El propio Lula, tras conocer los resultados, adelantó las líneas de lo que va a ser su presidencia hasta el 31 de diciembre del 2010. Una de las lecciones que ha aprendido es la necesidad de renovar su partido, prácticamente descabezado como consecuencia de diversos escándalos por corrupción.

"No tenemos derecho moral, ético ni político a cometer errores", reconoció. Pero, además, Lula pretende abrir la gestión de su Gobierno a la oposición y a los gobernadores. "Vamos a tejer las alianzas necesarias –prometió– para poder trabajar tranquilos y votar los grandes proyectos que Brasil precisa". La contundente reelección confiere a Lula una ventaja política que antes no tenía, pero su electorado ha variado. Ha perdido peso en los estados ricos (como São Paulo y Río Grande do Sul), y ha ganado votos en los estados pobres del norte.

Por esa razón, Lula ha puesto más el acento de futuro en la política económica, a la que piensa dar un golpe de timón para dar un salto cualitativo. "Estamos cansados de ser una potencia emergente", ha dicho, en el sentido de que ahora falta imprimir un mayor empuje a la  inversión. "Reelecto Lula, el Gobierno anuncia el fin de la era Palocci", decía ayer la portada de un prestigioso diario, en referencia al ministro de Hacienda cuya ortodoxia llevó al Gobierno a una política fiscal dura, de crecer poco para contener la inflación.

El presidente reelecto ha destacado que no quiere "un ajuste pesado que haga sufrir al pueblo" y que "los pobres tendrán la preferencia" en su gestión. Pero Brasil necesita crecer y, además, distribuir la renta. El problema es que si crece demasiado y se dispara la inflación, se puede producir el clásico efecto de lo comido por lo servido. En esa situación, ni las rentas medianas ni las más pobres saldrían beneficiadas, sino todo lo contrario. Para estar a la altura de ese difícil reto, Lula cuenta con la ventaja de haber logrado en estos comicios un panorama político más despejado que el de hace cuatro años, pero falta ver si los números le cuadran.