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01/07/2010 | Tendencia peligrosa

Daniel Morcate

Cuando recientemente la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, se disponía a asistir a una reunión de la OEA en Perú, uno de sus subalternos hizo una declaración sorprendente: descartó que en América Latina exista una carrera armamentista.

 

Arturo Valenzuela, secretario de Estado Adjunto para el Hemisferio Occidental, sostuvo: ``Si vemos los datos, en la mayoría de los países hemos visto que han bajado en forma importante los gastos militares y han subido en asuntos sociales''. Los datos que maneja el subsecretario Valenzuela tal vez representen un alivio para el gobierno del presidente Barack Obama. Pero otros datos que se manejan sobre la región ya no son tan reconfortantes. Apuntan, de hecho, si no hacia una desenfrenada carrera, por lo menos hacia una tendencia armamentista que debería inquietar a los gobiernos democráticos y especialmente a los pueblos latinoamericanos que sufren las consecuencias.

El Instituto de Investigación para la Paz de Estocolmo, importante autoridad en el estudio del armamentismo, revela que los presupuestos militares de los países de Sur y Centroamérica aumentaron de $29,100 millones en el 2003 a $39,600 millones en el 2008, aumento que equivale a un 36 por ciento. La inversión global latinoamericana en armas saltó de 2.87 por ciento a 3.23 por ciento. Y mientras los gastos armamentistas subieron 49 por ciento a nivel mundial, en las Américas subieron 79 por ciento desde el 2000. Ecuador se llevó la palma en este dudoso renglón. Entre el 2000 y el 2009, su presupuesto para las armas creció 240 por ciento, siempre de acuerdo a los datos del instituto sueco.

El derroche de dinero en armas se produce a pesar de que sólo un país latinoamericano, Colombia, vive una situación permanente de conflicto armado interno. Dos vecinos de Colombia, Ecuador y Venezuela, suelen justificar sus grandes compras de armas citando los desbordes de la lucha colombiana hacia su territorio. Fue lo que sucedió cuando soldados colombianos bombardearon un campamento guerrillero de las FARC en Ecuador. Pero lo cierto es que esa acción no se habría producido si Ecuador no hubiera sido demasiado tolerante con la narcoguerrilla colombiana y si algunos funcionarios del gobierno del presidente Rafael Correa no hubieran estado colaborando desvergonzadamente con ella.

Carrera o tendencia, el aumento extraordinario de las inversiones en armas y tecnología militar típicamente desvía valiosos recursos estatales que deberían utilizarse para aliviar la pobreza, reducir las desigualdades sociales y mejorar las perspectivas educativas y económicas de millones de latinoamericanos. En la reunión de la OEA en Lima, el presidente peruano, Alan García, advirtió que, al aceptar ``la hipótesis de la guerra'', los países latinoamericanos están enriqueciendo a los fabricantes de armas a expensas de los programas sociales. El armamentismo también revive el poder potencialmente peligroso de los militares en una región que hasta hace poco padeció numerosas dictaduras castrenses y que aún padece la más larga en la historia moderna: la de los hermanos Castro en Cuba. Estimula, además, el nacionalismo pedestre y la patriotería, aumentando las posibilidades de choques armados entre países con resentimientos históricos o con diferencias políticas recientes, como sucede entre Colombia y sus ya citados vecinos de Ecuador y Venezuela.

Por último, el armamentismo es un importante recurso de los caudillos latinoamericanos para intimidar a sus propios pueblos, especialmente a los sectores de la oposición. Los aumentos sustanciales en el presupuesto militar tienden a expandir a los sectores militares y policíacos en detrimento de la sociedad civil, facilitándoles de este modo a los caudillos la intimidación y el control de la población inerme.

Los Castro son los grandes maestros del género, habiendo infligido al pueblo cubano durante décadas ostentosos desfiles y otros actos de exhibicionismo militar aun en tiempos de severas privaciones materiales. Puede que el gobierno del presidente Obama no dé demasiada importancia a estas posibles consecuencias de la carrera hacia las armas en nuestro hemisferio. Pero los riesgos son reales e ignorarlos o subestimarlos es una grave temeridad.

Miami Herald (Estados Unidos)

 


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