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02/12/2009 | México - Mauricio Fernández. Un alcalde que no es normal

Diego Osorno

I - Mauricio Fernández Garza recibió un estruendoso aplauso que se prolongó durante poco más de tres minutos en el Auditorio de San Pedro. Acababa de anunciar la muerte de un mafioso antes de que la policía encontrara su cadáver en la ciudad de México y dijo que pasaría por encima de la ley para combatir al crimen en el municipio de San Pedro Garza García. Estaban presentes dos ex gobernadores, un general del Ejército, diversos empresarios y los representantes oficiales de los tres poderes del Estado.

 

Luego de la ovación, Mauricio dio una conferencia de prensa en los camerinos del teatro, para después dejarse querer en el lobby de un foro donde lo mismo se dan conciertos de cámara que shows del comediante Polo-Polo. Cuando apareció en el vestíbulo principal, algunos de los más de 300 invitados a la ceremonia, aún emocionados, probaban canapés y bebían vino blanco. “Ésos son huevos”, le dijo al oído un dirigente de empresarios locales mientras lo abrazaba y le arrugaba la solapa del traje negro. “Eres un valiente, Mauricio”, siguió Gilberto Marcos, ex conductor de televisión y presidente de la Federación de Colonos de San Pedro, uno de los principales grupos civiles de la localidad.

“Estuviste maravilloso”, exclamó mientras abría los brazos el priísta Jorge Treviño, ex mandatario de Nuevo León. “Cómo nos hacías falta”, “Tú si los tienes donde deben estar”, “Te la van a pelar”, continuó el coro de voces excitadas que escuchaba el alcalde mientras se abría paso con su jefe de escoltas detrás, vigilante de cualquier situación inesperada.

“Ya te renunciaron 15 policías, después de que escucharon tu discurso”, bromeó un cónsul. “No vas a cambiar nunca”, le dijo con cariño una anciana que traía el pelo relamido, un vestido azul chillante y lustrosos brazaletes en las muñecas. Ella le pidió que posaran juntos para una foto.
Diez minutos después Mauricio salió del auditorio, dejando atrás un público aún emocionado con su nuevo alcalde.

—El anuncio de la muerte de Héctor El Negro Saldaña fue algo muy fuerte —le dije mientras se subía a su camioneta, que iba escoltada por otras cuatro llenas de hombres armados.
—Pues sí, porque nadie sabía.
—¿Es un mensaje para los otros criminales?
—Sí, cómo no, sin duda, porque si partes de la base de que era bastante obvio que él me quería matar, y bueno, pues resultó muerto el día en que yo me siento en la alcaldía. Es un buen mensaje.
—Fue como advertirle a los tres poderes del Estado y a la sociedad de que ibas a hacer muchas cosas...
—Bueno, de hecho, si tú quieres fue una presentación un poco violenta, porque dije públicamente: “Me voy a tomar atribuciones que no me corresponden”. Yo siento que como está el país no lo vamos a arreglar, y de aquí pa’ que las cosas cambien, pues yo no me voy a poner a esperar.

II

Cuando uno viaja en el mismo vehículo que los hombres que se encargan de cuidar la vida de Mauricio Fernández, el cuerpo se pone alerta. Voy en una suburban que está a la vanguardia del convoy del alcalde. Acabamos de salir del auditorio donde rindió protesta. El llavero del conductor tiene la imagen de un cristo que a veces, con el vaivén, choca con la AR-15 que tiene a un lado, cargada y lista para ser usada en cualquier instante.

La caravana avanza. Rebasa de manera espectacular, con rechinido y todo, a un Camaro amarillo. Después, el convoy se pasa un semáforo en rojo para llevar al Palacio Municipal al alcalde recién asumido. En la camioneta en la que viajo, los escoltas llevan una maleta con cambios de ropa, latas de comida, cepillos de dientes y varias metralletas. La rutina de estos hombres será tan incierta a partir de hoy, como la de su jefe Mauricio.

