Aquellas escenas cinematográficas me han venido a la memoria al ver por la televisión a Hugo Chávez, proclamando su poder absoluto con su habitual y untuosa grandilocuencia, ´en nombre de Dios y de la Revolución´, y hasta pronunciando groserías cuarteleras contra los EEUU. La concentración de todos los poderes del Estado en manos del caudillo megalómano, ahora convertido en dictador socialista, fue aprobada servilmente minutos antes por la absoluta mayoría cautiva chavista de los legisladores.

Para mayor sabor y olor a bolivarismo y socialismo de nivel callejero la atribución de inmensos poderes a Chávez no se produjo en su recinto parlamentario, sino en vía pública, en la plaza Bolívar. Con un poco de imaginación y una moviola hábilmente manejada, podría reproducirse la ridiculización de Chávez, como se hizo con la nefasta figura de Hitler. Sugiero a los talentosos cineastas bolivianos a que se animen a presentarnos tan jocoso espectáculo.

Hasta aquí lo ridículo del caso. Pero vengamos ahora a la gravedad de la pública consagración de un nuevo dictador en virtud de la llamada ´ley habilitante´, modelo de laxitud legislativa. Ahora que Fidel Castro está desahuciado, Chávez le sustituye en la saga de dictadores que en los dos pasados siglos proliferaron en el Caribe. En efecto, Chávez gobernará por decretos-ley sobre todo lo habido y por haber. Desde la transformación del Estado, la defensa nacional y la justicia, hasta la seguridad ciudadana, pasando por ejercicio de la función pública, infraestructura, transporte y servicios económicos y sociales, la nacionalización de las empresas petroleras, etc.: ´el Estado soy yo´.

También Napoleón se coronó emperador tomando por sí mismo la corona y colocándosela sobre su cabeza de nuevo soberano. Con esto rompió la tradición de los países católicos de Europa según la cual, el Papa era quien coronaba a reyes y emperadores, siguiendo la costumbre secular del imperio romano-germánico. El gran retratista de Bonaparte, Luis David, inmortalizó aquella solemne ceremonia en un inmenso óleo, lleno de personajes de la época, que se exhibe en el museo del Louvre.

Para llegar al punto en donde Hugo Chávez se ha colocado, hay que recordar previamente que, en los seis años de presidencia, ha reventado todos los poderes de un Estado democrático. El legislativo, hincado y sumiso ante el amo; el Judicial, domado a latigazos del domador; el Ejecutivo bajo el férreo puño del dictador. A este extremo llegó Venezuela, no sólo por la férrea decisión del megalómano totalitario, sino también por el retraimiento de una oposición acostumbrada a la abundancia fácil que le proporcionaba el negocio petrolero, y a la molicie de la inercia social y política. Sería nefasto que el mal ejemplo cundiera en la región. No faltan quienes están empezando a imitarlo.