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14/11/2007 | Amenaza latente

Cambio Staff

Con Irán como epicentro, Estados Unidos y Rusia le abren camino a una nueva Guerra Fría. Cuando el presidente del país más poderoso del mundo comienza a ventilar la posibilidad de una tercera guerra mundial hay que prestar atención.

 

Sobre todo cuando se trata de George W. Bush y sus asesores neo conservadores, que ya han iniciado dos guerras en menos de siete años desde la Casa Blanca y ahora proponen una nueva para contener a otro peligroso y antiguo miembro del eje del mal: Irán.

La teoría de Bush es que si la humanidad permite que Teherán construya una bomba atómica, el régimen de los ayatolas, que no sabe de mesuras, estaría tentado a usarla contra Israel o contra Europa. Tel Aviv, ante la sola amenaza, podría atacar preventivamente, arrastrando a Siria y otros países del Golfo Pérsico en la confrontación. Estados Unidos, el gran aliado de Sión, saldría a la defensa de su socio, lo cual podría provocar una retaliación de China o Rusia, ambos con grandes intereses económicos y estratégicos en la región. Bush, incluso, ha comparado la inacción del mundo para contener la amenaza iraní, a la que precedió a la Segunda Guerra Mundial, cuando el Viejo Continente ignoró las arbitrariedades de Adolfo Hitler en Alemania.

 A raíz de sus comentarios, Internet anda plagado de reacciones catastrofistas. Incluso hay blogs que vaticinan la llegada del Apocalipsis, apoyados en interpretaciones de las profecías de Nostradamus.

La mayoría de los expertos, por el contrario, atribuye las bravuconadas de Bush a pataletas de un líder en el ocaso, que busca anotar goles políticos para rescatar su Presidencia. Pocos creen que Bush, con su popularidad en el piso (30%) y la gran oposición que existe en Estados Unidos frente a la guerra en Iraq, tenga espina dorsal para embarcarse en una nueva aventura.

La andanada se explica, más bien, en el hecho que Estados Unidos está presionando al Consejo de Seguridad de la ONU para que imponga  nuevas sanciones a Teherán.

Pese a ello, hay otra serie de factores que han comenzado a alinearse y que podrían salirse de madre. El primero, y más importante,  tiene que ver con las ambiciones de Rusia. Desde su llegada al poder, Vladimir Putin ha convertido en su mantra devolver a la ex Unión Soviética su papel como la otra súper potencia del mundo. Su deseo, especialmente, es recuperar el terreno perdido ante Estados Unidos desde la desintegración de la URSS a partir de 1990.

Con una popularidad cercana al 70% y nadando en una piscina de petróleo a 90 dólares el barril, Putin -un halcón consumado- ha comenzado a empujar con fuerza y en muchos frentes. El más delicado tiene que ver con la decisión de Estados Unidos de construir un "escudo antimisiles" en lo que Rusia considera su patio trasero: República Checa y Polonia, dos ex repúblicas soviéticas que hoy hacen parte de la Organización del Tratado para el Atlántico Norte (OTAN). El Gobierno de Washington insiste en que construir una base e instalar radares con capacidad para disparar y detectar misiles balísticos, no busca amenazar a Rusia sino defender a Europa e Israel de un eventual ataque iraní.

Pero desde la perspectiva de Putin, y con tanta historia que ha corrido debajo de ese puente, la explicación no es satisfactoria. De hecho, y en otra alusión escalofriante a los peores años de la Guerra Fría, el Presidente ruso comparó la intención estadounidense con la llamada "crisis de los misiles" de 1962, cuando Estados Unidos y la URSS estuvieron a punto de apretar el botón nuclear por cuenta de los misiles instalados por los soviéticos en Cuba.

"Una amenaza semejante esta siendo construida en nuestra frontera", dijo Putin durante la Cumbre entre la Unión Europea y Rusia que se celebró recientemente en Portugal.

Para demostrar que toma las cosas en serio, este año abandonó el tratado que regulaba el tamaño de las fuerzas convencionales permitidas en Europa y reanudó, tras más de 20 años, los vuelos estratégicos con bombarderos nucleares. Hace 15 días, para demostrar su desdén y fortaleza, dejó esperando en el Kremlin a la secretaria de Estado Condoleezza Rice por más de 45 minutos. Sin embargo, la mayor insolencia frente a Estados Unidos fue la visita de Putin a Irán y la posición  antinorteamericana con la que salió, en defensa de los intereses nucleares iraníes (ver recuadro).

No obstante, de acuerdo con Joe Klein, analista político de la revista Time, la pepa del problema no está tanto en Irán como en la peligrosa rivalidad que está creciendo entre Washington y Moscú. "A Rusia no le interesa un Irán nuclear. Pero le interesa mucho menos que Estados Unidos le instale misiles en su patio. Básicamente lo que está diciendo es: 'si quieres mi apoyo para frenar a Irán, abandona el escudo antimisiles", dice Klein.

Algo que Washington probablemente no hará. Es más, muchos analistas predicen que Bush, como regalo de despedida -y quizá para influir en las elecciones presidenciales del noviembre del año entrante-, podría lanzar un ataque limitado contra instalaciones militares y centros donde Irán adelanta su programa nuclear. Y contaría con el respaldo de Francia y Gran Bretaña. Es decir, sería una intervención de los "dispuestos", como llama Estados Unidos a sus acciones unilaterales.

La pregunta es cómo reaccionarían Rusia y China ante lo que, desde su orilla, es una provocación. O lo que hará Irán, que bien podría atacar Israel en retaliación. De allí a una nueva guerra, podría haber un solo paso.  

LOS NUEVOS AMIGOS

Con su visita a Irán a mediados de octubre, Vladimir Putin se convirtió en el primer líder ruso, desde Stalin, en visitar Teherán. Tras estrechar la mano del presidente Mahmoud Ahmadinejad, negó que Irán pretenda construir un arma nuclear y advirtió sobre las  consecuencias que seguirían a un ataque unilateral contra el régimen. Un gesto insólito si se tiene en cuenta que la antipatía entre Rusia e Irán era histórica. Putin, por supuesto, tiene intereses particulares. No solo está invirtiendo miles de millones de dólares en la construcción de un reactor nuclear en Bushehr, sino que gana toneladas en la venta de armamento. Y ese interés de "blindar" Teherán lo comparte con China, que tiene enormes intereses energéticos en este país del Golfo.

Revista Cambio (Colombia)

 


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