Ya en el Palacio Municipal me sorprendo de saber que el abogado Hiram de León, uno de esos juristas que hasta en las fiestas habla como si estuviera en un juzgado, será el encargado de vigilar el cumplimiento de las leyes en el nuevo gobierno, aunque su titular haya decretado que burlará la Constitución. Así como Mauricio es famoso por su estilo desenfadado, Hiram lo es por su mesura. Otra sorpresa es que el secretario del Ayuntamiento será Fernando Canales Stelzer, hijo del ex gobernador y empresario Fernando Canales Clariond, antiguo adversario de Mauricio, con quien parece ha hecho una especie de pacto político.

Mientras se desarrolla la sesión protocolaria de cabildo, algunos miembros del equipo del alcalde me confiesan en voz baja que tienen miedo. Dicen que quisieran tener la certeza de que no es demasiado peligroso lo que está haciendo su jefe, de que lo que dijo hace unos minutos en la toma de protesta no va a terminar provo cando que un día entre al palacio un comando armado echando bala, o bien, que algún sicario lance una bomba.

Al terminar el acto oficial entre bostezos generalizados, Mauricio va a comer a la Barra Antigua, un restaurante con los mejores tacos de ternera de la ciudad, donde ya lo esperan tres de sus hijos, quienes han venido del extranjero sólo para verlo en este día especial. El alcalde me invita a acompañarlos y una vez sentados en la mesa, uno de sus hijos le platica de sus mejoras para disparar el rifle. Otra hija es la que escapó de ser secuestrada hace un par de años y en este momento habla cariñosamente con su padre, a la vez que lo llena de abrazos. Poco después se aparece el asesor israelí que Mauricio ha dicho públicamente que le ayudará en temas de seguridad. El hombre apenas habla durante la comida.

Al cabo de una hora, y sin probar postre, Mauricio anuncia que iremos a la casa de Márgara, su madre, la cual, se dice en la ciudad, lo adora. Mauricio es el segundo de los hijos de la mujer que con más de 80 años de edad es una de las grandes personalidades locales. Los otros hermanos de Mauricio son Alberto, el primógenito, ex presidente de la Coparmex; Balbina, quien hace poca vida pública; Alejandra, que pertenece a una corriente distinta a la de Mauricio dentro del Partido Acción Nacional (PAN), y Álvaro, el más joven, quien lo sustituyó hace un par de años como representante de la familia ante el consejo directivo del Grupo Alfa.

—¿Eres el consentido de tu ma-má?—pregunto mientras vamos a las camionetas.
—Mi madre no es de consentimientos —contesta de tajo.

A los pocos minutos llegamos a la mansión de Márgara Garza Sada. Mauricio entra y los escoltas y yo esperamos cerca de 20 minutos afuera. Al salir, el alcalde recién asumido se ha quitado ya el saco negro y la corbata a rayas para andar sólo con una camiseta blanca y el pantalón negro del traje. Nos dice que iremos al Club Deportivo de Cazadores a que su hijo dispare un rato. Tras llegar al lugar, los otros tiradores ponen cara de inquietud ante el imponente convoy, pero una vez que miran a Mauricio bajar de una de las camionetas, todo vuelve a la calma. Uno de los hombres que está en el sitio, vestido con pantalón Wrangler, camisa colorida y botas vaqueras de piel de avestruz, le grita: “¡Ese mi alcalde, es usted un chingón!”. Mauricio responde solamente con una sonrisa y sigue caminando hasta una palapa, donde se pone orejeras para que no le lastime el sonido de los disparos. Ahí, su hijo saca de su estuche un rifle del tamaño de una boa y se alista para enseñarle a su padre la mejoría con el arma. Pero un empleado del club llega a avisar que la máquina que lanza los blancos móviles se ha estropeado hace apenas un instante y que será imposible que el alcalde y su hijo la utilicen para disparar. “Chingado, hombre”, se lamenta Mauricio y anuncia la retirada a su equipo de seguridad, el cual ya había hecho un discreto perímetro de vigilancia alrededor de la palapa.

