Repetía: “¡Una y otra vez, maldito, maldito el imperio …! “El imperio” es su permanente obsesión y también es quien le permite regalar dólares a sus amiguetes, gracias al petróleo pesado que sólo el país del norte está dispuesto a comprarle.

¿Qué le molestaba tanto al teniente coronel de paracaidistas? Ya lo apunté más arriba: eran vísperas de la firma del convenio entre Colombia y los Estados Unidos sobre las bases militares. Todos sabemos que la presencia de soldados norteamericanos en América Latina es un viejo problema muy sensible. Colombia, por su parte, reconoce que no ha sabido o no ha podido vencer a la narcoguerrilla. El Gobierno de Bogotá también señala que algunos países vecinos –Ecuador— alojó a narcoguerrilleros que fueron capturados con armas y bagajes, entre estos últimos, unas computadoras que encerraban en sus memorias informaciones muy comprometedoras para ciertos caudillos bolivarianos. También Colombia ha denunciado varias veces la presencia tolerada de narcosubversivos en Venezuela. Por eso, por haber sido puesto de nuevo en evidencia, el presidente Hugo Chávez gritaba desaforado y rabioso. Y maldecía. La maldición siempre esconde una amenaza.

Veamos. Nadie ignora que varios países de América Latina han ingresado a una carrera armamentista. Colombia puede inscribirse en la lista y Venezuela con mayor motivo. Sólo que el proyecto militar colombiano tiene el objetivo muy preciso de prevenir y combatir la narcoguerrilla. El convenio bilateral suscrito tiene que ser aprobado por los Congresos de ambos países. Esto es una garantía de que se manejará con responsabilidad continental. El Gobierno colombiano asegura que la operación tiene una finalidad disuasiva. ¡Magnífico! Pero habría que saber dónde termina la disuasión (que se supone es una estrategia armada vigilante) y donde empieza la defensa armada activa, o, como tantas veces se ha repetido: el ataque es la mejor defensa. Que hablen los estrategas….

En cambio, Venezuela no tiene otro proyecto que no sea el de inflar el ego de un teniente coronel con ínfulas imperiales, y darle nuevos impulsos para extender su hegemonía autoritaria en la región. Estirando un poco más el razonamiento, cualquiera podría pensar que Chávez, habiéndose formado para hacer la guerra y no habiendo tenido la “suerte” de participar en ninguna, estaría aguardando la ocasión para provocar una y, luego de las batallas sangrientas, hacerse pintar un retrato galopando sobre un brioso corcel blanco, como David pintó a Napoleón atravesando los Alpes. Esta vez sería Chávez cruzando los Andes.

Pero, ¡atención!: No faltan casos en la historia aún reciente del siglo pasado, en los que un incidente fronterizo aparentemente poco significativo encendió hogueras infernales. Teniendo en cuenta el temperamento visceral de algunos caudillos y su reciente pasión armamentista, hay que rogar a Dios para que nos libre de maniáticos guerreros.