¿Cuántas veces hemos escuchado que existe una importante responsabilidad del llamado embargo de Estados Unidos en las penurias económicas cubanas? Esa responsabilidad, en verdad, es virtualmente nula.

La pobreza en Cuba -que no era tan generalizada en 1959- es fruto de la dictadura comunista, no de un «embargo» que no le impide comerciar con el resto del mundo, y de los principios comunistas, en particular la negación de la propiedad privada y el mercado.

Pero a menudo la izquierda trata a la tiranía castrista con paños calientes, también en economía: como no se pueden aceptar plenamente la propiedad privada y el mercado, un gobierno que los hostiga no puede ser del todo malo, quizá un poco exagerado pero fundamentalmente bueno.

Esto se observa en la habitual cantinela sobre la igualdad en Cuba o los éxitos del régimen en educación y sanidad. La igualdad socialista, por supuesto, ha sido siempre mentira, como ha podido comprobarse a tenor del nivel de vida de los jerarcas comunistas.

La desigualdad humana es inerradicable, pero si hay mercado libre los ricos lo son por servir al público, y si no hay mercado libre lo son por servir al poder. En cuanto a los «avances» educativos y sanitarios, ¿enviaría usted a su hija a estudiar a La Habana? ¿Y a operarse? Pues eso.

No es que todos los socialistas admiren la economía cubana: serán socialistas, pero no son imbéciles. Lo que admiran es el pasteleo convencional del sí pero no, el capitalismo socializado, el socialismo capitalizado, la globalización con rostro humano y el modelo nórdico.

Esto da sobre todo pereza. Lo que da menos pereza es la doble vara de medir, típica de la corrección política. Por ejemplo, usted no leerá en El País los nombres de Pinochet o Videla sin que aparezca siempre la calificación que subraya su carácter tiránico. Estos días, en cambio, puede revisar páginas enteras de la prensa correcta hablando de Castro sin emplear nunca las palabras dictadura o dictador.  

A veces todo esto tiene un lado gracioso, por ejemplo, la pretensión de la izquierda de monopolizar el progreso. Si uno mira la realidad, lo más parecido a Cuba es el paternalismo más fascista (¿recuerda a Castro con las ollas a presión?); y ahora, con la desaparición eventual del sátrapa, se ve que el progresista comunismo cubano se parece a las monarquías tribales más salvajes y primitivas.