas las conductas delictivas y partiste de una: el tráfico del alcohol. Te estoy prohibiendo una cosa, pero está degenerando en otra y otra. Igual mataban y te secuestraban, y había drogas, la prostitución y todo, y partías del alcohol. Tan absurdo que cuando se legaliza el alcohol se terminó todo. Bueno, los borrachos siguen habiendo. El que quiere drogas legales las consigue, pero creo que en gran parte eliminaron el movimiento delictivo”.

¿En qué situación estamos ahora?
—Estamos en el peor escenario del narcotráfico, ¿por qué? Porque, para empezar, yo creo que no nada más tienen capacidad delictiva, sino de soborno, de corrupción, de intimidación, de cualquier cosa. En este escenario en el que estamos en medio y en el cual es ilegal el narcotráfico, hay drogas que son ilegales y drogas que son legales, lo cual hace peor el asunto. Tienes desde un niño que consume inhalantes, resistol, líquido para uñas y esos productos, que para mí son de las peores drogas que hay para un niño, y a las que todo mundo tiene acceso. Ahí no hay ningún control de nada. El que se quiera quedar imbécil —porque es el término legal: te descerebra y un descerebrado es un imbécil— pues es libre ¿no?, y por otro lado hay ahora miles de sustancias nuevas que en la realidad ya no tienen ningún control de nada. Y fundamentalmente por tres o cuatro drogas que son las que tienen vivo todo este proceso, pues tienen parado de cabeza a gobiernos, policías, sociedad, militares y de todo.

¿Qué se puede hacer sin la legalización?
—Este, te digo, es el escenario con la droga ilegal, que es el que tenemos y que pienso que es el peor escenario. O sea como estamos, vamos de mal en peor, no veo ninguna solución. ¿Por qué te lo digo? Por dos razones: primera, porque estás atacando a las cabezas de las corporaciones. Si tú me dijeras ahorita: el grupo Cemex de Lorenzo Zambrano, o el Grupo Alfa de Dionisio Garza Medina, si fueran gente delictiva, si fueran delincuentes y quisieras en un momento dado apresarlos, puede que lo logres, pero en cinco minutos los sustituyen. Son organizaciones, y si no combates a la organización, todo lo que haces es un trabajo por demás estúpido porque Alfa tiene vida propia, y Cemex y cualquier compañía.

¿El narco funciona como una empresa exitosa?
—Pues quita al director general y en tres minutos lo sustituyes. La segunda parte de mi comentario en este sentido es que tienes, de alguna forma, a la sociedad participando en el problema, como lo es el narcomenudeo. He oído comentarios de una cosa espantosa: 50 por ciento de narcomenudistas son amas de casa. En el norte de Nuevo León hace muchos años eran ganaderos, luego contrabandistas y ahora se dedican al narco.

“En este sentido, no tenemos leyes que verdaderamente ataquen a la organización. Eso se hizo en Italia con la Cosa Nostra, convirtiendo en delito grave pertenecer a una organización delictiva. Si eres chofer, antes no te podían hacer nada; ahora si eres chofer de fulano de tal te dan 20 años de cárcel sin fianza. O sea, tienes que encontrar mecanismos para atacar a la organización. No nada más andar buscando a las cabezas, que además están más protegidos que nada.

“Para mí otra de las cosas absurdas que he visto en mis campañas —no sé cuantas vueltas le he dado a Nuevo León— es que cuando vas al pueblo que quieras todo mundo te dice quién vende la droga, quién es el que la controla, quién es el narco, y no pasa nada. Yo creo que el esfuerzo está mal enfocado. Tenemos que penetrar la microdistribución, el narcomenudeo, y trabajar de abajo para arriba, independientemente de que pesques a un capo grande. Creo que está mal enfocado el tratar de quitar cabezas. Las organizaciones tienen vida propia y esto no lo vamos a arreglar.

