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20/02/2014 | Venezuela - La democracia como ficción

Daniel Morcate

La patética ficción de la democracia ha desatado la crisis de orden y gobernabilidad que atraviesa Venezuela. Es una ficción en la que participaron desde el régimen chavista que la organizó con esmero a través de los años, con el oportunista asesoramiento de cubanos castristas –esos demócratas ejemplares– hasta amplios sectores de la oposición que de ese modo delataban su impotencia ante el creciente control totalitario de su país.

 

A ella también han contribuido famosos think thanks, como el candoroso Centro Carter de Atlanta, y varios europeos; y las democracias latinoamericanas que, como de costumbre, no han tenido los bemoles de apoyar a los demócratas y minorías apabulladas de Venezuela por temor a la histeria revolucionaria de los bolivarianos, su capacidad evidente de subversión y, en ciertos casos, debido a su propia avidez de petróleo subvencionado.

Mientras se acataba la ficción de que Venezuela vivía en democracia, Hugo Chávez primero y luego su sucesor a dedo, Nicolás Maduro, desmantelaban sistemáticamente las estructuras de la sociedad civil que millones de venezolanos habían erigido. Establecieron una férrea censura sobre los medios. Atacaron sin piedad, verbal y físicamente, a líderes de la oposición. Procesaron a algunos en juicios kafkianos. Con cinismo se robaron elección tras elección, creando un sistema electoral sesgado que, sin embargo, los creyentes en la ficción se empeñaron en llamar democrático. Para imponer su nueva ley de la selva, formaron y alentaron grupos paramilitares que intimidan, golpean y asesinan a su antojo con impunidad total, obligando a muchos venezolanos a vivir como ostras o a refugiarse en el extranjero. Hoy esos matones a sueldo se hallan al centro de la profunda crisis política venezolana.

El vil asesinato de la actriz venezolana Mónica Spear y su esposo fue el aparente detonante. Miles de estudiantes se lanzaron a las calles la semana pasada a exigir, pacíficamente, el fin de la inseguridad que atribuyen a la ineptitud del régimen y a sus tácticas paramilitaristas diseñadas como mecanismos de control. Pronto a esa reivindicación se agregaron otras: remedios para la escasez de productos básicos en el país más rico y peor administrado de América Latina; control sobre el mercado negro y la inflación galopante generados por la inopia del régimen; el fin de los apagones a la cubana y de la descarada injerencia castrista sin la cual el régimen jamás se sostendría; y modificaciones a las abusivas políticas chavistas que a lo largo de década y media han satanizado a la oposición, asfixiado la disidencia y convertido a Venezuela en un retrógrado modelo orwelliano.

Simboliza el nuevo clima de protesta popular el joven líder opositor, Leopoldo López. Evidentemente hastiado de la destrucción sistemática de la sociedad venezolana, y consciente de la probada inefectividad de seguir jugando a la ficción democrática, López trazó una estrategia de reclamo pacífico de las calles a la que el régimen –asesorado por represores cubanos– había preparado de antemano su habitual respuesta violenta. De ahí la inmediata y brutal contraofensiva en que agentes chavistas vestidos de civiles o paramilitares arremetieron sin piedad contra jóvenes inermes o armados con piedras y palos. No en vano la mayoría de las víctimas son opositores, aunque la propaganda oficial afirme lo contrario. Es la falsa razón de estado que invocan los facinerosos cuando usan el poder ilegalmente para reprimir la disidencia. En una democracia auténtica, el estado no emplea la fuerza para defenderse a sí mismo con el fin de garantizar la ley. Más bien garantiza la ley para preservar el orden democrático.

Se dice que las protestas callejeras han dividido al liderazgo opositor venezolano. El ex candidato presidencial, Henrique Capriles, discrepó de la convocatoria a las protestas callejeras aunque también censuró la violenta respuesta oficial. Hay, sin embargo, otra forma de interpretar estas diferencias: ahora los demócratas venezolanos cuentan con dos modelos distintos de oponerse a la ficción de democracia que cultiva el régimen chavista y que con pusilanimidad acatan tantos venezolanos y extranjeros. Capriles apuesta por mover los corazones de sus compatriotas. Pero su estrategia hace agua por inoperante. La que ha renovado López entraña graves riesgos y resultados inciertos. Mas no cabe duda que ha hecho tambalear al régimen y con él la perniciosa ficción de la democracia chavista.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 



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