Todas las previsiones que tenemos a mano aseguran al partido de gobierno una ventaja indiscutible. Los opositores, escasos y, encima, divididos, se esfuerzan por conseguir darle un mordisco, más o menos grande, a la abundante torta de la mayoría. El Gobierno, por su parte, derrocha, sin medida, los fondos del erario público y moviliza a sus funcionarios, les guste o no, como peones del MAS.

Esquematizando el panorama electoral, las corrientes políticas podrían dividirse en dos: la populista y las que llamaremos cívicas (no confundir con los cívico-autonomistas, aunque a veces coincidan). Me concretaré especialmente en el populismo que, en los últimos años, se ha extendido por varios países de América Latina.

El populismo es esencialmente un fenómeno de masas. Ya en el año de 1930, Ortega y Gasset lo explicaba en su libro titulado La rebelión de las masas que completaba la anterior publicación, La España invertebrada. En ambos libros se anuncia y analiza, con ojos de lince, la llegada e implantación de lo que hoy llamamos populismo y que, según el filósofo español, es fruto de la desvertebración, la que, a su vez, se debía entonces, entre otras causas, al derrumbamiento del imperio colonial. La rebelión contra el “establischment” de aquellas épocas ya no era sólo propia de una elite selecta pensante y defraudada, sino un patrimonio sociopolítico recién conquistado por las grandes masas emergentes.

“Ya no hay protagonistas, sólo hay coro”, exclamaba Ortega. Se refería no sólo a España sino también a Europa. Había nacido el “hombre masa” y con él nacían también los caudillos que iban a guiar las multitudes. Los Mussolini, los Hitler, los Lenin… Los Perón, los Castro, los Chávez se hicieron dueños de la cancha.

Una vez hecha esta introducción un poco petulante, rescato lo escrito por Ortega en lo que se refiere a los perfiles del populismo. La rebelión de masas se produce, muy en particular, a causa de la “desvertebración” de la sociedad. De ahí sale el caudillo que promete vertebrar lo invertebrado. Su principal instrumento es la promesa, incluso de lo que sabe no va a poder cumplir. No importa, las masas que lo escuchan le creen y le siguen. Los procedimientos para hacerse creíble no siempre observan las normas éticas convencionales. Su ética es la conquista del poder y su permanencia en el mismo.

Además, en nuestro caso, el caudillo cuenta con todos los poderes del Estado, cuyas instituciones democráticas ha desvencijado previamente. Ahora se trata de crear nuevas estructuras. Por ejemplo, la República de Bolivia se transforma en Estado Plurinacional. El principio de unidad de la justicia se multiplica en forma de justicia originaria propia de cada “nación”, incluso de cada barrio.

Así las cosas, este país que he calificado de desvertebrado parece querer re-vertebrarse por medio del instrumento propio de la democracia: las elecciones. Las diferencias entre el partido gobernante y los opositores es abismal. Con todo, el camino para la re-vertebración está en las urnas. No hay otro.