Hoy leemos en este diario el acoso al que está sometiendo Evo Morales a todos los que desean una Bolivia en la que no se les considere inferiores por no ser indígenas. La oposición ha reaccionado a la iniciativa del presidente de promulgar una constitución sin consulta ni consenso, celebrando referendos en las regiones que controla para asumir unilateralmente cada vez más competencias a costa de un Estado cada vez menos legítimo.

No es la primera vez que asistimos a un proceso como éste. Todas las revoluciones socialistas han satanizado a los que consideraban demasiado cultos o demasiado ricos para compartir sus ideas. En el caso de Evo, que destaca la raza por encima de la clase o la riqueza, puede apreciarse claramente que aquellos de sus conciudadanos que no son indígenas se han convertido en la fuerza que contradice el progreso, la justicia y el bien. Por ello, la constitución no debe consensuarse con ellos, ya que, por cuestiones de raza y dinero, nunca sabrán dirigir el país hacia el remanso de paz y prosperidad que Evo quiere para todos.

El indigenismo no es otra cosa que afirmar la primacía de una parte de la población por motivos de raza. Así, Evo Morales ha provocado una fractura social poniendo los intereses del 50 por ciento de los ciudadanos indígenas por encima de las necesidades más básicas de los que no comparten su origen. Es verdad que el presidente boliviano no parece tan destructivo ni tan fanático como otros líderes totalitarios, que no sólo defendían la eliminación política del adversario sino también su aniquilación personal, pero ello no debe dejar de hacernos recordar que la supresión de las libertades de la mitad de un pueblo y la discriminación por razones de raza nos han llevado a los peores escenarios del SXX.

Evo está jugando con fuego y lo peor de todo es que si continúa restringiendo los cauces por los que el 50 por ciento de sus ciudadanos discrepan de él, estará contribuyendo a provocar lo que más teme: la balcanización de Bolivia.