En todas partes cuecen habas, aunque en el caso británico no han hecho falta presiones del Directorio europeo encabezado por Angela Merkel, ni llamadas telefónicas de Barack Obama y el premier chino Wen Jiabao.
El nuevo gobierno de coalición recién instalado en Downing Street ha sacado la tijera de motu propio y empezado a cortar gastos por aquí y por allá, incluidos los presupuestos de las autonomías y la versión inglesa del cheque bebé.
Los 6.200 millones de libras (7.200 millones de euros) en recortes anunciados ayer por el canciller del Exchequer George Osborne constituyen apenas un 1% del déficit público del Reino Unido, pero Cameron ha querido enviar un nítido mensaje a los mercados de que se toma muy en serio el problema de la deuda, para no ser objeto de las mismas especulaciones que han obligado a hincar la rodilla a los gobiernos socialistas de Papandreu en Grecia y Zapatero en España. El primer ministro tory sabe cómo funciona la City, y que los mercados no respetan a nadie a la hora de hacer dinero.
Fuera los coches oficiales para los ministros, fuera los chóferes, fuera los viajes de primera clase en tren y avión para los funcionarios públicos. Fuera la creación de 20.000 nuevas plazas universitarias, fuera las consultarías y numerosas inversiones en Información y Tecnología. Fuera los programas de formación laboral para los jóvenes, y fuera el cheque bebé de 250 libras (290 euros) para los recién nacidos, y otro tanto cuando cumplen siete años. Fuera, fuera, fuera...
El anterior primer ministro Gordon Brown centró su campaña en la necesidad de aplazar la austeridad por lo menos un año hasta que la recuperación económica se hubiera consolidado, y los libdems estaban de acuerdo en ello. Pero parte del compromiso de Nick Clegg para incorporarse al gobierno de coalición ha sido asumir la posición de los conservadores, con la excusa de que "una vez visto el estado de las finanzas no queda más remedio". En vez de café para todos, aceite de hígado de bacalao para todos. Es el signo de los tiempos que corren.
"Sencillamente no podemos seguir acumulando tres mil millones de libras de deuda pública a la semana - dijo el número dos del Tesoro, el liberal demócrata David Laws, cuya primera decisión fue renunciar al Jaguar oficial que hasta ahora acompañaba al cargo-.Se trataría de una extraordinaria irresponsabilidad que pondría en peligro la estabilidad financiera. El estado no puede seguir pidiendo prestado dinero que pagarán nuestros hijos y nietos durante generaciones".
Muchos británicos contemplan la miseria de la zona euro con una cierta shadenfreude (alegría por la desgracia ajena, una de esas palabras alemanas que no tienen equivalente en ningún otro idioma). Están aliviados porque Thatcher dijera "no, noy no" cuando Helmut Kohl y compañía la arrinconaron para que se sumara a la moneda única. La capacidad para dictar su propia política monetaria, devaluar la libra y favorecer las exportaciones ha sido el salvavidas del Reino Unido y paliado el golpe de la recesión. "Ya lo decíamos nosotros", vienen a sugerir con la mirada el primer ministro David Cameron y todos los euroescépticos de mayor o menor calado.
El placer sin embargo no puede ser completo, porque ninguna economía es un compartimento estanco en la era de la globalización y todo el mundo paga por los pecados de Lehman Brothers y Goldmand Sachs, por la irresponsabilidad de Atenas o Madrid. De modo que el nuevo gobierno de coalición ha empezado a ponerse la vacuna contra las intrigas de los mercados sin corazón, con medidas tan drásticas como la congelación de contrataciones en el sector público, y recortes de 704 millones en los presupuestos de la autonomías galesa, escocesa y norirlandesa, y de 1.160 millones de libras en los ayuntamientos. Sólo los capítulos de Sanidad, Defensa y Ayuda Exterior se han salvado del hachazo. Los sindicatos han advertido que aumentará el paro, pero por el momento no hay indicios de una huelga general. Los británicos saben sufrir en silencio.
