"No me lo perdería por nada del mundo. Yo quiero que mi hija, cuando crezca, recuerde que estuvo en Washington cuando el primer afroamericano se posesionó como presidente de Estados Unidos", dice Victoria Becker, madre de una niña de dos años, que viajará desde Seattle para presenciar la posesión de Barack Obama el martes 20.

Cientos de miles de estadounidenses y extranjeros harán la peregrinación para acompañar al nuevo Presidente.  Más de dos millones de personas inundarán el mall, la franja que va desde el Capitolio hasta el monumento de Abraham Lincoln. La cifra rompería el récord previo de 1,2 millones de personas que asistieron a la posesión de Lindon B. Johnson en 1965.    

La última vez que Washington vio una multitud medio cercana -la mitad- fue en 1995 durante la llamada "Marcha del millón de hombres". Los hoteles de la ciudad están totalmente copados y muchas personas de la zona están haciendo su agosto alquilando cuartos en sus casas por sumas exorbitantes. Y quienes no han encontrado alojamiento piensan acampar en parques, sin preocuparse por la temperatura de estos días que está por debajo de los 0 grados e independientemente de que las predicciones del tiempo indiquen que habrá una tormenta de nieve en los próximos días.

La posesión de Obama ha despertado una expectativa tal, que hasta los revendedores están sacando provecho mediante la venta de boletas para un puesto en la  inauguración, que suele ser gratis, hasta por 20.000 dólares.

El desbordado entusiasmo es comprensible. No solo es el ascenso del primer hombre de color, de una minoría, al cargo más importante del planeta. Lo que hace más trascendental la cita es el momento en que sucede. Tras los ocho años de la polémica administración de George W. Bush, el país clamaba a gritos por un cambio que terminó siendo personificado por Obama. De ahí lo festivo del ambiente, salvo para los republicanos que no solo perdieron la Casa Blanca sino que vieron reducir sus representantes en el Congreso a cifras históricas.

Si bien por tradición a Washington no vienen jefes de Estado, la ciudad estará llena de celebridades del mundo de la música, el cine y la política. Para esa noche hay previstas cientos de presentaciones que incluyen a cantantes como Sting y Bruce Springsteen, cuyas entradas cuestan entre 5.000 y 50.000 dólares. Otras serán celebraciones de barrio que costarán menos de 25 dólares, pues Obama ha indicado que la suya debe ser una celebración del pueblo.

Largo guayabo

No obstante lo grandioso que promete ser el evento, la alegría durará poco. Barack Obama asume las riendas del país en uno de los momentos más complicados de su historia. La economía ha entrado en una profunda recesión no vista desde los años treinta, las cifras de desempleo han llegado a sus peores niveles en tres décadas y muchos pilares de la economía, como la industria automotriz, amenazan quiebra si no se produce una rápida intervención.

A esto se suma el deterioro del mercado financiero que sigue convaleciente pese a la masiva infusión de recursos que recibió a finales del año pasado. El déficit superará este año los 1.000  millones de millones de dólares, y eso sin considerar siquiera los nuevos gastos de 2009.

El remedio propuesto por Obama -y en eso coinciden los economistas- es gastar más. Por eso se espera que el Congreso apruebe en los próximos días un paquete de estímulo por cerca de 800.000 millones de dólares, que invertirá en una serie de iniciativas federales como infraestructura -puentes, carreteras, etc.-, educación, fuentes de energía renovable y modernización del sistema de salud.

Por otra parte, se extenderán por varios años más los recortes de impuestos que Bush había autorizado como estrategias para llevar plata a los bolsillos de la gente, habrá estímulos al gasto y se proyecta la generación de cerca de tres millones de empleos en dos años. Aun si el plan funciona -y eso nadie lo sabe-, la factura deberán pagarla las nuevas generaciones y se verán amenazados en materia de pagos de pensiones y cubrimiento en salud los millones que están entrando en edad de jubilación.

Para comenzar a balancear el presupuesto, Obama tendrá que elevar los impuestos hacia el final de su primera presidencia. Una medida impopular que, sin duda, acabará con el ambiente de romance que hoy se respira, y que podría poner en riesgo su reelección en 2012.

Para complicar aún más las cosas, las aguas de la política exterior también estarán muy movidas. De entrada, está el conflicto entre Israel y Palestina, que escaló en la agenda tras el estallido de la guerra en Gaza y que exigirá una intervención inmediata del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Esto, sin considerar las dos guerras abiertas en Irak, que ha prometido acabar, y en Afganistán, que ha anunciado que extendería, más la amenaza de Irán con capacidad nuclear, y el conflicto creciente entre India y Pakistán.

Titánica labor y enorme responsabilidad para un presidente que tiene todo el capital político del mundo, pero muy poca experiencia. Como el mismo Obama ha dicho, su administración tendrá que "aterrizar corriendo" para hacerle frente a los difíciles retos que le esperan. Por eso la posesión del martes será tal vez la única pausa antes del maratón que le espera. 

DÍAS  CONTADOS

Una de las primeras órdenes de Barack Obama será cerrar la cárcel de Guantánamo, Cuba. Se desconoce la fecha pero el cierre podría tardar un año, porque el Gobierno debe encontrar dónde recluir a los 250 prisioneros, y decidir cómo enjuiciar a quienes Estados Unidos considera que cometieron actos terroristas.

Cientos de sospechosos de tener vínculos con al-Qaeda están detenidos sin juicio y acusados de ser "combatientes enemigos ilegales". Entre ellos, los acusados de planificar los atentados del 11/S.

El presidente electo Barack Obama ha cuestionado la detención indefinida de los acusados, muchos de los cuales han presentado sus casos ante tribunales civiles. Cerca de 15 prisioneros considerados de alto valor adquirirían derechos legales, que les han negado hasta ahora, en caso de ser llevados a Estados Unidos.