Sean las que fueren las conclusiones de ambos encuentros subregionales, hay que reconocer la imperiosa necesidad de que América Latina logre, por fin, encontrar una o varias fórmulas de integración. Y digo “una o varias”, porque la unidad podría ser inmanejable y, en cambio, la variedad podría ser más operativa. O a la inversa: la variedad podría ser la torre de Babel (como lo es ahora Latinoamérica) y la unidad podría ser capaz de armonizar las actuales disonancias. Ahora bien, aun cuando la variedad de opciones —una o varias— sea, en sí misma, una meta deseable, todavía quedan muchas reservas para rezumar optimismo respecto a la integración en la Región. La historia de los fracasos es más larga que la de los éxitos.

Si bien es muy pragmática y hermosa la idea de integrar las distintas riquezas económicas, los variados y abundantes recursos humanos, cultura, las ventajas que otorga hablar la misma lengua, la amplitud y apertura de la voluntad política de los mejores gobernantes, todos estos elementos y otros muchos que se quedaron en el tintero, no han sido suficientes como para aglutinar esos países en conjuntos de armoniosa convivencia en su propia y rica variedad originaria. El ejemplo en que siempre se han mirado los integracionistas es la Unión Europea. Sin embargo, hasta ahora no aparecen los imitadores permanentes. Permanentes, repito, pues hemos visto pasar un buen número de organizaciones, alianzas, alternativas, acuerdos, cumbres y otras denominaciones conjun-tivas que (permítanme la broma) ya padecemos conjun-tivitis.

Existen muchos factores objetivos que dificultan o hacen imposible la integración de algunos países. Entre las mayores dificultades está la diversidad política de los gobiernos. Incluso la polarización política que envenena la Región. ¿Cómo integrar, por ejemplo, Cuba con Chile o Colombia con Venezuela? Si desplegamos el mapa político de América Latina distinguiremos fácilmente los bloques de gobiernos que mandan en la actualidad. El grupo lidera Hugo Chávez, a sotavento de la ideología cubana, y al que siguen Bolivia, Ecuador, Nicaragua, y algunas islitas-Estado del Caribe. Al otro extremo se inscriben, México, Colombia, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, Colombia, Perú, Chile y Honduras. En un tercer grupo de izquierda moderada están Brasil, El Salvador, Uruguay y Paraguay. Este último tiene un Presidente que de vez en cuando hace guiños de complicidad con los “bolivarianos”. Parecidos a los de la Argentina de los Kirchner que se hacen los socialistas del siglo XXI, pero no demasiado. El denominador común de este grupo es su retórica populista y su hostilidad hacia los Estados Unidos. A los países de este último grupo les va peor que a los del primero. Esto hace más difícil que puedan armonizar sus posibilidades de integrarse.

El Libertador Simón Bolívar, aun conociendo las limitaciones, y las virtudes de los pueblos que quiso unir, pudo imaginar que su sueño integrador no estaría tan lejos. Sus herederos sembraron la discordia y recogieron frutos de atraso y pobreza.