“Veo dos escenarios alternativos: primer escenario, si te quisieras quedar en el escenario actual de la prohibición, como lo tenemos, con un marco judicial muy deficiente, es muy complicado el Estado de derecho. Tú lo sabes: se sale el Chapo Guzmán de una cárcel de máxima seguridad. Pa’ que lo pesquen, pa’ que lo consignes, pa’ que lo entambes y para que se te salga. Pues así el cuento no funciona. O sea, nuestro aparato legal no funciona. Entonces, como un primer escenario, y en el marco global, como país tendríamos que tener la curiosidad de analizar la situación y tomar una decisión en uno u otro extremo.”

¿Cuáles son esos dos extremos?
—La pena de muerte o la liberalización de las drogas. Tienes casos como Singapur, que tiene pena de muerte por posesión, o tienes lugares como Vancouver, que te echas el churro y no importa. Con este comentario no te quiero decir que esté a favor o en contra, porque además no es un problema de un estado, ni siquiera de un país, es un problema global.

En Monterrey se sabe que si quieres conseguir música dedicada a Los Zetas tienes que ir a Reforma, la calle del antiguo centro de la ciudad alrededor de la cual se entrecruzan lonas de plástico y tubos arqueados de mil maneras por donde asoman tienditas. En estos días de 38 grados de temperatura, cuerpos sudorosos caminan con lentitud, rozándose por pasillos angostos donde los himnos a la banda del narco fundada por desertores elite del ejército mexicano se ofrecen al igual que camisetas Versace chinas, ediciones ochenteras del Penthouse y Playboy o tenis Converse ingresados de contrabando por la frontera.

Acompañé a un fotógrafo y a un amigo, asiduo visitante de la Reforma, a recorrer este rincón de Monterrey. Apenas acomodamos el coche en un estacionamiento público de los alrededores, vimos a 10 metros de nosotros a un hombre que se bajaba de su camioneta llevando una pistola escuadra ajustada al cinturón, a la vista de todos. “Ha de ser policía”, dijo mi amigo y empezó a caminar, ignorando. No teníamos de otra que conformarnos con su presunción. Hace tiempo que aquí —me dijo con tristeza un viejo columnista local— el mejor periodismo es aquel que no se hace tres metros bajo tierra a causa de indagar demasiado sobre los asuntos de “los de la letra”.

Algo que también se sabe en Monterrey es que Los Zetas llegaron y desplazaron a la CTM y la CROC, los sindicatos que antes representaban a más de mil vendedores ambulantes instalados desde Reforma hasta la calle Colegio Civil. Un ex guerrillero regiomontano de los setenta me explicaba que lo que no había podido hacer la Liga Comunista 23 de Septiembre, fundada por un estudiante del Tec de Monterrey, ni las Fuerzas de Liberación Nacional, que aquí nacieron y son el antecedente del EZLN, lo vinieron a hacer Los Zetas: derrumbar la dura roca del corporativismo priista.

Y todo fue de una forma tan rápida y silenciosa que los comerciantes que lo vivieron lo recuerdan sin estridencias, como algo que era inevitable. Uno de los comerciantes que paga el tributo me contó una escena que parece sacada de la película Goodfellas, de Martin Scorsese: Una veintena de zetas reunieron a los locatarios en una vieja bodega y les anunciaron que a partir de ese momento todos les pagarían “la cuota sindical” a ellos. Los que llevaron la peor parte al tener que abonar un extra fueron los que se dedicaban a diario a copiar miles de películas y éxitos musicales en discos compactos que se venden a montones por aquí. Otro locatario, éste contento con la nueva situación de la calle Reforma, me dijo que gracias a “la gente” —otra de las formas que se usan para hablar de Los Zetas— “ahora ya no nos están chingando los federales ni los de Hacienda”.

