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18/01/2007 | Reino Unido - Escocia se plantea la independencia

Rafael Ramos

El alejamiento de Inglaterra marca el tercer centenario del acta de la Unión

 

Trescientos años son muchos para un matrimonio, por muy de conveniencia que sea. Entre Escocia e Inglaterra ha habido siempre más intereses comerciales e historia compartida que auténtica pasión, pero ayer celebraron los tres siglos del acto de la Unión en la frialdad y los reproches. Los escoceses coquetean abiertamente con la idea de la independencia, y a la mayoría de los ingleses no les importaría en absoluto.

El canciller del Exchequer, Gordon Brown -que será primer ministro dentro de unos meses-, conmemoró el cumpleaños de la fusión voluntaria de los dos Parlamentos con el lanzamiento de una moneda conmemorativa. Pero en Edimburgo - y al galope de encuestas que colocan a los nacionalistas del SNP en las riendas del poder tras las elecciones del 3 de mayo- ya se fantasea con la creación de una divisa propia, con la administración del petróleo del mar del Norte y una Escocia independiente y sin armas nucleares, fuera de la OTAN y con escaño propio en la ONU.

¿Simple fantasía? En el pasado los escoceses han expresado un nivel similar de apoyo al SNP, tan sólo para echarse atrás a la hora de depositar su papeleta en las urnas. Pero esta vez hay dos diferencias notables: primero, que desde 1999 saborean una autonomía limitada sin la capacidad de declarar y recaudar sus propios impuestos, y les sabe a poco. Y segundo, que otras ocasiones han expresado su frustración votando al Labour a expensas de los conservadores, pero esta vez el voto de castigo al Gobierno sólo puede dirigirse al Partido Nacionalista.

"Tony Blair concedió la autonomía a Escocia y el País de Gales pensando que reforzaría la Unión - dice el historiador Seamus Litnaker-, pero en realidad el tiro le ha salido por la culata. Ha sido como esas separaciones provisionales en las que uno de los cónyuges se da cuenta de que solo vive mejor que acompañado, la vida es más emocionante y no tiene por qué seguir aguantando las manías del otro. Los escoceses han probado la autogestión, y cada vez son más los que piden una política fiscal, exterior y de defensa propias".

En la actualidad, el Labour, con 50 escaños en el Parlamento de Holyrood, gobierna Escocia al frente de una coalición con los liberaldemócratas (17 escaños). El SNP tiene 25 diputados, los conservadores 17 (igual que los libdems),por siete de los verdes, cuatro de los Socialistas Escoceses y los ocho restantes de independientes y partidos pequeños. Pero el desgaste laborista por la guerra de Iraq, unido a la impopularidad del Gabinete que lidera en Edimburgo el ministro principal Jack Mc-Connell, pone en muy grave peligro la continuidad de su Administración.

Si los pronósticos de los sondeos tuvieran razón, el SNP - renovado desde el regreso del carismático Alex Salmond a la cúpula- podría estar en condiciones de formar su propia coalición con los verdes o con los lib-dems (preferiblemente con los primeros, que también son independentistas). Su promesa consiste en publicar en el plazo de cien días una hoja de ruta para la ruptura de los vínculos con Inglaterra y convocar un referéndum antes de cuatro años, pero hay quienes opinan que una vez en el poder tal vez adoptase una línea más pragmática, sacrificando a corto plazo los anhelos de soberanía por la demostración de que puede administrar el poder y la consolidación como partido.

"Nunca he conocido un principal grupo de oposición que antes o después no llegue a gobernar", es una de las frases favoritas de Salmond. Hasta hace poco parecía que tal vez los independentistas escoceses fueran a ser siempre la excepción a esa regla, pero las cosas han cambiado notablemente desde que el país saborea la autonomía y ha aprovechado sus poderes para prohibir fumar en lugares públicos y la caza del zorro, abolir las matrículas universitarias y hacer asequibles los estudios a todo el mundo, proporcionar cuidados gratuitos a los ancianos, disponer que la calefacción y los billetes de autobús sean gratis para los jubilados, y que el Estado pague las guarderías para menores de cuatro años cuyos padres trabajen. Escocia tiene una tradición mucho más colectivista y socialista que Inglaterra, combinada con un notable conservadurismo en temas como la homosexualidad y el aborto.

Los ingleses se quejan de que Edimburgo se puede permitir estos lujos porque está subvencionado por Westminster al son de 30 millardos de euros anuales y cada ciudadano recibe 1.500 euros más del Estado que ellos.

Pero mientras el establishment inglés ridiculiza como inviable una Escocia independiente, el SNP da la vuelta a la tortilla y alega que Inglaterra le roba el petróleo del mar del Norte (valorado en 18 millardos de euros anuales aunque resulta difícil de extraer) y que en realidad son los escoceses quienes subvencionan a sus socios en una Unión cada vez más desarraigada.

