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22/01/2007 | Demagogos, populistas y otros falsarios

José Gramunt de Moragas, S.J.

La mentira es una de las armas más viles y cobardes que pervierten la relación humana. Los políticos, dirigentes sindicales y de otros movimientos de grupos humanos utilizan la mentira como instrumento de manipulación de las voluntades y conductas de quienes les siguen.

 

La mentira es una vileza que falsea y ensucia la confiable transparencia de la verdad. Es cobarde porque aprovecha la ignorancia o la buena fe de quien la oye y la cree, y le hace caer en el error. Lo estamos comprobando en estos tiempos de incertidumbre y confrontación.

Hay mentiras de todo calibre. En un exceso de permisividad, me atrevería a decir que las mentiras más inocuas son las promesas preelectorales. Y no es que las justifique por sí mismas, sino porque, los políticos han abusado tanto de ellas que ya la gente desconfía o simplemente no las cree. Aunque no falten los ignorantes o los novatos que caigan en la trampa. Este último efecto de la mentira está a la orden del día: mucha gente que entregó su confianza a quienes prometían salvar el país, y que hoy —nunca es tarde — reniegan de su apoyo equivocado. En este capítulo de falsarios entran como eximios ejemplares los demagogos que ahora, para dorar la píldora, les llaman populistas. Ambos, mentirosos por igual, que ni se ruborizan cuando mienten. Aunque más temprano que tarde reciben el castigo del embustero redomado: que cuando dicen la verdad, si es que alguna vez la dicen, nadie les cree. ´Que no hay diestra mentira // que no se venga a saber´ (Lope de Vega) Uno de los sarcasmos es que ellos mismos creen que son creídos.

La perversidad de la mentira se agrava cuando atenta contra la honorabilidad de las personas o instituciones. Cuando se calumnia o se difama. Cuando se atribuye culpa al inocente, o cuando se exculpa al delincuente, a sabiendas de su maldad. Cuando se tergiversa intencionalmente lo que otro ha dicho o escrito. En este mundo de falsedades, hay políticos extremadamente diestros en darle la vuelta a la tortilla, presentando como honroso lo que en realidad es vergonzoso, haciendo del vicio virtud, circulando la falsa moneda del rumor y escondiendo la mano que lanzó la maléfica basura. Hay quienes niegan con descaro lo que en realidad hicieron u omitieron. Basta con ejercitar con hipócrita soltura el trabalenguas de ´donde dije ‘digo’, no dije ‘digo’ sino que dije ‘Diego’´. Hay quienes, a fuerza de mentir, llegan a creer que triunfarán sus propias mentiras. Ésta es una de las mañas de los políticos de mala entraña cuando propalan sin descanso sus falsedades: repetir el engaño con tanta insistencia que los destinatarios del mensaje lleguen a creer que es verdad. Otro de las trucos del mentiroso son las medias verdades. En efecto, magnificando una parte de los hechos y silenciando la otra, se fabrican monstruosidades.

Es conocida la sentencia del Presidente norteamericano, Abraham Lincoln cuando dijo: ´Podrás engañar a todos durante algún tiempo, engañar a alguien siempre; pero no podrás engañar siempre a todos´. Cuando la mentira se hace habitual en un determinado ambiente, nadie se fía de nadie, unos desconfían de otros y no es raro que, al final de la comedia se produzca la traición.

La Razón (Bo) (Bolivia)

 



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