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21/08/2017 | Jóvenes violentos ''renacidos'' para la yihad

Rosa Meneses

Aunque no hay un perfil claro y unánime de los autores de los atentados terroristas de los últimos años, sí que hay rasgos comunes y patrones que se repiten

 




El terror yihadista tiene muchas caras. Pero los autores de atentados, como los que han conmocionado Cataluña, comparten rasgos comunes. Son hombres muy jóvenes, violentos y con vocación por la muerte. Elementos que están presentes en los perfiles de los terroristas que han sembrado el horror sea en Barcelona, París, Boston, Casablanca o Túnez.

Llama especialmente la atención que la célula de Cataluña estaba compuesta especialmente por jóvenes. El menor tenía17 años, y la mayoría oscila entre los 19 y los 28 años, siendo el mayor de 34. Esos perfiles concuerdan con los que dibuja el estudio "Estado Islámico en España", publicado en el Real Instituto Elcano por Fernando Reinares y Carola García Calvo en 2016, según el cual el 63,1% de los detenidos por delitos relacionados por terrorismo yihadista en España tiene entre 20 y 34 años.

Terroristas que cometen atentados tras un periodo de radicalización muy rápida a la sombra de una figura que les congrega, una voz 'autorizada' (normalmente un imam) más veterana que les intoxica y les inculca una versión violenta de la doctrina salafista es una constante en los atentados yihadistas de los últimos años. Ser tan jóvenes y vivir en un entorno secularizado les hace vulnerables a doctrinas pseudoislámicas, ya que desconocen la religión musulmana de una manera reglada.

Según el estudio antes mencionado, sólo el 11% tiene un conocimiento relevante del islam o lo que es lo mismo: el 89% sólo tiene una noción básica de los preceptos del Corán. Esa 'conversión' exprés les transforma en creyentes sinceros (a veces naif): creen firmemente que irán al cielo, que sus actos infames serán premiados con el paraíso, quieren vivir en un sistema islámico idealizado...

Los expertos defienden que no hay un perfil único e inmutable y por eso el fenómeno es tan difícil de prevenir. "No hay un perfil estándar del terrorista, pero hay características recurrentes. Los perfiles casi no han cambiado en 20 años", según escribe en su libro "El yihad y la muerte" el islamólogo francés Olivier Roy, que ha recopilado una base de datos de yihadistas envueltos en actos de terrorismo en Francia o que han dejado este país rumbo a la yihad global en las últimas dos décadas y que incluye a los perpetradores de los atentados de los últimos años en Francia y Bélgica.

Su conclusión es que desde Khaled Kelkal, el líder de la célula que atentó en el metro de París en 2005 y el primero de los llamados 'homegrown terrorists' (terroristas autóctonos) en Francia, hasta los autores de los atentados de Bataclan, en noviembre de 2015, todos estos yihadistas comparten características muy parecidas.

Un patrón de vida

Se trata de jóvenes inmigrantes de segunda generación que se han integrado de forma más o menos correcta al principio. Casi todos ellos han pasado un pequeño periodo en la cárcel por haber cometido crímenes de poca monta, como robos, violencia o relacionados con drogas. Es en prisión donde contactan con elementos radicales que influyen en su forma de pensar y les hacen cambiar. Y ese patrón de vida acaba de forma súbita cuando perpetran un ataque terrorista siendo conscientes de que implica de hecho su propia muerte.

Driss Oukabir, uno de los detenidos por el atentado de La Rambla había pasado por prisión por un delito de abusos sexuales. Cherif Kouachi, junto a su hermano Said, autor del ataque contra los caricaturistas de la revista Charlie Hebdo en París (enero de 2015), había sido condenado a tres años de cárcel. Cerca del 50% de los yihadistas de Francia habían cometido pequeños crímenes, según la base de datos de Roy.

Pero estos patrones -salvo el de ser se segunda generación- no son exclusivos de los terroristas que han atacado en suelo europeo. También hay elementos que se encuentran presentes en los yihadistas que perpetraron los atentados contra la Casa de España y otros enclaves en Casablanca (mayo de 2003), y los atentados contra el Museo del Bardo (mayo de 2015) y la playa de Port el Kantaoui (junio de 2015) en Túnez, por poner algunos ejemplos conocidos por la autora de estas líneas. Para empezar, su juventud.

