Y también, por su cordial antipatía a los Estados Unidos. A lo que debe añadirse el hecho de que el presidente de la República Islámica de Irán, Mahamoud Ahmadinejad, es un mandatario religiosa- mente fundamentalista, políticamente populista y sospechoso de apoyar al terrorismo, que se ha propuesto tejer y dirigir una red de intereses musulmanes en el Medio Oriente contra Occidente. Igual que Hugo Chávez sueña con instituirse el nuevo Bolívar libertador de Latinoamérica. Y el Gobierno de La Paz es el más solícito en aplaudir, apoyar y someterse a este designio.

El Presidente iraní no oculta su intención de constituirse en una potencia nuclear, con lo cual, pone en peligro la seguridad de Israel (íntimo protegido por los Estados Unidos). De hecho, Irán ha procurado armamento a la guerrilla libanesa Hezbolá que hostiga permanentemente a Israel. Los más asustadizos temen que podría atacar también a países de Occidente si así le conviene, con la bomba atómica que está fabricando, aunque Mohamoud afirmó que sus proyectos atómicos son pacíficos. Es pues de suponer el desagrado con el que Washington ha recibido la noticia de oficialización de las simpatías del Gobierno de La Paz para con Irán, supuesto —además— que no se justifica ni por la existencia de intercambio comercial ni de otra índole. Sin embargo, el Gobierno boliviano se ilusiona con cuantiosas inversiones de aquel país asiático y con la instalación de plantas petroquímicas en nuestro país.

O tal vez sí que existan comunes intereses como son ampliar una red de países que pierdan su tiempo en hacerle cosquillas a los EEUU, al mismo tiempo que seguir adulando a Hugo Chávez, por cuyos servicios Evo Morales cobra los petrocheques que luego reparte, munificente, a diestro y siniestro. Que es lo que ha estado practicando la semana precedente a las fiestas departamentales de Santa Cruz para ganarse popularidad en algunos pueblos del entorno de la capital oriental. Por si no estuviera suficiente clara la personalidad del Presidente iraní, en días pasados el rector de la prestigiosa y a veces tolerante universidad de Columbia (Nueva York) prologó la conferencia que dio el iraní con la lisonja de que el ilustre expositor tenía “todas las características de un mezquino y cruel dictador” y criticó las afirmaciones de Ahmadineyad en sentido de que no existió el “Holocausto” contra el pueblo judío. Así las cosas, el Gobierno boliviano, para escapar de la influencia de los Estados Unidos, se entrega gustoso a dictadores, sean caribeños, o meso-orientales. Amistades peligrosas que no sirven para rectificar la paticoja gobernabilidad de Bolivia ni el “empate catastrófico” que inventó el vicepresidente García Linera. Uno se pregunta: ¿No será ésta, otra maniobra del Gobierno para distraer al público de su ineficaz política económica?

*José Gramunt
es sacerdote jesuita y director de ANF.