Un policía al que quise entrevistar sobre el narco me recomendó que mejor consiguiera un disco de narcocorridos y me pusiera a escucharlo, ya que así me enteraría de “cómo está el negocio”. A eso fui a la calle Reforma. El disco se llama Corridos del Golfo y sólo se distribuye aquí: en él se compilan algunas de las canciones más escuchadas en la vida mafiosa en el noreste del país. Algunos de los títulos son: “La santísima muerte”, “Gatilleros de alta escuela” (en honor de la escolta de Ezequiel Cárdenas Guillén), “El corrido del Metro” (sobre Ramón Alcides Magaña), “El corrido del señor de la O” (de Osiel Cárdenas), o “El corrido de Los Zetas”, cuya letra dice: “Soy del grupo de Los Zetas / que cuidamos al patrón, / somos veinte la escolta, / pura lealtad y valor, / dispuestos a dar la vida, / para servir al señor”.

Aunque estos versos del narco son cantados por varios grupos musicales como Los Tucanes de Tijuana y Los Cadetes de Linares, la oda por excelencia a Los Zetas la entona Beto Quintanilla, un cantante nacido en General Terán, Nuevo León, quien, antes de morir hace dos años a causa de un infarto, se retrataba disparando cuernos de chivo.

A ritmo de un melódico acordeón, la canción de Beto Quintanilla acaba diciendo: “Desde que era muy pequeño / quise ser lo que ahora soy, / siempre me dijo mi padre: / no hay nada como el honor, / el hombre con esta idea / es natural de valor”.

¿Cómo son, físicamente, “los de la letra”?, pregunto todo el tiempo a cualquier persona con la que me topo. Todos ríen con nerviosismo, la mayoría se asusta y prefiere no ampliar el tema. Los que me responden, cuentan que Los Zetas son tipos mal encarados que visten de negro con mezclilla, viajan en autos blindados —casi siempre camionetas—, nunca traen el pelo a rape ya que así lo traen sus rivales, escuchan música de Broncos de Reynosa, Intenso e Intocable, saben manejar desde una 9 milímetros hasta misiles tierra-aire, pasando por granadas y fusiles de asalto MP-5.

El estereotipo parece ser el de que son gente que ve a la muerte como forma de vida. Son sinónimo de una violencia enloquecida en el imaginario nacional. En Monterrey se han vuelto tan famosos como el cabrito y los Garza Sada. Todo mundo sabe que existen, que están allí o aquí, que pueden ser cualquiera. Quizá el vecino recién llegado a la colonia, quizá los que van a bordo de ese Hummer que recorre la avenida Constitución a toda velocidad, quizá él, quizá el otro, quizá tú. Siempre tienen que ser estridentes, nunca discretos. Parece difícil que alguno de mis interlocutores se imagine a un zeta vestido con traje, amable y a bordo de un auto de lujo, pero no demasiado llamativo. Ser zeta es ser estridente.

A Los Zetas pocas veces se les llama por su nombre. Ni el gobernador, ni los policías, ni los periódicos, ni las televisoras, suelen decirlo. “Entonces llegaron… los de la letra… y dispararon”, cuenta el testigo de una ejecución a los reporteros recién llegados. “Pues mira, lo que pasa es que desde que detuvieron a su líder y lo deportaron a Estados Unidos, pues los… los de la última letra, se pusieron peor”, explica un mesero.

Tan son un mito, que así como del famoso Pepito, también hay chistes sobre ellos. Muchos. Uno es sobre el primer día de clase en una escuela. La maestra acomoda a sus alumnos por orden alfabético. “Los de la A aquí, los de la B, acá...”. Luego de unos minutos acaba de organizar el salón, pero cuatro niños, se miran desconcertados entre sí.

—¿Y nosotros, los de la zeta? —preguntan.
—Ustedes donde quieran —responde la maestra.

En los meses posteriores al 31 de enero de 1979, cuando Juan Pablo II visitó Monterrey, el nombre del jerarca religioso se convirtió en uno de los más tecleados sobre las actas de nacimiento por las viejas máquinas de escribir del Registro Civil. Cada día apareció por lo menos un nuevo Juan Pablo en las salas de maternidad de los hospitales locales. Tal fue la fiebre por nombrarlo todo así que en la ciudad hay puentes y hasta mercados que llevan el nombre del antecesor de Joseph Ratzinger.

