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17/03/2008 | El experimento malasio

Rafael Ramos

No puede hablarse de revolución de mayo, ni del 68, ni de los claveles, ni de terciopelo ni tampoco naranja. El mes de la pacífica revolución malasia es marzo, su año el 2008, su flor el hibisco de los bosques de Selangor, su tejido el batik de las túnicas y camisas de Sarawak y su color el rojiblanco de las catorce rayas que dibujan la bandera nacional, con la media luna del islam y la estrella de la unidad.

 

Pero la consecuencia, tras los resultados de las recién celebradas elecciones, es un rechazo histórico a las tradicionales políticas de división étnica y el mayor golpe a la hegemonía del Frente Nacional desde la independencia del país hace medio siglo.

"Es muy sencillo entender Malasia - dice el dueño de un restaurante español casado con una nativa-. Los malayos (musulmanes) tienen el poder, los chinos los negocios, y los indios trabajan. Sobre el papel todo es maravilloso, pero en privado se detestan entre sí. Los malayos dicen que los chinos son usureros y avaros, los chinos dicen que los malayos son corruptos e inútiles, y unos y otros concuerdan en que los indios son tontos y vagos".

Si la guerra de civilizaciones existe, Malasia es su principal trinchera, un campo de batalla en el que más de la mitad de la población es musulmana y se rige por la charia pero la Constitución respeta la libertad de culto, manda el primer ministro pero es una monarquía constitucional y parlamentaria donde diez de los trece estados tienen un rey o sultán con poderes simbólicos, los restos del colonialismo inglés todavía colean y la enorme influencia de China refleja el nuevo equilibrio de poderes en el mundo. Y para controlar tan explosivo cóctel, la solución ha consistido hasta ahora en medidas de ley y orden, censura de prensa, gobierno autoritario y poner por encima de todo una unidad que en la práctica no existe. Malayos, chinos e indios viven juntos pero no revueltos.

El Frente Nacional (Barisan Nasional), 1969 para favorecer a la mayoría malaya, a expensas de chinos (más avispados económicamente y que llevan las riendas del comercio pese a ser sólo un tercio de la población) e indios.

"Si un malayo se hace con un poco de dinero - dice Lee, gerente de una casa de apuestas en Penang- lo más seguro es que lo invierta en una segunda o tercera mujer. Un indio lo guardará debajo del colchón y un chino lo invertirá en la expansión de su negocio". Malasia es una país rico en petróleo, goma y aceite de palma, notablemente desarrollado y al que no se le puede aplicar el concepto de Tercer Mundo. No hay pobreza visible, a pesar de que el sueldo medio de un funcionario es de 300 euros, y el de un trabajador del sector privado, sólo 250. Pero los bienes de primera necesidad - vivienda, alimento mayoría simple, y además se ha hecho con el territorio federal de Kuala Lumpur y los estados más prósperos.

Se trata sobre todo de un voto de protesta contra la corrupción, el incremento de los precios mientras los salarios permanecen casi congelados, el aumento de la delincuencia, las tensiones étnicas y la política de acción afirmativa aplicada por el gobierno desde una coalición dominada por los islamistas moderados del UNMO y con representación de grupos chinos e indios, ha ejercido el poder desde la independencia con una amplísima mayoría de dos tercios, que le permitía aplicar el rodillo de las reformas constitucionales. Así fue hasta las elecciones de hace diez días, en las que el equivalente malasio del tripartit le ha dejado en y transportes- son muy baratos.

Los malayos se rigen por sus propias leyes para resolver divorcios y todo tipo de asuntos domésticos, son vigilados por una policía islámica de la moral que los castiga si se besan en público o beben alcohol en las numerosas discotecas para occidentales, disfrutan de trato preferencial (descuentos muy sustanciales) en la compra de pisos nuevos, copan la burocracia, la policía y el ejército, tienen dos horas y media de fiesta los viernes para acudir a la mezquita mientras el resto de sus compatriotas trabaja y se les reserva el 30% de las acciones de toda compañía que cotice en bolsa para compensar la mayor habilidad financiera de los chinos. Un popurrí de medidas que, lejos de fomentar la armonía, más bien alimenta la discordia.

El miedo a la corrupción electoral no se ha hecho realidad, y el primer ministro Badawi - designado a dedo en el 2003 como líder de la Organización Nacional para la Unidad Malaya (UNMO) cuando Mahahtir Mohamad abandonó el poder tras 23 años- ha aceptado el golpe con deportividad y prometido una mayor búsqueda de consenso. Pero en un país tan diverso como Malasia, el tripartit opositor es todavía más caótico que el catalán y ya ha empezado a pelearse por el reparto de cargos. Sus variopintos socios son un partido islamista radical (PAS) que quiere imponer en los supermercados colas distintas para hombres y mujeres, confiscar las Biblias y aplicar la charia a todos, un partido chino y un Partido de la Justicia que es liberal y representa a todas las comunidades.

"Malasia es un experimento único de multiculturalismo en la frontera misma de la guerra de civilizaciones - dice Ahmad Suffian, director de un instituto de estudios políticos de Kuala Lumpur-, con tres grandes comunidades étnicas representadas tanto en la coalición de Gobierno como en la de oposición, y donde ni la religión, ni la raza ni el desfasado concepto de izquierda y derecha son el eje de la política. Todo son equilibrios cogidos con alfileres, pero el país ha sobrevivido medio siglo, y seguirá haciéndolo. Es lo que llamamos la malay way,la manera malaya de hacer las cosas...".

La Vanguardia (España)

 



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