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01/03/2012 | El infierno sirio

Daniel Morcate

La muerte diaria de rebeldes y civiles sirios se ha convertido en un espectáculo puntual y previsible que degrada la condición humana. Sin excepción y en todas partes. El dictador Bachar al-Asad y sus esbirros, desde luego, tienen la responsabilidad esencial por haber convertido a Siria en un infierno mortal.

 

Pero no muy lejos en la fila de responsables le siguen los regímenes cómplices de su sangrienta tiranía, especialmente sus grandes aliados y valedores que son Irán, Rusia y China, los cuales le brindan un decisivo apoyo militar, político y diplomático. Luego Cuba y Venezuela, cuyo caudillo es sospechoso de suministrarle el petróleo que utiliza para llevar a cabo la campaña sistemática de genocidio en Homs y otros pueblos insurrectos. Ese férreo entramado de tiranías, sumado al relativo poderío militar sirio, en parte explican la morosidad e impotencia con que las democracias occidentales han respondido a la brutalidad diaria que presenciamos gracias a los valientes sirios y periodistas extranjeros que arriesgan sus vidas –y a menudo las sacrifican– para que todos podamos entender la verdadera dimensión de la tragedia.


Ante la crueldad de sus crímenes de lesa humanidad, Asad se ha hecho sobradamente acreedor de una intervención humanitaria para detener la masacre de civiles indefensos. Más de 7,500 han muerto ya, entre hombres, mujeres y niños. Muchos detenidos son torturados, según denuncian organizaciones internacionales de derechos humanos. Los expertos militares coinciden, sin embargo, en que las fuerzas armadas que maneja el tirano son más numerosas –sobrepasan los 200,000– y están mejor equipadas que las que tenía Moamar Gadafi. También cuentan con el apoyo logístico de Moscú, que mantiene una base estratégica en Siria. Y la oposición rebelde se halla mucho más fragmentada y desorganizada que la que se rebeló contra Gadafi. De ahí que la prudencia dicte que la justificada intervención democrática en Siria sea más sutil, cautelosa e inteligente de lo que fue en Libia, aunque también más audaz, abarcadora y rápida de lo que ha sido hasta ahora.

Un buen comienzo son las severas sanciones económicas que estrenó la Unión Europea esta semana. Estas incluyen la congelación de bienes del banco central y de siete ministros sirios, bienes que en definitiva son el resultado del expolio de los recursos del pueblo por parte de la dictadura; y la veda al comercio de metales preciosos. A esas sanciones deberían sumarse de inmediato la extensión de un embargo petrolero ya decretado – que, como dije antes, burla el régimen de Hugo Chávez– y la prohibición de que Asad, su familia y sus secuaces viajen a Europa y a Estados Unidos, donde tradicionalmente han invertido y realizado la mayoría de sus transacciones financieras.


La lenta acción de la comunidad democrática occidental ha dejado campo abierto a la dudosa intervención en Siria de regímenes árabes que no son precisamente mejores que el de Asad, como el de Arabia Saudita, o que tienen una oscura agenda política, como el de Qatar. Ambos están ayudando a financiar, entrenar y armar a la oposición siria. Es una tarea que discretamente deberían asumir Estados Unidos y sus aliados europeos tan pronto los opositores sirios puedan presentar un frente unido y un liderazgo sin vínculos con grupos extremistas como Al Qaida. De lo contrario, se corre el riesgo de que Arabia Saudita e Irán, dos viejos enemigos, libren una indirecta guerra de desgaste en la que Siria pondría los muertos, los heridos y los desplazados, sin la más mínima perspectiva de erigir una democracia.

Pero la prioridad de Occidente debería ser buscar la fórmula más efectiva para detener cuanto antes la masacre de civiles en Homs y otras localidades. Y luego llevar la ayuda humanitaria necesaria, a través de organizaciones no beligerantes como la Cruz Roja Internacional, para salvar las vidas de centenares de heridos y alimentar a decenas de miles de residentes que han quedado aislados por el asedio implacable de las tropas de Asad. Esta labor caritativa inevitablemente requerirá algún tipo de cooperación de Rusia y China, aunque para lograrlo sea necesario avergonzar todos los días a sus líderes por su descarada complicidad con los criminales. Incluso para un mundo acostumbrado a la crueldad y a la barbarie, el pueblo sirio ha puesto ya demasiados muertos inocentes.


www.twitter.com/dmorca

Miami Herald (Estados Unidos)

 


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