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28/08/2007 | México - ‘Narcoglobalización’

Jean Meyer

“La Zona Rosa se llena de narcomenudistas”, titula un diario muy leído de la ciudad de México, y detalla cómo gracias a la colaboración entusiasta y generosa de policías (judiciales) y ex agentes preventivos, tarjeteros, meseros y personal de seguridad de los “antros”, cada noche se distribuyen entre mil y dos mil dosis de droga, cifra que duplica en fines de semana y día de quincena.

 

¿Puntos de venta? Baños, cabinas telefónicas, coches, puestos de tacos en la calle, debajo de los árboles, en el hueco de una puerta. Podría decir lo mismo de la Condesa y de cuantos barrios de todos colores y clientelas; los populares no se salvan, lo único que cambia es el tipo de mercancía y los precios. Los “corredores de distribución” van de Viaducto e Insurgentes hasta el cruce de Reforma y Antonio Caso y desde el cruce de Tasqueña hasta Insurgentes y Copilco. ¿La capital ha sido desde los mexicas un lugar de relajamiento y de perversión, como todas las grandes ciudades? Le contestaré que no hay ciudad que se salve en México, por chiquita que sea, ni barrio que se salve, por pobre que sea, ni pueblito, por lejos que parezca encontrarse del mundanal ruido. Los “corredores” interconectan todo el territorio nacional y las drogas circulan en Zamora y Jacona, en Aguascalientes y Rincón de Romo, en Ajijic como en Atemajac.

No hay fronteras para el tráfico y su consumo, como lo pudieron ver en esa buena película de Michael Mann que se llama Miami Vice, fruto de un estudio a fondo de las técnicas de mercadeo y distribución. Al ver hace unos días, en un reportaje sobre la droga en España, las fotos impresionantes de las embarcaciones con cinco súper motores que utilizan, desde Marruecos, para llegar a 120 kilómetros por hora, de noche, a las costas de esos dos países y entregar las toneladas de hashish sin ser localizados por los radares, me acordé de la película y que la realidad rebasa la ficción.

En esos días se nos dice que se negocia una ayuda estadounidense de mil millones de dólares, a favor nuestro, en un paquete de asistencia militar y de seguridad para el combate al narcotráfico. Flaco favor que se nos hace para luchar contra unos tipos que tienen todo el dinero del mundo y pueden abandonar después de un solo viaje, barcos, avionetas, aviones y submarinos. En el Plan Colombia, Estados Unidos gastó quién sabe cuántos billones para que, al final, la Armada y el Ejército de Colombia arrestaran a una buena cantidad de altos oficiales que trabajaban con los cuates del otro lado. Acuérdense de nuestro general pelón, tan eficiente en su lucha desde su cuartel de Guadalajara contra un cártel de la droga; el “zar de la lucha antidroga” de Estados Unidos lo abrazaba con fervor… hasta descubrir que si destruía dicho cártel, es que estaba al servicio del otro. Está en la cárcel, ¿y qué?

Prudentemente nuestras autoridades no aceptarán ni tropas ni asesores militares venidos del norte, a diferencia de los hermanos colombianos, pero eso no cambia nada. A ver cómo paran el negociazo, el lavado de dinero que lo acompaña con su consecuente tráfico masivo de armas. Nadie lo ha parado, hasta la fecha, en ningún lado. España, que se sitúa al encuentro de América Latina y de Europa, por un lado, de África y de Europa, por el otro, España, país civilizado y democrático, se ha vuelto, como nosotros, un enorme mercado de consumidores de droga, pero además los cárteles latinoamericanos lavan sus ganancias europeas y otras ahí mismo. El País dedicó su editorial del día 20 de agosto al fenómeno, bajo el título de “Paraíso de blanqueo”; se sabía desde hace tiempo que España era la base de las operaciones de reparto y financiamiento de los cárteles colombianos de la cocaína —y también que el consumo español de dicho producto crece año tras año de manera espectacular—, se sabía menos que se había vuelto en unos años el centro de lavado de las ventas en toda Europa. ¿Quién logrará pasar del otro lado de la pantalla hermética de bancos y empresas que se prestan a ese jugoso negocio? Incluso grandes empresas “respetables” de varios países europeos, asiáticos, americanos (norte y sur), como ciertas petroleras con sus buques transportadores, se prestan al juego. La complicidad llega hasta los más altos niveles de los gobiernos, de las empresas privadas, de las iglesias, de las guerrillas supuestamente revolucionarias…

Los narcos invierten en todos los sectores; hace mucho que no se limitan a restaurantes y hoteles, construyen rascacielos, ¿qué me preguntaba?, sí, torres muy altas, pero se meten en el cine, en la informática, hasta en la industria. El aluvión de dinero es imparable. España incautó, en 2006, 3 mil 500 millones de dólares al narco, casi el doble del presupuesto del Ministerio de Justicia español. Por lo tanto, cuando leo que Estados Unidos y México negocian un acuerdo sin precedentes para acabar con el narcotráfico, tacho mentalmente, enseguida, la palabra “acabar”. Eso no se va a acabar con los mil millones de dólares que van a dar, eventualmente, a nuestros especialistas de la lucha contra un enemigo extremadamente poderoso: ni con 10 mil millones, ni con… Dejemos las cifras a un lado y escuchemos a Cormack McCarthy.

Ese admirable escritor, nuestro contemporáneo, escribe en No es país para viejos, siendo este país la frontera americano-mexicana: “Me parece saber adónde vamos. Nos están comprando con nuestro dinero. Y no son sólo las drogas. Hay por ahí fortunas acumuladas de las que nadie tiene ni idea. ¿Qué pensamos que va a salir de ese dinero? Un dinero que puede comprar naciones enteras. Ya lo ha hecho. ¿Puede comprar este país? Lo dudo. Pero hará que tengas tratos con quien no deberías. No es ni siquiera un problema policial. Dudo que lo haya sido nunca. Narcóticos siempre han existido. Pero la gente no decide drogarse así porque sí, a millones. No tengo respuesta para eso. En concreto no tengo respuesta que me dé ánimos”.

jean.meyer@cide.edu

Profesor investigador del CIDE

El Universal (Mexico)

 


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