Algo parecido ha sucedido últimamente con las más de dos mil pandillas de la ciudad contabilizadas por las autoridades. Muchas de ellas han tomado el nombre de “Los Zetas”, aunque no tengan relación orgánica con la banda del crimen organizado. Sólo por imitación, jovencitos de secundaria que se juntan a la salida de la escuela deciden en algún momento ponerse el nombre de “Zetas”. Navegué por espacios de internet como Myspace y Hi5 y encontré chicos de barrios como la Independencia o Valle Verde, quienes publicaban sus fotografías asumiéndose como zetas.

Durante ese recorrido por los barrios bajos del ciberespacio supe que el 25 de noviembre de 2007 una bala calibre 9 milímetros mató a Juan Carlos Armendáriz, El Topo, y a Jorge Alberto Castillo López, El Caballo. Ambos eran unos chicos que pertenecían a una pandilla llamada “Los Zetas”. La policía detuvo días después a otros pandilleros miembros de la banda Los Pachucos. Los jóvenes alegaron que fue un menor de edad —hijo de un comandante de la Policía Ministerial— el que sacó una pistola cromada y disparó. Ellos sólo acompañaban con bates de metal y piedras en las manos.

Según consta en el expediente 217/07 de la Procuraduría de Justicia estatal, la muerte de El Topo y El Caballo se debió a que un día antes ambos habían robado una gorra a uno de los integrantes de la banda de Los Pachucos.

Aún no queda claro por qué aumentó la violencia en Monterrey de manera tan vertiginosa. El escritor Eduardo Antonio Parra —quien en los noventa fue editor de un periódico local vespertino especializado en nota roja— en la novela Nostalgia de la sombra recoge el malestar y la envidia de los reporteros policiacos de antes por “la falta de acción”, en comparación con los pueblos infernales de los colindantes Tamaulipas y Coahuila.

En uno de esos mapitas que suelen difundir cada cierto tiempo la DEA o el FBI sobre la geografía del narco, Monterrey si acaso aparecía. Era lugar de descanso para los capos y, eventualmente, centro de lavado de dinero. Reportes de inteligencia confirman que en Monterrey vivieron capos como Juan José Esparragoza El Azul, Juan García Abrego, Benjamín Arellano Félix, Osiel Cárdenas Guillén, Arturo Beltrán Leyva y Amado Carrillo Fuentes.

En 2008 se empezó a hablar mucho en los círculos políticos —sobre todo en los opositores del PAN y algunos disidentes del propio PRI— de que el gobernador Natividad González Parás había hecho “algo mal” en cuanto a la relación histórica que habían mantenido los gobiernos con el narco. También se especulaba que el narco explotó la incapacidad de muchos regiomontanos, comerciantes de fama legendaria, a resistirse a un buen negocio, ése que los narcos pueden ofrecer gracias a su enorme poder adquisitivo.

Lo que mejor parece explicar la situación desbordada de Monterrey es lo que dicen en corto algunos asesores del propio presidente Felipe Calderón: que dos grupos, el Cártel de Sinaloa y el del Golfo, empezaron a disputarse a sangre y plomo la ciudad y que en medio de esa batalla quedaron desde pequeños vendedores de droga hasta políticos que habían sido alcanzados por el tentador manto del narcotráfico.

Las recientes detenciones realizadas por el ejército de lugartenientes de Los Zetas y de los Beltrán Leyva, dejaron al descubierto que la relativa calma de los últimos meses había sido acordada por los cárteles que antes habían estado en disputa. Para devolverle a la paz a la ciudad, ambos grupos habían acordado dividirse el territorio: San Pedro Garza García, la joya de la corona, para los de Sinaloa, y el resto de los ocho municipios metropolitanos para los del Golfo.

