La única pregunta que resta por resolver de cara a las elecciones presidenciales del próximo 28 de octubre en Argentina es si habrá o no segunda vuelta. De resto, todo indica que los comicios serán un mero trámite para confirmar la "coronación" de la Primera Dama, Cristina Fernández de Kirchner, como la nueva mandataria de la nación gaucha. Desde que anunció su candidatura el pasado 1? de julio, Cristina, como todo el mundo la llama, ha liderado las encuestas con amplios márgenes frente a sus principales oponentes. En este caso, Elisa Carrió -centro izquierda- y el ex ministro de economía Roberto Lavagna.

El pasado fin de semana, y a solo 15 días de los comicios, 8 sondeos diferentes la ubicaban, cómodamente, en la punta de la carrera con índices entre el 37% y el 47% de aceptación frente a Carrió y Lavagna, que escasamente alcanzan un 15%.

De acuerdo con la Constitución argentina, Cristina necesita obtener más del 45% de los votos para evitar la segunda vuelta; o un 40% siempre y cuando logre superar a su inmediato rival por más de 10 puntos. Ambos escenarios son muy viables a estas alturas y dejan claro que una gran mayoría de argentinos se inclina por la continuidad, es decir, por la idea de mantener el rumbo que le ha impreso al país su esposo, el peronista Néstor Kirchner. Cristina, por supuesto, está recogiendo la cosecha de cuatro años de gobierno durante los cuales su marido sacó al país de una crisis económica sin antecedentes. La crisis aún persiste, pues Argentina le debe hasta la camisa a la banca internacional y a Estados Unidos, pero al menos ha venido acompañada por un crecimiento del 8% anual y de reducciones de los índices de pobreza y desempleo. Además, Cristina capitaliza una tendencia hemisférica que favorece a gobiernos de centro-izquierda, como se ha visto en Brasil, Uruguay, Chile, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Pero sobre todo Cristina le ha sacado punta a su imagen y al idilio histórico de los argentinos con su diva de todos los tiempos, Evita Perón, con la que la suelen equiparar. Aunque a Fernández le gusta la comparación, su perfil se acomoda más al de líderes como la presidenta austral Michelle Bachellet, y al de la posible candidata demócrata a las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Hillary Clinton.

Mientras que Evita siempre vivió bajo la sombra de su esposo Juan Domingo Perón, Cristina se ha hecho a pulso y por mérito propio. Abogada -como Hillary-, se casó con Kirchner tras salir de la universidad y desde entonces han conformado una poderosa dupla política. Primero en la provincia de Santa Cruz, al sur, donde fue electa como diputada mientras que Kirchner se desempeñaba como Gobernador, y luego como senadora nacional, cargo que aún hoy ostenta.

De hecho, era ella quien sonaba como candidata para las elecciones de 2003, pero la pareja optó por someter el nombre de Néstor pues sus credenciales en economía lo hacían más atractivo para el momento que vivía el país.

Frívola y soberbia

Pese a su enorme popularidad, Cristina ha sido objeto de fuertes polémicas. Sus detractores la acusan de ser frívola, soberbia y obsesionada con su figura. Le critican, por ejemplo, que se dice llamar "del pueblo" cuando su patrimonio alcanza casi los dos millones de dólares, tiene gustos estrambóticos, como solo beber agua mineral y de una sola marca, y escoge como prendas solo trajes de reconocidos diseñadores. La semana pasada Carrió, su rival más inmediata, trató de magullar la semejanza con "Evita" al indicar que la Perón era una "reina de verdad y no del Botox", en alusión a rumores de que Cristina se ha inyectado con la sustancia para rejuvenecer su rostro. Para la mayoría de los argentinos, no obstante, son solo patadas de ahogado que no han logrado enlodar la imagen de la exitosa política.

Descontada su permanencia en la Casa Rosada, muchos se preguntan ahora si Argentina, bajo su tutela, persistirá en su alianza con presidente venezolano Hugo Chávez o se moverá más cerca de la órbita de Washington. De acuerdo con la revista Time, la respuesta probablemente está en ambas direcciones. Fernández de Kirchner, a diferencia de su cónyuge, ha reconocido el importante papel que Estados Unidos juega en el planeta y quiere poner algo de distancia frente al populismo venezolano. Es decir, sería una izquierda más cargada hacia el pragmatismo de Lula da Silva en Brasil o Bachellet en Chile. "Lo que la hace un puente entre Estados Unidos y la nueva izquierda latinoamericana, es que es fluida en ambas lenguas políticas. Habla de "disciplina fiscal" y "capitalismo racional", un vocabulario que agrada a Washington, sin olvidar la "justicia social" o la "soberanía popular", términos acordes con Chávez y compañía.", anota la publicación. Y el lazo podría afianzarse cuando George W. Bush abandone la Casa Blanca, con un prospecto de Hillary como la nueva ocupante.

LA DINASTÍA KIRCHNER

Cristina Fernández está a punto de sembrar dos hitos: ser la primera mujer en llegar a la Presidencia por vía popular y continuar con una saga que muchos asemejan a una pequeña dinastía. La pareja niega que su intención es perpetuarse en el poder. De hecho, insiste en que el presidente decidió no optar por la reelección "para poner ejemplo en un país donde muchos han abusado de la bienvenida que se les dio en la Casa Rosada". Pero pocos les creen. La analista argentina Silvia Wagner sugiere que los Kirchner han diseñado un esquema de cacicazgo en el que se alternarán el poder por los próximos 20 años -o hasta que mueran- sin tener que sufrir el desgaste de un segundo periodo consecutivo. Se menciona, por ejemplo, que le decisión de lanzar a Cristina y no buscar la reelección del presidente, se tomó en junio tras la contundente derrota que sufrió el oficialismo en las elecciones para la alcaldía de Buenos Aires, que ganó Mauricio Macri.

A pesar de que la situación económica en Argentina ha mejorado, en Buenos Aires -donde vive más del 50% de la población del país-, ha aumentado la inflación y la delincuencia, dos flajelos que le atribuyen al actual mandatario. Aun así, la estrategia parece estarles funcionando.