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01/10/2016 | Guerra química contra Darfur

Alberto Rojas

30 ataques químicos tuvieron lugar en la zona de Yebel Marra. AI estimó que entre 200 y 250 personas pueden haber muerto

 

El 8 de abril de este año, el presidente sudanés Omar Al Bashir agitó su bastón ante una multitud de fieles para celebrar "que la paz había llegado a Darfur". Dos días después sometió a la aldea de Nuoguey a un feroz ataque desde el aire. Quedó como un muñón carbonizado.

Los niños de las aldeas atacadas presentan heridas que van más allá de las bombas o los explosivos incendiarios: ampollas sangrantes por todo el cuerpo, ojos rojos, erupciones en la piel y dificultad para respirar. Se trata de evidencias tangibles del uso de armas químicas por parte del Gobierno sudanés de Omar Al Bashir, en busca y captura por la Corte Penal Internacional por delitos de genocidio y crímenes contra la Humanidad contra las etnias negras como los fur, los zaghawa y los masalit, es decir, aquellas que no son de origen árabe.

Estas armas llevan décadas prohibidas, ya que resultan letales para la población civil al ser indiscriminadas. Pero no es Al Bashir un tirano acostumbrado a respetar los derechos humanos o las leyes de guerra internacionales. Ya ha demostrado en otros conflictos, como el abierto con Sudán del Sur hasta 2006 o el que mantiene en las montañas del Kordofán (con un genocidio silencioso contra la población nuba) que no le importan los métodos, por muy crueles que sean, para conseguir acabar con las revueltas a sangre y fuego.

Una investigación de Amnistía Internacional ha recabado estremecedoras pruebas del uso reiterado de armas químicas contra civiles, entre ellos niños y niñas de corta edad, por parte de las fuerzas gubernamentales sudanesas en una de las regiones más remotas de Darfur a lo largo de los últimos ocho meses. El informe se basa en 200 entrevistas a supervivientes, análisis médicos de sus heridas e imágenes de satélite que muestran al menos 174 aldeas arrasadas por ataques de la aviación de Jartum.

"La magnitud y la brutalidad de estos ataques es difícil de expresar con palabras. Las imágenes y vídeos que hemos visto durante nuestra investigación son realmente impactantes. En uno se ve a un niño pequeño gritando de dolor antes de morir, y en muchas fotografías aparecen niños y niñas de corta edad cubiertos de lesiones y ampollas. Algunos no podían respirar y vomitaban sangre", comenta Tirana Hassan, directora de Investigación sobre Crisis de Amnistía Internacional.

Amnistía Internacional calcula que entre 200 y 250 personas, muchas de ellas menores de edad, podrían haber muerto por exposición a los agentes químicos.

Este tipo de ataques se unen a los que la aviación sudanesa suele practicar con barriles bomba desde aviones de transporte Antonov. Abren las compuertas y, sin ningún tipo de precisión, arrojan bidones con gasolina gelatinosa. O sea, napalm, otra de esas armas prohibidas por las convenciones internacionales.

El conflicto en Darfur comenzó en 2001 y aún perdura. Se trata de la clásica crisis silenciada por el tiempo y la llegada de otras crisis. Durante los primeros años sí ocupó cierto espacio en los diarios e informativos de todo el mundo, pero poco a poco ha ido cayendo en el olvido, la mejor noticia para Al Bashir. No es un lugar al que sea fácil acceder para los periodistas y esa ausencia de testigos le ha servido para perpetuar sus crímenes, probados por organizaciones independientes.

Hay lugares remotos donde nadie conoce cuál es la consecuencia tangible de años de limpieza étnica por parte de esas milicias llamadas yanyauid que, al servicio de Bashir y armadas por él, han matado a más de 400.000 personas (cifras similares a la guerra de Siria). Estos señores de la guerra, a veces atacando a caballo o en vehículos Toyota, queman aldeas y provocan la huida de decenas de miles de civiles. Muchos de ellos mueren de hambre en esos desplazamientos. Las fosas comunes de víctimas del genocidio de Darfur jalonan un territorio sometido a sequías bíblicas.

"Cuando cayó [la bomba], hubo unas llamas y luego una humareda oscura [...].Inmediatamente causaba vómitos y mareos [...]. Mi piel no está normal. Aún me duele la cabeza, incluso después de tomar la medicina [...]. Mi bebé no se ha recuperado [...] está hinchado [...] tiene ampollas y heridas [...]. Dijeron que se pondría mejor [...] pero no está funcionando", cuenta una mujer que sufrió heridas al estallar en su aldea una bomba de la que brotó una nube de humo tóxico.

El Mundo (España)

 



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