“Las ejecuciones eran muy graves, pero lo peor es que cuando bajaron las ejecuciones no fue porque hubiéramos ganado la batalla al narco, sino porque les entregamos la plaza. Ahí están ‘los Tapados’ como muestra. Se nos metieron hasta la cocina”, me compartió su análisis un viejo policía de la ciudad, que sigue preocupado, pero ahora por lo que sucederá una vez que han sido detenidos operadores importantes de los dos cárteles.

“O ya estaba arreglado eso y los propios grupos los entregaron y se calma la cosa, o vamos a empezar a ver cosas que nunca antes habíamos visto”.

–Lo que está pasando en algunos barrios es una insurrección del crimen organizado utilizando a las masas populares golpeadas por la política macroeconómica neoliberal—, me dice Lorenzo Encinas, Nicho Colombia, uno de los pocos expertos locales en el tema de pandillas.
—Considero que es exagerado —le respondo.
—Bueno, quizá aún no está organizado, pero siembra la semilla de una insurrección o de un levantamiento popular patrocinado por el crimen organizado. Y si te fijas bien, si les quitas el asunto del crimen organizando a estos barrios, ellos tienen razones de sobra para protestar porque nunca han sido tomados en cuenta. Lo que siempre les ha faltado es proyecto político.

Nadie sabe aún qué pasará con Los Tapados. Hoy en día, en Monterrey hay preocupación de que regrese la violencia. No es para menos. Acontecimientos insólitos se sucedieron uno tras otro en 2007 y 2008: el secretario de Gobierno amenazado de muerte con frases llenas de errores ortográficos y escritas en cartelones sobrepuestos a cadáveres decapitados; un diputado local del PRI ejecutado en la Macroplaza cinco minutos después de dar una conferencia de prensa; dos reporteros de TV Azteca, uno de ellos muy famoso en la ciudad, desaparecidos repentinamente; regidores amenazados de muerte un día y al día siguiente asesinados; bombazos contra el consulado de Estados Unidos, cuarteles policiales y las instalaciones de Televisa; 12 soldados de inteligencia ejecutados y varios de ellos degollados, y altos jefes policiales liquidados a sangre fría, uno de ellos director de la Agencia Estatal de Investigaciones, Marcelo Garza y Garza, miembro de una reconocida familia local.

La violencia del narcotráfico, cara habitual de Reynosa, Nuevo Laredo o Matamoros, poblaciones fronterizas a 100 kilómetros de Monterrey, llegó de manera contundente y con el paso de los años provocó que la ciudad perdiera el asombro ante la brutalidad que les gusta imprimir en sus actos a los sicarios. “Mañana martes van a matar a alguien entre las siete y las 10 de la noche. Lo único que falta saber es dónde lo van a tirar”, me dijo el año pasado un reportero de nota roja. Cuando pregunté a qué se debía su seguridad, si acaso ésta tenía que ver con la detención reciente de algún capo o el decomiso de algún importante cargamento de droga, tranquilamente me dijo que no. “Los mañosos matan en martes porque es el día en que le gustan las ofrendas a la Santa Muerte”.

—¿Y por qué entre siete y 10?
—Porque a esa hora están los noticieros estelares de la televisión.                                      

Al día siguiente, en efecto, un hombre de entre 20 y 30 años —la edad promedio de los ejecutados locales— había muerto asesinado en una colonia popular. Y esos plásticos amarillos que suelen colocarse alrededor de las escenas del crimen estaban siendo transmitidos por los noticieros televisivos.

