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21/10/2006 | EL VIEJO CONTINENTE Y SUS NUEVOS CIUDADANOS - La nikab sacude los pilares británicos. El Gobierno Blair pide un debate nacional sobre el encaje de los musulmanes

Rafael Ramos

La secuela de los atentados de julio del 2005 es una creciente desconfianza de los británicos blancos hacia la comunidad islámica, y un rechazo a sus formas más radicales de expresión religiosa y cultural.

 

Existe un antes y un después de las bombas de Londres. Antes, cuestiones como el velo no eran objeto de debate y la gran mayoría de la población y del establishment político respaldaba el multiculturalismo. Después, se ha producido un salto cualitativo en el que mucha gente - empezando por el primer ministro, Tony Blair- considera que taparse por completo el rostro es una descortesía hacia los demás y representa un deseo de separación.

"Excepto minorías xenófobas y neofascistas, el objetivo de todo el mundo es encontrar la mejor manera de integrar a todas las comunidades que componen la sociedad del Reino Unido, buscar la armonía e impedir los sentimientos de aislamiento, frustración e injusticia que en Francia han llevado a los disturbios en los barrios periféricos y aquí a que jóvenes de Luton, Londres o Leeds estén dispuestos a convertirse en terroristas suicidas. Ambos fenómenos no tienen la misma gravedad, pero si raíces concurrentes", señala el sociólogo Andrew Fairbanks, especialista en la cultura de los guetos.

La gran pregunta es qué favorece mejor esa integración, si el modelo multiculturalista británico que anima a que cada grupo étnico o religioso conserve su forma de expresión cultural, o bien el monoculturalismo galo, que considera que un Estado no puede ser mosaico de nacionalidades, y los emigrantes tienen la obligación de asumir la cultura dominante.

Se da la paradoja - sostiene el columnista del Independent John Lichfield- de que Francia ha respondido al conflicto de las banlieues abriéndose más al multiculturalismo, hasta el punto de que el ministro del Interior y candidato presidencial de la derecha, Nicholas Sarkozy, defiende la construcción de mezquitas y algunas formas de discriminación positiva a favor de las minorías. Y los británicos, por el contrario, cuestionan más que nunca su modelo y se preguntan si los franceses no habrán tenido razón en su monoculturalismo.

Un 81% de los musulmanes británicos - la inmensa mayoría asiáticos- antepone su fe religiosa a su identidad nacional, mientras que un 46% de los musulmanes franceses - sobre todo norteafricanos- pone primero la nacionalidad y luego la religión.

El debate en Gran Bretaña queda perfectamente simbolizado en el caso de Aishah Azmi, una maestra de 24 años de una escuela de la Iglesia de Inglaterra en el mismo suburbio de Leeds (Dewsbury) donde vivían algunos de los terroristas del 7-J, suspendida de su trabajo por llevar una nikab que le cubría toda la cara excepto los ojos. Un tribunal laboral ha desestimado su recurso por discriminación religiosa, pero ha ordenado que se le otorgue una compensación de 1.600 euros porque las autoridades educativas la han victimizado y herido sus sentimientos. La sentencia critica al Gobierno Blair por haber politizado el tema.

Es importante destacar que el Gobierno laborista no pide la prohibición de la nikab o la burka, sino que critica el uso de ese tipo de velos como una forma de separación y pide un debate nacional sobre si en determinados lugares - escuelas, hospitales, etcétera- todas las mujeres deberían ir con la cara descubierta. Una de las preguntas más interesantes es por qué el Labour ha escogido este momento para plantear la cuestión y discutir el multiculturalismo. En parte para cultivar el voto nacionalista cara a las próximas elecciones, en parte como reflejo del creciente miedo de todos los estamentos de la sociedad, incluidos la progresía y los liberales, que hasta ahora tenían miedo de caer en la incorrección política.

En un lado está el argumento de la libertad de expresión y de que cada uno vista como quiera mientras no haga daño a los demás, de que no se cuestionan los símbolos de otras religiones, de que se victimiza a los musulmanes y se crea la impresión de que son de alguna manera más responsables que otros del fenómeno terrorista. Del otro, ocupado por Blair y la mayoría de sus ministros (aunque no la titular de Educación, Rurh Kelly, del Opus Dei, que defiende el derecho de todas las religiones a utilizar sus símbolos), se sostiene que ha habido una subversión del modelo multicultural por parte de elementos islámicos radicales, comunidades como la pakistaní y bangladeshí, cada vez más cerradas, que la nikab y la burka son símbolos de una opresión machista a la mujer y que una sociedad ha de tener unas convicciones democráticas, una cultura y un idioma dominantes. El debate supera a los partidos y la separación tradicional entre conservadores y progresistas.

La Vanguardia (España)

 



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