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10/01/2013 | EEUU - El nuevo Obama

Daniel Morcate

Para el año que comienza se nos anuncia un Obama nuevo o renovado que, desde luego, está por verse. Sería un gobernante que se movería en el tradicional espectro de liderazgo norteamericano de presidente facilitador a presidente ejecutor.

 

Algo así, con importantes matices, hace falta para adelantar la agenda nacional, la de la gente de a pie. Pero el salto entraña riesgos y enfrenta obstáculos, como descubrieron penosamente otros mandatarios recientes que intentaron darlo, como el George W. Bush del primer período que en vano pretendió convertirse en “conservador compasivo”. Los presidentes ejecutores o hacedores son cosa del pasado en Estados Unidos. Y revivir el modelo, que ejemplifican Franklin D. Roosevelt, Lyndon Johnson y Ronald Reagan, es probablemente una quimera que hoy puede desgastar no solo al ejecutivo mismo sino a todo su partido. Obama y sus asesores creen que el momento es óptimo para intentarlo.

 
El presidente facilitador es un líder más bien pasivo que se conforma con mediar en las eternas disputas bizantinas del Congreso y que vive obsesionado con la búsqueda de un elusivo consenso bipartidista. Sus decisiones audaces son escasas y se reducen al ámbito de la política internacional. Su horizonte es la reelección propia o la del futuro candidato presidencial de su partido. Gerald Ford, Jimmy Carter y los dos Bush fueron gobernantes facilitadores. El presidente ejecutor típicamente surge en momentos de honda crisis nacional, por lo general económica, y busca dejar su huella mediante reformas profundas que no solo saquen al país de la crisis momentánea sino que además lo haga más estable, igualitario y justo.


Obama quiere transformarse en presidente ejecutor para consolidar su histórica reforma sanitaria, promulgar la migratoria, nombrar a intérpretes de su visión a puestos clave –incluida la Corte Suprema, llegado el caso– y extraer al país del marasmo económico sin agravar el déficit ni la deuda del gobierno. Para llevar a cabo este ambicioso programa, el presidente tendría que superar constantemente la desventaja numérica de su partido en la Cámara baja mediante golpes de astucia y torceduras de brazos. La oposición republicana le ofrecerá una resistencia tenaz. Y lo acusará de prepotencia, como acaba de hacer el senador de Carolina del Sur, Lindsay Graham, quien el domingo dijo que Obama pretende ser un “in your face president” durante el segundo periodo.


Los republicanos no serán los únicos que conspirarán contra el nuevo Obama. También lo hará el propio temperamento flemático y cordial del presidente. Durante su primer mandato, Obama demostró tener un temple académico nada proclive a la confrontación pública, a las decisiones unilaterales o a los ataques fuertes contra los congresistas que sistemáticamente torpedean sus propuestas. Nada hace presumir que eso cambiará. Por el contrario, el presidente ya perdió fácilmente la batalla por la nominación de su favorita para la Secretaría de Estado, Susan Rice. Y acató una imposición para el cargo de los senadores republicanos: Jim Kerry. Su escogido para la cartera de Defensa, el ex senador republicano Chuck Hagel, podría correr la misma suerte que Rice si enfrenta la resistencia que ya anunciaron legisladores y cabilderos pro israelíes.


Uno a uno, Obama llevará sus argumentos y causas y los de su Partido Demócrata al pueblo como hizo durante la batalla “victoriosa” para evitar el precipicio fiscal, dice la Casa Blanca. Se multiplicarían los discursos presidenciales y las entrevistas con los medios. Los mensajes sabatinos por radio serían más vibrantes. Un riesgo, por supuesto, es que el presidente se deslice poco a poco hacia la demagogia. Otro es que se deje zarandear por extremistas del partido y ciertos radicales que reclaman a viva voz un Obama solidario con sus agendas particulares y excluyentes. Un riesgo adicional es que desaparezca cualquier vestigio del ya precario bipartidismo. El liderazgo presidencial de la nación más influyente del mundo es una escabrosa senda llena de peligros y obstáculos que aparecen y reaparecen sin cesar. El viejo modelo del presidente ejecutor se extravió hace tiempo en ese laberinto. Si Obama lograse revivirlo protagonizaría otra hazaña histórica, especialmente si usa su reconquistado poder para promover causas nobles y progresistas. Pero lo razonable sería contemplar el empeño con sano escepticismo. Y sin aguantar la respiración.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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