–¿Qué pasó en Monterrey? —le pregunto a Mauricio Fernández, mientras conversamos en su mansión de La Pilarica, donde las enormes paredes exhiben otra de las aficiones por las cuales es famoso en la ciudad: el coleccionismo de arte.
—Mira, obviamente no soy experto en el tema, pero aquí fundamentalmente es un conflicto de dos cárteles: el del Pacífico y el del Golfo, y ha habido dos o tres
problemas. Primero, que lo que era mercado de cocaína y algunas drogas, ahora se convirtió en uno lleno de otros productos. Esto te lleva a que el precio de la cocaína en Estados Unidos haya bajado una barbaridad y en Europa haya subido una barbaridad. ¿Por qué? Porque siempre tienes una relación demanda-producto y ahora se consumen muchos productos. ¿Qué ha pasado con eso? Que ahora te quedas con mucha que ya no pasó. Se te queda acá. ¿Cuál es la reacción natural? Pues colocarla acá en la ciudad mientras que antes la mandabas fuera. Entonces hay una sobreoferta y la empiezas a colocar… además, penetraste la sociedad con las narcotienditas.

Segundo factor —continúa—, pienso que de alguna forma los anteriores gobiernos platicaban o tenían alguna relación con ellos, con la mafia, o se hacían güeyes, y como el producto iba a Estados Unidos pues te decían “no es tema tuyo, gobernador, es tema federal”. Yo creo que eso siempre ha existido en México. Es muy difícil que tengas gobernadores exentos de por lo menos un contacto con ellos, yo lo veo difícil, o el secretario de Gobierno o alguien.

En esa visión de rutas que tiene el narco, la nuestra, que es Nuevo León, básicamente la manejaba el Cártel del Golfo y, bueno, dejaban pasar al Cártel de Sinaloa. Lo que a mí me comenta gente que supuestamente sabe del tema es que le cobraban al Chapo por el tránsito en Nuevo León y que simplemente por el problema de oferta y demanda, y que había una sobreoferta, pues le dijeron yo mando mi producto y el tuyo dale pa’llá, y esto implicó un pleito entre las dos bandas en Nuevo León, por un posicionamiento de la plaza que es de tránsito —concluye.

Tomado de uno de los fotologs en honor de El Caballo y El Topo, los jóvenes asesinados de la pandilla de “Los Zetas”:

q dificil caballo y topoz como decirles adioscomo acerme a la idea q jamas los podre ir a buscara ti caballo como antes cuando iva i me decias estoi comiendo cris esperame en la eskina en 10 minutos hahahah...cuando te tardas 2 horas en arreglarte....cuando decias ppch chale...uuu q pues...caballo kien me va decir wachikolita y panfilita i la cris y las pandillas y doña zeta y todos sos apodos q me decias....akien voi a ir a decirle caballo te pago media en el ciber....i luego nos sentabamos a lado y nos poniamos a platicar por el msn hahahah .....con kien voi a pistear si eras el uniko q me daba guerra.....no caballo no io no puedo imaginarme sin ti we al chile no puedo te quiero siempre te voi a querer amigo. hasta luego!! ;’) topoz we q onda contigo inche gacho we no te kisiste ir solo hahahaha pero no ay pedo te llevaste a mi caballito pero io se q roio con ustedes 2 we i tu q dime aora con kien voi a correr por la casa de ilse a las 3 de la mañana.....i kien me va a poner la cancion de mas alla de los sueños i la de ello i ellas.....akien le voi a kitar cigarro.....akien le voi a tomar fotos.....a kien topoz? te quiero tu siempre me demostraste q contaba contigo i gracias por dejarme ser tu amiga....se q algun dia te volvere a ver si :’)........****CABALLO *****TOPOZ*****DESCANZEN EN PAZ****AKI SE LES RECORDARA SIEMPRE****.......EL POST QUE SUBI EL DIA Q PASO TODO ACE UN AÑO.....QUE PENA TENER QUE AGREGAR UN CAMRADA MAS COMO EL LENGUAS =(.....PUDRANSE LOS PINCHES JOTOS QUE ICIERON ESTO PINCHES MARICONES DE MIERDA VAYANSE A LA VERGA....


**Diego Enrique Osorno
. Periodista. Es autor de Oaxaca sitiada.

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