Los lazos familiares son cruciales en la radicalización. Los terroristas se suelen integrar en grupos con sus hermanos u otros familiares o bien son amigos desde la infancia o compañeros del barrio. Los 14 kamikazes que atacaron Casablanca tenían entre 20 y 23 años, entre ellos había hermanos y todos eran amigos de la infancia que vivían en el suburbio marginal de Sidi Moumen. Los perpetradores de la matanza de Charlie Hebdo eran los hermanos Kouachi. Los Abdeslam atentaron en la sala Bataclan. Los ataques de Boston (2013) fueron obra de los hermanos Tsarnaev. Mohamed Merah, autor de los tiroteos que en 2012 acabaron con la vida de siete personas en Toulousse, fue motivado por su hermano para viajar a Pakistán, donde fue adoctrinado. En la célula de Cataluña hay tres parejas y un trío de hermanos.

El entorno familiar de estos muchachos es a veces desestructurado o desarraigado por efecto de la emigración. Por ejemplo, los hermanos Kouachi eran huérfanos. Según explica Roy, no se rebelan directamente contra sus padres, sino contra lo que representan.

Hay otra característica común entre muchos de ellos: son musulmanes "renacidos", ya que después de estar inmersos en un estilo de vida secularizado y de residir en un entorno no radicalizado en el que frecuentan discotecas, beben alcohol, coquetean con las drogas, etc., de forma súbita 'descubren' su fe religiosa bien de forma individual o bien en grupos pequeños. La cárcel suele ser un 'acelerador', ya que les pone en contacto con semejantes radicalizados. Según señala Roy, la prisión amplifica los factores que contribuyen a la radicalización: la dimensión generacional, el sentimiento de rebelión contra el sistema, sentimiento de grupo, contacto con falsos teóricos islamistas.

Los investigadores creen que la célula que actuó en Barcelona y Cambrils fueronradicalizados en apenas dos meses por el imam Abdelbaki Es Satty, que había estado en prisión por delitos de drogas. Antes de eso, los testimonios de vecinos y amigos aseguran que salían de fiesta y bebían. Por ejemplo, los hermanos Ibrahim y Salah Abdeslam, autores de los atentados de París de noviembre de 2015, regentaron un bar en el barrio bruselense de Molenbeek donde proliferaban las drogas.

Rap y discotecas

La mayoría de estos chicos viven inmersos en la cultura juvenil de su tiempo: salen por la noche, van a discotecas, beben, fuman, salen a ligar... Su código de vestir está acorde con los tiempos y nada tiene que ver con lo que llevaría un salafista: gorras de béisbol, cortes de pelo a la moda, marcas de deporte y streetwear.

Sus gustos musicales también son los de su época y suelen ser aficionados al rap. Entre los jóvenes que han abandonado su vida para ir a combatir en las filas del Estado Islámico en Siria o Irak hay, de hecho, varios raperos. Está el caso de Emino, que poco antes del ataque al Museo del Bardo, anunció que se unía al IS en Irak. Su nombre verdadero es Marwan Duiri, nació en Manuba (Túnez) y tenía 25 años cuando se largó a la yihad. Su historia comparte algunas de las características que hemos ido describiendo: A los nueve años escribía y rapeaba versos; debutó en 2005 con un álbum que nunca salió del estudio, pero que mostraba un inquietante gusto por la violencia; condenado a dos años de prisión en 2013, la cárcel le cambió.

De los más conocidos es el rapero alemán Denis Cuspert, popularizado como Deso Dogg y rebautizado tras 'renacer' al islam como Abu Talha al Almani. Se fue a combatir a Siria. "Son reclutados para servir de influencia a otros jóvenes por su poder de atracción", señala Alaya Allani, investigador experto en salafismo de la Universidad tunecina de Manuba.

Les encantan los videojuegos y las películas violentas. Eso explica que esta estética haya sido adoptada por el aparato propagandístico del Estado Islámico. Son jóvenes que pasan horas en Internet, a veces, toda la noche. Están por tanto muy integrados en las redes que maneja el Estado Islámico. Su necesidad de pertenecer a una comunidad, una institución les echa en brazos de organizaciones yihadistas. Por ejemplo, Mohamed Merah, se sentía frustrado por no haber sido admitido en el ejército. En todos los casos estos jóvenes dispuestos a morir matando sólo aportan la carne de cañón en la engrasada maquinaria del terror de grupos como el Estado Islámico.

El Mundo (España)

 



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