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02/09/2010 | Bahrein, la revuelta chií y el eco de la Revolución Verde

Rosa Meneses

El minúsculo emirato de Bahrein vive desde hace dos semanas una ola de disturbios casi diaria. Las protestas se han multiplicado desde que el Gobierno detuviera a militantes de la oposición pertenecientes a la comunidad chií.

 

Los incidentes cobran mayor importancia a medida que se acercan las elecciones parlamentarias y municipales previstas para el 23 octubre. Se proyecta, como siempre, una victoria de la minoría suní. Pero esta vez, las probabilidades de que se repita un escenario a lo iraní, en el que los chiíes salgan a la calle para reclamar sus votos, son bastante altas. ¿Vivirá Bahrein el eco de la Revolución Verde, con masivas manifestaciones y una descomunal ola de represión?

La preocupación de que se genere un periodo de inestabilidad en este pequeño país del Golfo Pérsico quita el sueño a sus gobernantes, que temen la alianza de la comunidad chií local con las élites iraníes -el país vecino está a tan sólo 240 metros de su costa-.

EEUU también está en alerta, pues Bahrein es la base de la Quinta Flota, cuya misión es precisamente disuadir amenazas de estados como Irán.

Más aún, la oleada de disturbios y represión en la que se ha sumergido la isla desde mediados de agosto está poniendo en peligro toda una década de flirteo con las reformas políticas que se esgrimieron antaño como modélicas en toda la región.

Al principio, las detenciones se centraron en líderes políticos chiíes y activistas de los derechos humanos. Pero la cifra de arrestos ha aumentado hasta los 230. Todo comenzó el 13 de agosto, cuando el líder del partido opositor Al Wifaq (El Acuerdo), Abduljalil al Singace, fue detenido tras volver de una conferencia en Londres, en la que criticó al Gobierno bahreiní por violaciones de los derechos humanos. Otros tres destacados dirigentes corrieron luego la misma suerte que Singace, entre ellos su hermana Fakhria. Singace ha sido acusado de planear un golpe de Estado.

La inestabilidad amenaza con quebrar el sueño de este pequeño emirato, que fue el primero de una serie de miniestados que emergieron en el Golfo Pérsico, al calor de sus ricas reservas de hidrocarburos, su reputación como centro financiero y comercial y un talante hacia los visitantes más receptivo que el de algunos de sus primos en la zona.

Bahrein es un destino turístico popular en la región, sobre todo entre los saudíes, que llegan fácilmente a la isla a través de una autopista que cruza el mar para disfrutar de un ambiente más permisivo.

Pero todo puede ser un espejismo. Los chiíes son la mayoría de la población, aunque el emirato está regido por los suníes. Los chiíes se quejan de que están marginados social, política y económicamente. Su exclusión se palpa en las fuerzas del orden, donde ningún chií puede entrar en el servicio. Los gobernantes prefieren enrolar a suníes y a extranjeros que a cambio obtienen la nacionalidad y así equilibran de paso el porcentaje suní.

La familia real bahreiní gobernaba el país con mano de hierro hasta 1999, cuando el actual emir, el jeque Hamad bin Isa al Jalifa, tomó el poder y creó un Parlamento, iniciando un periodo de apertura democrática. Muchos exiliados políticos volvieron al emirato en la primera década del siglo y muchos fueron también los presos políticos excarcelados.

Ahora, las autoridades parecen estar inaugurando una nueva etapa de represión. El líder del bloque parlamentario chií, Sheij Ali Salman, advirtió hace unos días: "En una semana se han destruido diez años de progreso en este país".

El partido Wifaq tiene posibilidades de emerger como la facción más importante en las elecciones de octubre, como ya ocurrió en las de 2006. Pero el poder seguirá en manos de la minoría suní, enormemente concentrado en el emir y en su familia, que ocupa los puestos ministeriales más importantes. Sin ir más lejos, el tío del rey, el jeque Jalifa bin Salman al Jalifa, es primer ministro desde hace 39 años.

La posición de los vecinos tampoco ayuda. Según el analista Simon Henderson, del Washington Institute for Near East Policy, Arabia Saudí respalda la represión de la revuelta chií en Bahrein, para que tomen ejemplo los chiíes de la provincia oriental saudí -rica en petróleo-.

Qatar, por el contrario, es siempre más conciliador con Irán y sus movimientos políticos pueden atizar el fuego. Kuwait, con una importante minoría chií e importantes disputas entre el Parlamento y el Gobierno y entre liberales e islamistas, sigue de cerca los acontecimientos.

En los últimos años, el descontento no ha dejado de crecer entre los chiíes de Bahrein. La isla ya vivió una revuelta de esta comunidad en 2004. Sin duda estos disturbios forman un nuevo foco de hostilidad y resentimiento entre la comunidad chií de la región. Con la mirada atenta en las próximas elecciones de octubre, los chiíes esperan que su hasta ahora imposible termidor se haga realidad en Oriente Próximo.

El Mundo (España)

 



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