Mis antepasados emigraron durante la gran hambruna del siglo XIX y tras la segunda guerra mundial, y yo mismo tuve que irme unos cuantos años del país en la recesión de mediados de los ochenta - dice Patrick Hanifan, gerente de un comercio de licores-.Pero nunca imaginé ni en la peor de mis pesadillas que vería a mis hijos hacer las maletas en busca de una tierra con futuro y con trabajo".
Con lágrimas en los ojos, Hanifan y su mujer Mary, maestra, acaban de dejar a sus retoños en el aeropuerto internacional de Shannon, el punto de partida hacia Australia. En un país con un 14% de paro, mil irlandeses emigran cada semana, la mayoría jóvenes, y se estima que desde la explosión de la burbuja financiera cincuenta mil personas han emprendido ya el éxodo.
Limerick, una de las principales ciudades de la costa oeste del país, es el escenario de la novela de Frank McCourt Las cenizas de Ángela,llevada al cine, que cuenta la historia de una empobrecida familia irlandesa que en los años treinta y cuarenta tenía que robar carbón para calentarse y buscar comida en los cubos de basura de los restaurantes, mientras el padre borracho se gastaba la paga en cerveza.
Ya no hay aquella miseria, las mujeres no han de pedir caridad a las monjas, los niños no tienen un único abrigo lleno de remiendos, ni se mueren de inanición. No hay un cuarto de baño al final de la calle para una treintena de casas. Pero la gran plaga de la emigración, que parecía desaparecida con la entrada en la UE y el boom del tigre celta, ha reaparecido, y de qué manera.
Las cifras no son comparables al millón y medio de irlandeses que emigraron entre 1845 y 1851 para huir del hambre, pero sí a la diáspora de hace treinta años, cuando doscientos mil isleños hicieron los bártulos rumbo a Inglaterra.
"Trabajé en una fábrica textil de Manchester siete años que se me hicieron eternos. Lejos de mis padres y mis amigos, de mi tierra - recuerda Hanifan-.Y ahora me quedo sin mis hijos...".
Patrick, el mayor, es un programador informático que ha sido contratado por una empresa de tecnología en Sydney, mientras que Sean, el pequeño, es ebanista y confía en lograr trabajo sin dificultades en un país con una economía en crecimiento que recibe con los brazos abiertos a los emigrantes blancos anglosajones.
Estados Unidos fue el destino favorito de los irlandeses en anteriores diásporas, pero la presencia de cincuenta mil ilegales de la isla esmeralda ha impuesto severas restricciones a la concesión de visados, de manera que la mayoría de los nuevos emigrantes emprenden viaje a Canadá, Australia y Nueva Zelanda. "Todos dicen que volverán - se lamentan Hanifan y su esposa-.Pero luego conocen a alguien allí, se casan y nunca regresan. Así fue siempre yasí es ahora. Es la vida". Mil personas a la semana son muchas en un país de cuatro millones y medio, pero los jóvenes no ven futuro en una nación estrangulada por la deuda, los intereses del 5,3% del préstamo que tiene que devolver a la UE y al FMI, y unas subidas de impuestos que costarán 5.000 euros a cada familia.
"Creímos que todo era jauja, que nuestros políticos eran los más listos e Irlanda uno de los países más ricos del mundo - dice Alice Collins, una licenciada en Derecho en paro-¿Cómo hemos sido tan ingenuos?".
