Tres elecciones parciales celebradas el pasado jueves se saldaron con un considerable incremento de votos al antieuropeo Partido para la Independencia del Reino Unido (UKIP), en detrimento del Partido Conservador del primer ministro, David Cameron. Aunque los tres escaños en juego fueron ganados por los laboristas, los analistas han centrado su atención en el giro cada vez más evidente y con más fuerza de la sociedad británica en favor de un partido que apuesta lisa y llanamente por que el Reino Unido abandone la Unión Europea.

David Cameron le está viendo las orejas al lobo por su propia derecha. Hasta ahora, los votantes aprovechaban estas elecciones parciales para expresar su malestar con el gobierno de turno votando a partidos centristas, como los liberaldemócratas. Pero es que ahora resulta que los libdem de Nick Clegg están en el propio Ejecutivo, coaligados con los conservadores, y ese voto ha ido masivamente al antieuropeo UKIP.

Algunos líderes conservadores están tan alarmados que incluso han propuesto llegar a un acuerdo electoral con el UKIP para no enfrentarse por el mismo escaño en determinados distritos. Una propuesta tibiamente recibida por David Cameron, quien ha preferido responder al desafío del UKIP con sus mismas armas, endureciendo su oposición a la Unión Europea. Ya lo demostró en el último Consejo Europeo de Bruselas, dedicado infructuosamente a aprobar el presupuesto comunitario para los próximos seis años, al exigir un sustancial recorte de este y amenazar en caso contrario con el veto británico. Cameron pretende reducir la UE a un simple mercado único e intenta que los británicos den el visto bueno a tal medida mediante la convocatoria de un referéndum.

Pero quizá Cameron olvida que muchos ciudadanos que votaban conservador y ahora han apostado por los antieuropeos lo han hecho no porque comulguen con sus propuestas sino como voto de castigo para expresar abiertamente su enfado y desencanto por las políticas de recortes sociales y nulo crecimiento económico que vive el país desde que está gobernado por la coalición entre tories y libdem. Por todo ello, vientos antieuropeos agitan la política británica