Atardece y Mauricio me invita a su casa para que platiquemos con calma. Recorremos la colonia El Rosario, donde las casas tienen el tamaño de una manzana y se estima que en cada cochera hay un promedio de seis automóviles. Subimos por una calle sinuosa las laderas del cerro Chipinque, donde también hay viviendas pero en realidad ya hay más ardillas que seres humanos. En la parte más alta queda La Milarca, la residencia del nuevo alcalde, quien tiene una fortuna valuada en 800 millones de dólares, según algunas revistas de negocios. Su hogar es una especie de castillo que se construyó hace 20 años a partir de unos hermosos techos mudejar de los siglos XIII y XVI que habían pertenecido al estadounidense William Randolph Hearst, recordado contra su voluntad como el “Ciudadano Kane” de la película de Orson Welles. Jorge Loy-zaga, arquitecto preferido de familias ricas de la ciudad, como los Junco de la Vega, dueños de los diarios Reforma y El Norte, se encargó del proyecto. Dentro de la mansión, llamada La Milarca en honor a un personaje de la literatura medieval, las colecciones de arte popular mexicano se entremezclan con el cráneo de un tricerátops en la sala; una escultura de Rufino Tamayo, en el jardín, con las cabezas humanas reducidas por jíbaros; una pintura de Julio Galán con aerolitos que cayeron en Argentina, y una colección de mapas antiguos con la piel de un oso cazado por Mauricio. El arquitecto japonés Tadao Ando, quien visitó este sitio hace unos años, le escribió semanas después a Mauricio una carta en la que le dijo que La Milarca es “una obra de arte”.

—¿Cómo te ves a ti mismo? Muchos te ven como el rico excéntrico —le digo, mientras nos sentamos a conversar.
—Yo me veo como yo soy. Cada vez he aprendido más a verme como a mí mismo, ya sin confrontarme.
—¿Por qué te gusta transgredir?
—No es que me guste eso.
—Hoy lo hiciste con tu discurso y lo has hecho otras veces.
—Mira, yo por un rato batallé mucho para entenderme a mí mismo. No sé cómo decírtelo. Sentía que iba muy cruzado a las cosas, no en la corriente. Pero luego también me empecé a dar cuenta de que tenía capacidad de cambiar cosas y que en realidad los que iban en la corriente eran una masa que nunca cambiaría nada.

La plática tiene lugar en la cocina de La Milarca. Entre los dos hay una botella de tequila reposado que conforme pasa el tiempo y las palabras, se va quedando vacía. No hay nadie más en casa, salvo Frida, una mapacha que hace un año llegó y se hizo la mascota preferida de Mauricio. De vez en cuando, uno de los escoltas personales del alcalde, cargando su AR-15 como guitarra, se asoma por la ventana con discreción.

Mauricio habla con orgullo de sus hijos y de su paso por la vida. En algún momento le pregunto sobre sus experiencias como cazador en África, donde dice que una vez perdonó de morir a un león, ya que le pareció demasiado inocente. En cambio, cuenta a detalle cómo mató a un leopardo, a un hipopótamo y a un elefante. Me aconseja que si algún día trato de matar uno, además de valentía y buen tino, procure cargar con suerte.

“Fue maravillosa la primera vez que yo maté uno”, dijo. Eran los ochenta y el Parque Nacional Tsavo, de Kenia, una de las congregaciones de elefantes más grandes que hay en el planeta, autorizó la cacería de estos mamíferos gigantes, a causa de una sobrepoblación que ponía en riesgo a las demás especies. Mauricio viajó para allá en cuanto supo. Acompañado por un asistente africano que le cargaba las municiones y el resto del equipo, anduvo de safari varios días hasta que dio con un paquidermo. Tras esconderse entre la vegetación durante varios minutos, Mauricio apuntó con su rifle .458 a los codillos del enorme animal y jaló el gatillo. El mamífero trastabilleó herido, pero otros elefantes de la manada corrieron en estampida, cerca de donde él se escondía, y tiraba ya el segundo y tercero y cuarto disparos.

“Si matas a un elefante, puedes hacer muchas cosas en la vida. Yo, no tienes idea de cuántos elefantes he tenido que matar para poder ser yo mismo”.

**PARA LEER EL PERFIL COMPLETO:

www.gatopardo.com/numero-107/cronicas-y-reportajes/un-alcalde-que-no-es-normal.html

 

Milenio (Mexico)

 


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