En términos de geopolítica, el número de habitantes ha sido un constante activo para las potencias. A pesar de que ciertas voces siempre han alertado de lo negativo de crecientes poblaciones para la riqueza de un país, el bienestar de las familias o el medio ambiente, “el real reto para nuestro futuro es que no estamos teniendo suficientes niños”, según advierte Jonathan Last en su reciente libro ‘What to expect when no one’s expecting’.

Además de lo relacionado con la crisis del sistema de pensiones –envejecimiento de la población y conveniencia de población activa joven que aporte a las arcas del Estado–, hay otra razón de capital importancia para una nación cuyo liderazgo se basa en gran parte en la producción tecnológica: la creatividad y la innovación. La mayoría de las nuevas ideas proceden de científicos e inventores de menos de 50 años, con frecuencia mucho más jóvenes.

Debido a que la reducción de la tasa de fertilidad va a seguir pronunciándose, algo que también está ocurriendo en los países en vías de desarrollo –la ONU estima que hacia 2050 será de 2,05 a nivel mundial, con un descenso hacia 2100 del número de habitantes del planeta–, dos soluciones se presentan para las grandes potencias. Una es la innovación tecnológica que permita alcanzar adecuados niveles de producción a pesar de la disminución de mano de obra, y otra es la inmigración que aporte tanto jóvenes talentos para lograr esa creatividad como suplementos de población activa. En esos casos EEUU está mejor posicionado que sus rivales, pues supone un polo de atracción para profesionales y su densidad de población deja margen para nuevas oleadas inmigratorias.