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04/06/2017 | Siria - ''Si hubiéramos sabido que llegaría el Estado Islámico, no hubiéramos empezado la revolución''

Rosa Meneses

Los refugiados del campo de Yibo, en la frontera turco-siria, no ven perspectivas de volver a su país a corto plazo

 

Derrotado, tras tres años de lucha infructuosa en el Ejército Libre de Siria (ELS), Jaled Hmeish decidió hacerle caso a su esposa y huir con sus cinco hijos a Turquía. La familia vive en el campo de refugiados de Yibo, en el distrito de Yayladagi, a tan sólo cinco kilómetros de la frontera entre Turquía y Siria. "Combatí durante tres años, pero ya es suficiente. Mi hermano, mi sobrino y mi tío murieron luchando. Un día mi esposa me dijo que me matarían a mí también y decidí que ya era hora de dejarlo", explica.

Después de intentar luchar por la libertad, su vida se reduce a los 21 metros cuadrados del contenedor que les sirve de casa. Sin trabajo y sin nada que hacer en Turquía, Jaled se revuelve en la desesperanza. "Luchaba por una Siria libre como cualquier otro país. Un país en el que nadie te meta en prisión durante meses por nada. Por supuesto, nunca luché por un Estado islámico. Ni por Daesh ni por Al Nusra", afirma refiriéndose al Estado Islámico (IS) por sus siglas en árabe y a la franquicia de Al Qaeda en Siria, ahora autodenominada Frente de la Victoria en el Levante.

"Nunca escuchamos hablar de gente como el IS. No sabemos de dónde vinieron. Nosotros no podríamos vivir bajo su poder ni dominados por Al Nusra o Ahrar al Sham", añade en referencia a otra milicia islámica que combate en Siria. "Si hubiéramos sabido que llegaría el IS nunca hubiéramos empezado la revolución", lamenta Hmeish, de 37 años, que antes de la guerra era camionero.

Lazos con la comunidad local

El campo de Yibo fue establecido en el verano de 2011, poco después de que empezara el conflicto en Siria. En él viven 3.724 personas a día de hoy. Todas, desde hace un año, alojadas en contenedores como el de Hmeish y su familia. Cada uno de ellos dispone de dos habitaciones, una más grande con cocina incorporada y otra más pequeña, y un diminuto baño. "El problema más importante que tenemos en el campo es que las familias son demasiado grandes para los contenedores y no caben", explica el director del campo, Mustafa Demirtas.

El recinto es como un pueblecito, con sus 'casas' blancas, sus calles limpias y sus abuelos sentados a la sombra. "Acabamos de construir un campo de fútbol y un centro de salud. Pero ya no tenemos más terreno", describe Demirtas, un profesor de primaria al que le gusta hablar con los vecinos y jugar con los niños del campo. Además de ser el director del campo, también es el responsable de su escuela y enseña en ella. La población del campo es en su mayoría turcomana, lo que facilita los lazos con la comunidad local, que suma algo más de 21.000 personas en todo el distrito de Yayladagi. Casi 4.000 refugiados sirios viven fuera de Yibo y otros tantos en otro campo cercano, con lo que la proporción entre locales y refugiados en este distrito de la provincia de Hatay es casi de un refugiado por cada dos nativos.

Siria está tan cerca que sus árboles casi pueden alcanzarse con los dedos. Pero estos refugiados sienten que será muy difícil volver. Sentado en la puerta de su caravana blanca, Saadik Bal llora ante la pregunta de si volvería a Siria. "Si la guerra acaba, queremos volver. Incluso si sigue Bashar Asad", solloza contemplando la posibilidad de que el presidente sirio llegue a un acuerdo para mantenerse en el poder, como solución al conflicto. "Pero si continúan cayendo bombas no volveremos", concluye este anciano de 80 años que perdió a uno de sus hijos en la guerra mientras otro de ellos desapareció a manos del ejército del régimen.

"Si llega la paz pero Bashar Asad sigue en el poder no volveremos", afirma el ex guerrillero. "Le matarán si volvemos", apostilla su mujer, Dalia Ahmed, de 33 años. "Luché, perdí a mi familia... Si él permanece como presidente todo esto habría sido una sinrazón", reflexiona Hmeish.

El antiguo miliciano no alcanza a comprender cuándo la guerra dio un vuelco a favor de Asad. "No sé qué pasó. Al principio, éramos fuertes. No sé por qué la guerra se revertió. Supongo que por el apoyo de Rusia e Irán. Él [Asad] nunca se irá mientras tenga ese respaldo. Así que nosotros no luchamos contra Bashar, sino contra los países que le apoyan. Si no, le habríamos derrotado hace años, quizá hace tres años", confiesa. "Después de Asad, la guerra no va a terminar, habrá otra revolución".

El Mundo (España)

 



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