El principal obstáculo es que el Partido Nacionalista Escocés (SNP, en sus siglas en inglés), ganador de los comicios tanto en escaños (47) como en número de votos, ha prometido un referéndum sobre la independencia en el 2010, y sus posibles socios rechazan la idea soberanista. Los liberaldemócratas lograron16 diputados y los verdes, 2.

La llave de cualquier coalición la tienen los liberaldemócratas, en una posición táctica similar a la de Esquerra tras las últimas elecciones catalanas, ya que pueden facilitar tanto un gobierno encabezado por el Partido Nacionalista Escocés (SNP) como uno que lo sea por el Labour. El líder de los nats (nacionalistas), Alex Salmond, reclama la autoridad moral para intentar formar una coalición, anticipando la reticencia de los partidos unionistas a que Escocia sea dirigida por partidarios de la independencia. Pero en Londres nadie se tira de los pelos ni cuestiona la legitimidad del proyecto.

El complejo proceso de formación de gobierno puede durar hasta cuatro semanas, mientras los grupos sondean las diversas opciones y el estado de ánimo de sus bases. El SNP, en caso de que no pudiera formar una coalición, tiene la alternativa de gobernar en minoría, con 47 de los 129 escaños del Parlamento de Holyrood, más la independiente Margo MacDonald, que es independentista. En tal caso, el SNP formaría alianzas puntuales con otros partidos. Pero los observadores señalan que se trataría de un Ejecutivo en extremo inestable, que posiblemente forzaría unas elecciones anticipadas.

Otra posibilidad es que laboristas, conservadores y liberaldemócratas- los grandes partidos nacionales y partidarios de la supervivencia del Reino Unido- se alíen contra el SNPy suscriban una coalición unionista. Pero sería una estrategia peligrosa para los liberaldemócratas, partidarios de un mayor autogobierno sin llegar a la soberanía, al dar la impresión de que desafían el resultado de las elecciones y el deseo de cambio expresado por los votantes en las urnas.

Salmond, en las negociaciones que comenzaron ayer, ha ofrecido al liderazgo liberaldemócrata un referéndum con múltiples opciones, en el que los votantes puedan decir sí o no a la independencia pero también pronunciarse por opciones intermedias como el aumento de las competencias autonómicas del Ejecutivo escocés. Por el momento sus interlocutores parecen poco abiertos a un compromiso, después de unos resultados electorales pobres en que han perdido escaños tanto en manos del SNP como de los tories.

Los conservadores fueron el tercer partido más votado (17 escaños, uno más que los liberaldemócratas), pero en la práctica no pueden formar parte de una coalición ni con el SNP ni con el Labour (46 diputados), dado que tienen un plan social y económico radicalmente diferente. Los liberaldemócratas, por el contrario, llevan cinco años y medio en alianza con el laborismo en Escocia, y podrían sentirse tentados a puentear a los independentistas y repetir la fórmula. La contrapartida es que han sufrido en las elecciones los daños colaterales del desprestigio de Blair y el insulso gobierno autónomo encabezado por Jack Mc-Connell en Edimburgo, y el proceso podría exacerbarse aún más.

Salmond, excelente estratega, ha adoptado una actitud de gran estadista, al estilo del presidente francés o el estadounidense, que irrita a sus rivales. Convocó una rueda de prensa para proclamar victoria incluso antes de que se conocieran los resultados finales, arrogándose la condición de vencedor moral al margen del reparto definitivo de escaños, y prometiendo una investigación del caos electoral (más de cien mil papeletas anuladas) como si ya fuera primer ministro.