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03/01/2014 | Subcomandate Marcos, un jefe guerrillero pasado de moda

Manuel M. Cascante

El líder zapatista es hoy apenas una ajada figura mediática con más seguidores en el exterior que en México.

 

Hace ahora veinte años, un grupo de indígenas encapuchados sorprendían a México y al mundo entero al alzarse en armas como la última guerrilla marxista latinoamericana del siglo XX. Su desafío al Estado apenas duró diez días, pero la proeza puso a Chiapas (y a las justas reivindicaciones de sus habitantes) en los mapas, y, en los posters, a su mediático líder: un individuo mestizo que se hacía llamar subcomandante Marcos, cubierto por un pasamontañas y una gorra con tres estrellas, vestido de verde olivo y poncho indígena, pipa en boca, Uzi en mano, radio y cuchillo al cinto y auriculares de teleoperador. Un tipo de verborrea florida que hablaba con las nubes y los insectos de la selva y que despertó la solidaridad de «progres» y alternativos de todo el mundo y los sueños húmedos de unas cuantas mochileras europeas: hay quien jura haberlo visto en sus cuarteles de La Realidad, en lo más profundo de la selva Lacandona, rodeado de un harén de rubias amazonas.

Para desmontar el mito, el gobierno mexicano desvelaba en 1995 la supuesta identidad de Marcos: Rafael Sebastián Guillén Vicente, nacido en Tampico (Tamaulipas) el 19 de junio de 1957, ciudad donde estudiaría en el colegio Félix de Jesús Rougier, dirigido por Misioneras Eucarísticas de la Santísima Trinidad, y en el Instituto Cultural Tampico, a cargo de los jesuitas. Después se desplazaría a la capital para cursar Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y, posteriormente, ejercer como profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana. De sus siete hermanos destaca Mercedes Guillén Vicente, un miembro activo del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que ahora ocupa la Subsecretaría de Migración, Población y Asuntos Religiosos.

Según declaró él mismo a una emisora de radio española, vivió en Madrid, Sevilla y Barcelona. «Me echaron de El Corte Inglés porque vendía más barato de lo que ponían las etiquetas, y de la tasca, porque me empeñé en bailar flamenco», aseguraba, aunque a la cadena de grandes almacenes no le consta haber tenido como empleado a nadie con su filiación. Para subrayar su paso por nuestro país, Marcos reconocía su afición al jamón ibérico, la tortilla de patatas «con poca cebolla» y los embutidos catalanes, que durante años le haría llegar el escritor Manuel Vázquez Montalbán.

Guerra inútil pero necesaria

Tras ingresar en una organización maoísta, Marcos se integraba a comienzos de los ochenta en el movimiento zapatista chiapaneco. Consciente del fracaso de la insurrección armada de Año Nuevo de 1994, el jefe guerrillero optó por cambiar balas por palabras y emprender una batalla mediática que lo convertiría en el nuevo póster del Che. Según una antigua novia, él «supo mejor que todos que la guerra no era viable como tal, pero leyó en los hombres y las mujeres su deseo de hacer realidad la representación de la guerra, como la Semana Santa Cora o el Carnaval Tzeltal: en ellas siempre mueren algunos y cuesta mucho dinero, pero es la ofrenda necesaria para que las cosas mejoren y sigan».

Pero, a medida que el zapatismo desaparecía de la agenda política del país, transformadas sus comunidades en municipios autónomos, resistentes y remotos como la aldea gala de Astérix, pueblos que sobreviven en buena medida gracias a la solidaridad internacional, su discurso fue perdiendo interés y la atención del público. La última aparición pública de Marcos, una gira por el país llamada «La otra campaña», previa a las elecciones de 2006, fue recibida con indiferencia tanto por las autoridades como por el grueso de la ciudadanía.

Los rumores que rodean su figura llegaron a señalar en 2012 que padecía cáncer de pulmón, extremo que él mismo desmentiría: «Lamento con pesar el que mi firma, y la fecha en que la estampo, contradigan los rumores hechos twitters, noticias y comunicados gubernamentales sobre mi estado de salud. Eso del enfisema pulmonar y el cáncer provocó que ya no me manden tabaco, lo que sí es una clara maniobra contrainsurgente». También se da por hecho que hace tiempo que abandonó la selva chiapaneca y vive de incógnito en el Distrito Federal o en Estados Unidos. Sea como fuere, de sus largas peroratas apenas hoy da cuenta en páginas interiores el diario «La Jornada», medio que durante años llevó a portada cada uno de sus comunicados. El lirismo del «sup» tiende a caer en la cursilería y su humor difícilmente le daría para ganarse la vida en «El club de la comedia». Marcos, que cedió en 2013 el testigo del liderazgo militar al subcomandante Moisés, apenas es ya un póster ajado que amarillea por el paso del tiempo.

ABC (España)

 


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