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05/03/2010 | El socialismo moderno, desigualdad y pobreza

Manuel Hinds

En artículos anteriores he hablado de la gran diferencia que hay entre establecer como objetivo nacional la eliminación de la disparidad de ingresos y la de establecerlo como la eliminación de la pobreza.

 

Hay gente que cree que aunque conceptualmente hay una clara diferencia, en la realidad es lo mismo y que atacar el primero y defender el segundo es hilar demasiado fino porque en la práctica los dos tienden a producir el mismo efecto. Tomar esta posición es ignorar las lecciones más importantes del siglo XX en términos de desarrollo social. Es ignorar las lecciones que los tres fundadores del socialismo moderno —Felipe González de España, Tony Blair del Reino Unido y Deng-Xiaoping de China— enseñaron al mundo cuando transformaron el concepto de política social de una que generaba miseria en una que buscaba eliminar la pobreza.

La innovación de estos políticos de izquierda ha sido fundamental. Desde la época de Marx, el socialismo clásico (que en su época era el nombre de lo que ahora se llama comunismo) establecía como objetivo el lograr la igualdad de la riqueza y los ingresos. La única manera de lograr esto es que nadie tenga nada, lo que se logra con que el estado se vuelva el dueño de todos los medios de producción —es decir, de todo el capital.

La Unión Soviética, China, Vietnam, Cuba, y todos los países comunistas adoptaron este objetivo. El caso más dramático para ilustrar el costo de adoptar este objetivo y los beneficios de cambiarlo por el de reducir la pobreza lo da China. Durante la época de Mao, el ideal de la igualdad se buscó tan intensamente que hasta se uniformizó la ropa, con el mismo traje usado por todos los chinos, hombres, mujeres y niños. China no logró la igualdad total. A fines de los años setenta, el índice de desigualdad económica de China era 0,16 en el Índice Gini, en el que cero es la igualdad absoluta y uno es la desigualdad absoluta (una persona tiene todo y los demás nada). Pero llegar a un índice tan bajo (los países desarrollados, que son los más igualitarios, están entre 0,3 y 0,4) fue un logro para el gobierno comunista.

Pero el efecto de este logro fue devastador para el país. Como se en la gráfica 2, difícilmente se puede ser más pobre que lo que era China en 1981, después de 30 años de buscar reducir la desigualdad con su régimen comunista. En 1981, el 97,8 por ciento de la población ganaba menos de 2 dólares diarios y el 84 por ciento menos de 1,25 dólares diarios —ambos niveles muy altos de pobreza.

Fue en esos años que Deng-Xiaoping lideró a un grupo de reformadores en el Partido Comunista para cambiar el objetivo de la política económica y social de China de buscar la igualdad a buscar la riqueza —es decir, la eliminación de la pobreza. Sus frases sencillas cambiaron la sicología de China: “La pobreza no es socialismo. Ser rico es glorioso”; “Que alguna gente se vuelva rica primero” (para liderar el crecimiento económico); “Cuando nuestros miles de estudiantes chinos que están estudiando afuera regresen a China ustedes verán cómo China se transformará”.

Siguiendo una de sus frases —“Hay que buscar la verdad en los hechos”— uno puede ver en las dos gráficas lo que pasó con el cambio de objetivos. Primero, la gráfica 1 muestra cómo el crecimiento de la economía se incrementó muy rápidamente. El estancamiento económico del comunismo había sido terrible. En 1961, el PIB por persona era de 552 dólares, idéntico al de 1913, 48 años antes. Este estancamiento en la miseria era el costo de tener como objetivo la igualdad de ingresos. Segundo, note en la gráfica 2 que la desigualdad de Gini aumentó sustancialmente, de 0,16 a 0,45 (para tener un orden de magnitudes, note que el indicador de El Salvador es 0,49). Tercero, mientras la desigualdad crecía, la pobreza disminuía. Para el 2005 el porcentaje de la población con ingresos menores a 2 dólares diarios había caído de 98,7 a 36 por ciento y con ingresos menores a 1,25 dólares diarios de 85,4 a 15,9. Esto es el socialismo moderno, positivo. Su objetivo, por supuesto, no es aumentar la desigualdad, pero tampoco disminuirla —es reducir la pobreza y aumentar la riqueza.

Deng-Xiaoping no fue el único líder socialista que se dio cuenta de que el socialismo de antaño, enfocado en reducir la desigualdad de ingresos sólo llevaba a la miseria. Felipe González en España y Tony Blair en Inglaterra abrieron el camino para el socialismo moderno, enfocándose en la creación de riqueza en la economía y en la inversión en capital humano en lo social. Creer que da lo mismo buscar la disminución de la desigualdad y la reducción de la pobreza es no entender el papel fundamental que esos líderes mundiales jugaron en la modernización del socialismo. Es no entender la esencia del problema que ellos entendieron y resolvieron con tanta claridad.

Lo que se llama el milagro de China no es un milagro. Es el resultado de botar a la basura el objetivo que el país había perseguido por décadas de comunismo —eliminar la desigualdad de los ingresos— por uno mucho más racional —reducir la pobreza y enriquecer al país.

Que no vaya la derecha a cometer el error de adoptar un objetivo que no es racional y que los grandes líderes de la social democracia ya demostraron que sólo llevaba a la miseria.

 

Manuel Hinds ex Ministro de Finanzas de El Salvador y autor de Playing Monopoly with the Devil: Dollarization and Domestic Currencies in Developing Countries (Council on Foreign Relations, 2006).

 

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 3 de febrero de 2010.

El Cato (Estados Unidos)

 


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