La consecuencia está a la vista. El Sueño Americano está en peligro. Es fácil ver por qué. Se ha formado una tormenta económica casi perfecta, la más perfecta desde el inicio de la era industrial. Es planetaria. No hay donde guarecerse.

La adopción del euro quitó flexibilidad monetaria a los países que lo adoptaron. Los gobiernos que aceptaron el euro no pueden aplicar remedios monetarios a sus economías porque no controlan la moneda. En Grecia una devaluación del dracma pudiese haber ayudado, pero Grecia ya no tiene el dracma. La crisis europea lleva nombre propio y se llama euro. Con el euro los males de las economías débiles amenazan la estabilidad de todos, mientras que la presión del euro sostenido por economías fuertes inmoviliza las más débiles.

La crisis americana es más profunda. Aquí el componente monetario de la crisis no es causa sino consecuencia. La crisis estadounidense, más perversa y compleja que la europea, tiene origen conceptual. El apego a un corolario del mercado libre, la globalización, ha descarrilado la economía americana. El americano, tan hábil conduciendo la industria americana, no encuentra manera de controlar ni la producción globalizada ni su consumo interno en Estados Unidos. La producción, unas veces china, otras filipina, algunas veces hindú, se da en casi cualquier sitio menos en Estados Unidos.

La globalización está resultando ser para el capitalismo lo que el internacionalismo es al comunismo. Son conceptos tan enormes que cualquier traspiés con ellos a cuestas lleva a caídas muy fuertes.

El concepto de mercado libre hizo que Washington se entregara a la globalización sin imponer control alguno. Ahora no sabe qué hacer. La globalización es inevitable y buena a largo plazo porque homogenizará las economías del mundo. Sería beneficiosa a corto plazo si se efectuara alzando las economías de abajo sin perjuicio a las de arriba. Se ha hecho al revés. El poder industrial de las economías fuertes ha sido trasladado a lugares de economía débil, donde la mano de obra es mucho más barata. Hay tres factores principales en esta tormenta. Uno es la ausencia de protección y control en Estados Unidos, una ausencia conceptual de la democracia capitalista. Otro factor está en el proteccionismo y control totalitarios de las economías neo-comunistas ejemplificadas por China. El tercer factor está en la explotación de la miseria en lugares de capitalismo feudal, donde un sector reducido vive magníficamente mientras el resto lucha para sobrevivir. Estados Unidos permite todo esto por el principio de no intervención del estado en el capitalismo democrático. Washington necesita voltear la vista adentro y proteger lo que queda antes de acabar en un mar de miseria que ahogue la sociedad americana tal y como se conoce hoy.

Estamos ante una tormenta casi perfecta. Tres factores adicionales la refuerzan. El primero está en la ortodoxia política de la derecha, atada a principios libertarios muy admirables pero cuya aplicación obstruye el saneamiento de la economía. La industria y el comercio necesitan protección y la economía y el sistema financiero necesitan control efectivo que los libre de excesos. Son necesarios por el bien de Estados Unidos y el mundo entero.

La deuda americana, el segundo factor adicional, es de tal tamaño que cualquier alteración en su servicio afectará a todo el mundo. Para el 2015 se necesitará la totalidad de lo recaudado en impuestos al ingreso personal para satisfacer el interés, solamente el interés, de la deuda federal. El dólar seguirá devaluándose para disminuir el peso de la deuda. La inflación llegará a niveles que harán peligrar la continua existencia de la clase media. O se da esa mezcla de inflación con devaluación o Estados Unidos entra en mora, en cuyo caso el sistema mundial termina en un conflicto impredecible.

Por último, el tercer factor adicional en esta tormenta se encuentra en el Islam. El Islam, con razón o sin ella, se siente y ve intervenido por Occidente. Su reacción destroza y seguirá causando destrozos en Occidente. Es indispensable un arreglo que satisfaga a todos, judíos y musulmanes, a pueblos y gobiernos del Medio Oriente, y también a los países exportadores e importadores de petróleo. Hoy no se puede evitar ver que estamos ante una tormenta quizás perfecta. Se requerirá mucho aguante y gran lucidez para salir de ella. Los partidos del poder en Estados Unidos y los líderes en el gobierno necesitan, para empezar, colocar al país por encima de sus principios, prejuicios y temores. Es hora de terminar con el juego de quién cede a quién en la conducción del estado.