Y pongo algunos ejemplos de esas cortinas de humo: nadie se traga las denuncias de amenazas de magnicidio contra el presidente Morales (a quien Dios guarde por muchos años) ni las imaginarias acusaciones con las que se trató de justificarse la expulsión del embajador de los Estados Unidos, Philip Goldberg y de otro de los funcionarios de esa representación diplomática, ni los complots que el Gobierno atribuye a agentes encubiertos de ese país, ni que la CIA hubiese sido responsable de las graves irregularidades cometidas en YPFB, ni el cobarde recurso al asalto a la casa de Víctor Hugo Cárdenas, que es otro de los espectáculos inescrupulosos destinado a desorientar a una parte de la opinión pública fácil de atontolinar… y lo que te rondaré morena.

Salta enseguida el argumento fácil de que, corrupción la hubo siempre y que, si ahora se nota más es porque el Gobierno ha tenido el valor de destapar algunos focos del pudridero. Otros añaden con cínico humor que los corruptos de antes eran más listos porque no se hacían pescar, como los de ahora. No faltan quienes temen que la corrupción es una de las plagas que tipifican a los países dominados por el chavismo venezolano y sus imitadores y que hay que conformarse con tal fatalidad. Pues, amigo lector, ninguna de estas sinrazones puede convencernos.

Si esta vez el Gobierno abrió la veda contra unos pocos sospechosos como autores intelectuales y materiales, y los correspondientes cómplices de graves irregularidades, ha sido porque el operativo de la calle Tejada Sorzano, en donde fue asesinado un empresario tarijeño, fue tan público y notorio, tan poco “profesional”, que puso contra la pared a las autoridades del Gobierno a las que no quedó más remedio que reconocer los hechos inocultables. De no haber actuado como lo ha hecho —y todavía queda mucha tela por cortar y otras cabezas por caer— el escándalo, seguido de la indignación popular, habrían sido todavía más graves.

La gente desearía que el mismo Gobierno, que esta vez ha mostrado un cierto rigor ante el delito, se echara atrás, tratando con paños calientes lo que requiere de una cirugía mayor. Nadie quisiera que Bolivia fuera mencionada como uno de los países “chavistas” en los que la arbitrariedad, el atropello a las instituciones democráticas, el abuso de poder, el culto a la personalidad del jefazo, la intimidación a la prensa independiente, las campañas de descrédito contra ciudadanos patriotas y honorables, el menosprecio a los obispos cuando intentan poner paz, y, como triste corolario de estas deformaciones políticas, la corrupción impune, se adueñaran del país.

Es pues lamentable que el electoralismo en el que se complace el Gobierno le esté llevando al abandono de una gestión política seria y a una administración de la cosa pública eficaz y, por consiguiente, esté conduciendo al desencanto de gran parte de la ciudadanía que confió en el cambio. ¡No ha cambiado nada de la manía electoralista y prebendalista que hundió a otros gobiernos!