"Si Dinamarca, Eslovaquia o Malta pueden sobrevivir, ¿por qué no nosotros?", dice Alex Salmond con una convicción contagiosa, seduciendo a los empresarios con el sueño de una economía de bajos impuestos corporativos como la de Irlanda, que atraiga la inversión exterior. El declive industrial y las deslocalizaciones han sido compensadas con un boom de los servicios y la banca en Edimburgo, de la industria petrolera en Aberdeen y la biomedicina en Dundee.

Los ingleses acusan a los escoceses de ser provincianos, ingratos y anglófobos, de recibir más dinero del Estado y tener el lujo de votar en exclusiva sobre sus propios asuntos (en Holyrood) y también sobre aquellos que competen sólo a los ingleses (en Westminster). Los escoceses acusan a los ingleses de ser imperialistas y sentirse superiores, representantes de una civilización superior, de robarles el petróleo y sofocar su identidad. El matrimonio de conveniencia se tambalea, aunque todavía es pronto para pronosticar un divorcio.

El fiasco imperial de Darién


Las clases dirigentes de Londres y Edimburgo se confabularon para fusionar hace tres siglos los parlamentos de ambos países, a pesar de que la idea contaba con muy pocos partidarios entre el pueblo escocés. Para el establishment inglés tenía la gran ventaja de garantizar la sucesión para la casa de Hannover y mantener a los católicos fuera del trono en las islas, y para los nobles y comerciantes escoceses conllevaba importantes alicientes financieros para paliar el desastroso intento de crear un imperio escocés en Centroamérica.

La segunda mitad del siglo XVII había sido económicamente muy dura para Escocia. Las malas cosechas, el proteccionismo inglés y una política exterior de Londres que dificultaba el comercio con Francia (su aliado tradicional) desencadenaron varias hambrunas y despoblación. Miles de protestantes escoceses emigraron al Ulster, de ahí las divisiones religiosas que todavía existen en la provincia norirlandesa y han sido un factor decisivo en los troubles.

A principios del XVIII, cuando se aprobó el acta de la Unión, Escocia era un reino en crisis y al borde del abismo económico. Todos los anteriores problemas se habían magnificado con la fracasada expedición al istmo centroamericano de Darién, que separa el Pacífico del Atlántico, en cuyos terrenos pantanosos los aristócratas y adinerados mercaderes escoceses pretendían crear un gran puerto comercial.

La aventura, emprendida en julio de 1698 y en la que participaron tres mil colonos, concluyó en un rotundo fracaso por culpa del clima, las enfermedades y una alianza de intereses internacionales que hizo lo posible por boicotearla. La Compañía Inglesa de las Indias Orientales vio el proyecto como una amenaza, los mercados financieros internacionales de Amsterdam y el rey Guillermo dejaron clara su desaprobación, y hasta los militares españoles intervinieron para frustrarlo.

Se estima que un 25% del capital líquido total de Escocia se evaporó en las ciénagas y efluvios pseudoimperiales de Darién, abonando el terreno para que la arruinada clase dirigente escocesa estuviese abierta a una oferta de los ingleses: dinero a cambio de la unión de los respectivos parlamentos (ambos países compartían ya rey desde 1603, cuando el escocés Jaime VI se convirtió en Jaime I de Inglaterra tras la muerte de Isabel I, pero tres intentos de fusionar el poder legislativo habían fracasado).

Inglaterra estaba en guerra con Francia, amiga y aliada histórica de los escoceses (la llamada Auld Alliance: todavía hoy muchos coches llevan un distintivo con la bandera escocesa y el nombre del país escrito "Ecosse"), y quería terminar de una vez por todas con cualquier posibilidad del regreso de los católicos del Continente a los tronos de las islas Británicas (Luis XIV reivindicaba los derechos de Jaime VIII). En una época turbulenta, con la guerra de sucesión española en plena ebullición, cerrar el acceso a los franceses se convirtió en el objetivo estratégico fundamental de la reina Ana y la casa de Hannover, y también de los presbiterianos escoceses.

Escocia conservó sus leyes y su sistema educativo, y se benefició enormemente de su participación en el imperio británico. Muchos gobernadores de las colonias de Asia y África fueron escoceses. La sangre, sudor y lágrimas de la Segunda Guerra Mundial, junto con el desarrollo de una clase trabajadora unionista en la revolución industrial, reforzaron los nexos de unión entre los dos países. Pero el thatcherismo, con un liberalismo económico radical contrario al espíritu colectivista de los escoceses, dio alas al sentimiento de independencia, que desde entonces ha contado con el apoyo de aproximadamente un tercio de los votantes.

La unión, desde el punto de vista escocés, se basó siempre en el pragmatismo, un canje de soberanía a cambio de un pedazo en el pastel colonial. Y por tanto es lógico que se debilitara progresivamente con el final del imperio, la pérdida de influencia del Reino Unido en el mundo, la falta de enemigos exteriores desde la desaparición de la Unión Soviética, la pérdida de respeto a la institución de la monarquía y la creciente importancia de Europa. Muchos ciudadanos se consideran primero escoceses, luego europeos y en última instancia británicos, y apoyan a cualquier selección de fútbol que juegue contra Inglaterra

La Vanguardia (España)

 



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